¿Existen los sionistas? – Dos maneras de criticar al Estado de Israel

En debates públicos, es frecuente que líderes de agrupaciones de izquierda y grupos nacionalistas caractericen como “enemigos sionistas” a las organizaciones comunitarias judeo-argentinas DAIA y AMIA y a personas de origen judío, como el empresario escrachado Eduardo Elsztain. Concretamente se los acusa de complicidad en acontecimientos del Medio Oriente. Ahora bien, ¿existen hoy en día los sionistas? A lo largo de este escrito intentaré demostrar que “sionista”, antes que ser una característica comprobable de una persona real, es una configuración discursiva fantasmática, difusa y amenazante, a la que los antisemitas adjudican los mismos atributos negativos que tradicionalmente se encontraban reunidos en la figura del judío.

En primer lugar, dado que AMIA y DAIA son muchas veces blanco de las acusaciones cuando el tema es el conflicto de Medio Oriente, cabe preguntarse: ¿son AMIA o DAIA organizaciones sionistas?  

La AMIA y la DAIA pueden tomar posición en relación a la disputa, y hacer declaraciones al respecto en el sentido en que lo entiendan (ya que vivimos en democracia). Eso no cambia en absoluto el hecho de que AMIA o DAIA, como cualquier otra organización comunitaria local, no tienen ninguna intervención en las políticas del gobierno israelí de turno y, por lo tanto, no son organizaciones sionistas. Por supuesto, hay algo que debe ser dicho sobre su toma de posición sobre el conflicto: si estas organizaciones aspiran a representar a la totalidad de la comunidad judía argentina deberían tener más contemplación de la existencia de judíos que, legítimamente, no se identifican con las políticas israelíes.

Ahora bien, ¿tiene sentido adjudicar a un judío diaspórico la condición de sionista? Pretender involucrar de alguna manera a los judíos argentinos con las decisiones que toma el Estado de Israel es lo mismo que vincular a ciudadanos franco-argentinos con las políticas migratorias que toma Sarkozy (que de hecho, también perjudican a población árabe. Porque Israel no es el único estado en el mundo cuyas políticas perjudican a los árabes. Para no hablar de los estados árabes cuyas políticas perjudican a los árabes).
Incluso existen ciudadanos franco-argentinos que efectivamente toman parte de las elecciones francesas y eligen a su Primer Ministro y legisladores. En cambio los judíos argentinos, en su enorme mayoría, no participan de la vida política ni ciudadana del Estado de Israel y lo único que los liga con ese país es un lazo afectivo por tener parientes viviendo allí o entenderlo un lugar importante para la vida judía.   

¿Pero hay o no hay individuos sionistas? Lo mínimo que se necesita para considerar a una persona sionista es que milite en un partido o movimiento que se autodenomine de esa manera. Un trotskista, muy ajustadamente, es una persona que milita en un partido trotskista. Hoy en día, para judíos e israelíes, el sionismo es una identidad obsoleta, de una generación pretérita. A nadie le atrae leer a autores sionistas ni militar en esa ideología. No es suficiente con que una persona declare que el Estado de Israel tiene derecho a existir para considerarla sionista.  
 
¿Pero entonces por qué se distribuye con tanta facilidad y gratuidad el calificativo de “sionista” en acusaciones animosas y denostativas? Lo que sucede es que, en el marco de teorías de la conspiración judía mundial, se crea un ente fantasmático, difuso y amenazador que es el "sionismo" al que se adjudican todos los atributos negativos que tradicionalmente se depositaban sobre la figura del judío. El poder omnipotente, las redes extendidas a nivel planetario, la actividad secreta o en las penumbras, el control sobre la política exterior de potencias occidentales, la posibilidad de comprarlo todo con dinero, la infiltración en los medios de comunicación etc. Alcanza con escuchar detenidamente  declaraciones "antisionistas" de personajes impresentables de la izquierda nacional para reconocer la estigmatización propia de la judeofobia tradicional.  

