El judaísmo como elección ética

La caracterización del judaísmo como elección ética resuena con frecuencia. Puede que se trate de la influencia de categorías tomadas de corrientes filosóficas occidentales o (/y) de la necesidad de encontrar una forma de definir lo judío que permita a quien la use prescindir de aspectos que le resulten incómodos, impracticables o indeseables: la condición hereditaria, la pertenencia nacional, la práctica religiosa, la vida en comunidad, el cumplimiento de mitzvot, el estudio de las fuentes, el uso de una lengua propia o la participación en una cultura diferenciada.

Pero, ¿qué significa que el judaísmo sea una elección ética? ¿Qué consideraciones éticas conducen a elegir el judaísmo? ¿Acaso ser judío es éticamente superior –para quien lo elige- que no serlo? ¿Significa que el judaísmo es una elección entre otras igualmente posibles? ¿Que es una decisión individual, tomada en libertad?

Me temo que esta forma de definir lo judío tiene defectos objetivos y arriesga (vaya paradoja) ser una expresión de sentimiento de superioridad éticamente cuestionable.

La propuesta judía sin duda tiene un componente ético fundamental; con todo, es universalista sin ser universal. El judaísmo no pretende que toda la humanidad sea judía y no cree que quienes no son judíos padezcan de un defecto moral por ello. Para el judaísmo, los judíos cargan con más obligaciones que los no judíos, a quienes basta con cumplir unos pocos principios morales amplios (conocidos como las 7 leyes de los hijos de Noé). Los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, son esencialmente iguales; los judíos tienen una carga adicional que deviene del pacto de su pueblo con el Creador –y más por su papel en la gesta histórica de la salida de Egipto que por su carácter de origen de la creación. Deben ser capaces de testimoniar pero no tienen por misión convertir. Así, el judaísmo no se propone como una elección superior a otras. El mito del pueblo elegido plantea, en cambio, que lo que hacen los judíos es aceptar una elección que no es suya, y que no les otorga beneficios extraordinarios sino responsabilidades y obligaciones.
Por otra parte, los “valores judíos” no son exclusivos y seguramente se los encuentra en las demás culturas. En todo caso, lo característico de lo judío puede ser su particular mezcla y ponderación: el acento puesto en la conducta y la acción por sobre el sentimiento y la creencia, el peso que se da a la ley y su obediencia, el mesianismo menos escatológico que histórico y social, el apego al estudio y la discusión, la ausencia de autoridades dogmáticas, el papel central de la libertad (anclado en el mito fundante de la liberación de la esclavitud), la valoración de la vida… Estos valores pueden ser motivo de satisfacción y orgullo, pero no es necesario ser judío para sostenerlos. Huelga decir que los mandamientos que condenan al asesinato, el robo, la codicia y la mentira, o prescriben el respeto a los mayores, no son sólo judíos; y en cuanto a los cuatro mandamientos más “religiosos”, no sólo no son de validez universal sino que difícilmente sean los que se tiene en mente al sostener la postura de la elección ética.

El judío puede elegir, por cierto, vivir su condición con compromiso ético . Es bueno que lo haga y que no se limite al cumplimiento de preceptos rituales. Pero su condición no consiste en un compromiso ético, que bien puede tener cualquier ser humano por otras vías.

El judaísmo no es una mercancía en el mercado axiológico; no es barato ni caro, no compite por la simpatía de clientes que quieren elegir el camino del Bien, y quienes los practican no deberían “elegirlo” por comparación con otras opciones sino, en todo caso, aceptarlo, adoptarlo, resignificarlo, y vivirlo con esfuerzo ético.

El judaísmo es, menos aún, una elección puramente individual. Esto es: la decisión de aceptarlo y llenarlo de contenido puede ser individual, pero no así su origen, su praxis ni sus consecuencias, La judía es una condición que nos vincula con otros: habitualmente, con los padres de quienes se deriva, con los pares con quienes se ejerce, y con los hijos a quienes se transmite.

Estos tres niveles de vinculación con otros no son imprescindibles para ser judío pero son de una importancia capital.

Se puede no tener padres judíos y aún así elegir ser judío, convirtiéndose. Aún así, el acto de conversión no es individual y no se trata de un contrato entre el sujeto y Dios. Implica que alguna comunidad judía acepte al candidato en su seno; no basta con un gesto simple como como el bautismo que simbólicamente representa la aceptación de Jesús, o la afirmación de que “Hay un solo Dios y Mahoma es su Profeta”. La cuestión de quién puede reconocer a otro como judío y qué le exige a cambio es, sin duda, espinosa –porque pone en juego cuestiones de poder-, y la situación actual está lejos de ser satisfactoria, tanto por el hecho de que unas comunidades no reconocen las conversiones de otras (como ocurre con los ortodoxos respecto a los conservadores y reformistas) como por la notable asimetría entre lo que se exige de un converso para ser habilitado como judío y lo fácil que es conservar esa condición cuando viene de nacimiento. El conflicto, sin embargo, no se resuelve eliminando el papel de los otros y convirtiendo la conversión en una cuestión interior, individual e inapelable sino discutiendo las formas que se dan las comunidades para recibir a nuevos integrantes.

Es posible, también, verse privado de la posibilidad de vivir la condición de judío con otros por circunstancias de fuerza mayor, pero se espera que el judío se esfuerce por superar el aislamiento. Salvando distancias, se trata de una situación similar a la de las convicciones políticas: sostenerlas en soledad es estéril y se debe hacer lo posible por superarla, aunque –claro está- el camino tampoco sea la adhesión acrítica a lo que hay.

Finalmente, un judío puede no tener hijos con quienes ejercer la transmisión, el “vehigádeta lebaneja” o puede que lo intente y no tenga éxito. No es lo mismo, en cambio, que no lo intente o que crea que no tienen ningún papel que jugar. En este caso estaría cometiendo un error, sea por creer que lo único que cuenta son sus convicciones y sus conductas (excluyendo de éstas, justamente, la de la transmisión) o por creer que sus hijos, como seres individuales, deben hacer una elección personal partiendo de cero.

En síntesis:¿sería  ético pretender encuadrar a lo judío como una elección ética?


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