Así es como arribo al núcleo de mi ponencia: las críticas al Estado de Israel pueden dividirse en dos tipos. En el primer grupo, los cuestionamientos proceden de un compromiso con valores humanistas, universalistas; posturas que abrevan en las aguas del racionalismo, demuestran cierta proximidad con el pensamiento liberal y ponen el énfasis en la defensa de los derechos humanos y en la primacía de la vida y la igualdad por encima de intereses geo-políticos y estratégicos. En esta tradición es posible agrupar a las posiciones del polémico editorialista del periódico Haaretz, Gideon Levy; a documentalistas y cineastas israelíes como Avi Mograbi, Yoav Shamir, Eyal Sivan, Simone Bitton; a organismos de derechos humanos israelíes e internacionales como Bet’selem o Amnesty Internacional. Cuando este tipo de críticas “universalistas” se comprueba en el mundo árabe, es de la mano de catedráticos que, la mayoría de las veces, han cursado sus estudios en el exterior y han tenido contacto con el campo académico europeo o norteamericano. Este es el caso de Edward Said y Fouad Ajami. En sus escritos han advertido a los árabes en contra de la tentación de esgrimir argumentos antijudíos o mitos conspirativos para hacer escuchar su voz en el conflicto. Este es el tipo de críticas con las que me identifico cada vez que Israel recurre con demasiada facilidad a las soluciones bélicas y confía en su fortaleza militar como un talismán frente a cualquier amenaza. Esta conducta aleja al sujeto de la posibilidad de percibir al Otro como un igual.

El segundo tipo de crítica contra el Estado de Israel es aquella que se nutre de la anquilosada mitología de la conspiración judía mundial, reemplazando “judío” por “sionista”. Según esta tradición, la usurpación de Palestina es el resultado de una conspiración en la que se combinan la extorsión a las potencias occidentales para controlar su política exterior, el “poder del oro” judío, la infiltración de los judíos en los medios de comunicación acompañados en el empeño por sus aliados masones y liberales. Esta modalidad de crítica al Estado de Israel puede albergar componentes de nacionalismo, romanticismo, extremismo islámico, fantasía paranoica, reduccionismo de izquierda y judeofobia tradicional, ya sea en su variedad occidental o árabe/musulmana. Ejemplos de este campo en América Latina lo constituyen D'Elia, Hugo Chávez, Evo Morales, Hebe de Bonafini, el MTD Teresa Rodríguez, Quebracho y otras agrupaciones y personajes auto-denominados de izquierda.

 

En ocasiones la fórmula del antisemitismo contemporáneo consiste en emplear una definición tan amplia del "enemigo sionista" (todo aquél que declare que Israel tiene derecho a existir) que finalmente la casi totalidad de los judíos del mundo son "enemigos sionistas", incluso los que no tienen la menor idea de lo que sucede en ese rincón del mundo. Entonces la fórmula quedaría así: "yo no tengo nada contra los judíos, sólo contra el 90% de ellos".

Aun cuando es posible aceptar que “antisionismo” y “antijudaismo” son términos teóricamente distintos el problema es el siguiente: cuando tomamos las consignas antisionistas “demasiado en serio” (como diría el sociólogo Zizek), nos encontramos con los efectos antisemitas como un resultado no deseado de nuestra acción. Es decir, si llevamos las consignas del antisionismo hasta sus últimas consecuencias habría que reconocer que el resultado podría ser letal y dramático para los judíos de Medio Oriente: ¿es posible imaginar al Estado de Israel siendo desmantelado libremente por sus enemigos sin que esto tenga como consecuencia directa la muerte de miles de judíos? Ergo, aunque “antisemitismo” y “antisionismo” sean dos objetos teóricamente distintos, la realización final de la “destrucción del Estado de Israel” no podría acometerse sin el exterminio de judíos, sea planificado o no planificado.

Incluso si alguien argumentase que efectivamente es posible desmantelar la entidad estatal israelí sin producir daños a sus habitantes, lo que ha demostrado la historia es exactamente lo contrario: las reacciones contra el Estado de Israel alrededor del globo han tenido como blanco a judíos, ya sean éstos sionistas, no sionistas o antisionistas. Los agresores no se detuvieron a preguntar cuáles eran las convicciones políticas de las víctimas antes de proceder.  
 
El conflicto de Medio Oriente es un tema que, eventualmente, resolverán los actores involucrados (es decir, israelíes y palestinos) sentándose a negociar punto por punto: fronteras, refugiados, Jerusalem Este, asentamientos, reconocimiento del Estado de Israel, lucha armada etc. No es algo en que tenga injerencia ningún judío diaspórico ni sus organizaciones y ni siquiera la mayoría de los israelíes sino, como en todas las cosas, sus gobernantes.  

Precisamente, porque el objetivo final es que haya una negociación hacia
la paz y la co-existencia de dos estados, no hay nadie que haga más por
alejarse de ese camino que quienes son permisivos con el antisemitismo  
en el mundo árabe/islámico y las teorías de la conspiración. Quienes se creen los más intensos en la lucha por los derechos de los palestinos (que, por cierto, deben ser atendidos en forma urgente) son quienes sostienen las posiciones que más obstaculizan una negociación real y efectiva.


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