La Patria de los Hijos

Desde España (otrora Sefarad).  

Artigas se sienta debajo del  árbol y Ansina le pasa un mate paraguayo. La yerba tiene palitos, y José Gervasio recuerda por un momento la yerba Canarias y la patria de sus hijos . No la vendió al precio miserable de la necesidad, pero tampoco quiso ser testigo del martillo que caería sobre la tierra Cisplatina en el remate internacional.

Ese pedacito de territorio, ese lugar -con nombre de un río- fue disputado por ibéricos y anglosajones, por porteños y brazucas. Pero ahí sigue. Celeste y oriental, hasta la tumba o con Gloria morir. (Algunos dicen que Gloria era una criolla que estaba buenísima y que los Blandengues no quedaban tan idem cuando ella pasaba. Pero lo más seguro es que el himno se refiera a la Gloria metafórica).

El mundial produjo en los uruguayos un renacer del orgullo nacional. Las calles se colmaron de bellas banderas cual retazo de los cielos, de los cielos. (Los hombres sabrán y deberán disculparme el cachondeo literario  que sigue a continuación). Sobre la cancha  el sol brillaba en los cabellos de Forlán y la celeste se clavó en sus ojos como todos los goles que colocó en el arco enemigo.

Lector: Ah! No puedo creer que la autora choree tanta baba banal en su relato.  ¿El pelo de Forlán como el sol de la bandera y los ojos como la remera celestes? … Que cosa más burda, nunca vi nada igual…


Autora: Bueno,  no se ponga así… La verdad que es un poco cursi sí…  Pero es que Forlán inspira estas chabacanerías jejeje…

Lector: Sí “je, je, je”. Siga por favor.

El sentimiento de pertenecer a una nación se avivó en las manifestaciones populares que salieron a gritar su alegría por las calles. También se avivaron algunos chorros que salieron a hacer su festín mundialero. Acá en pleno verano madrileño, los chorros que se avivaron fueron los de las fuentes que mojaron a todos los devotos de la selección española.

Del otro lado de la brecha oceánica que nos separa a los que vivimos de este lado del Atlántico, el cristal a través del cual vimos el mundial tiene otra definición.  No es un país entero que grita contigo los goles o se lamenta de los errores. Son uno o dos amigos yoruguas y con suerte algún porteño solidario que va contigo al Irish Pub a ver el partido.  Cuando te levantas de la silla y le mandas toda la lista  de insultos conocidos al juez de turno, detrás tuyo no  hay 50 personas haciendo lo mismo. Hay dos mexicanos, un inglés  y tres coreanos tomándose la cerveza fría e indiferente. Quizás justo cae algún uruguayo al boliche y la pequeña comunidad oriental  se afinca por ese breve espacio y tiempo que nos une. Por un momento no estoy en España. Estoy ahí, con tres millones mirando a 11 personas que jugaron por las mismas calles que jugué yo en mi niñez. Cuando el silbato final suena,  el sonido ibérico vuelve a llenar nuestro mundo, y detrás del respaldo de la silla hay tierras extranjeras.

España ganó el mundial. A mi alrededor  pululo el amarillo y rojo de banderas y remeras. Por la esquina de mi casa pasó la selección alzando la copa. Yo ni me enteré. Estaba comprando fruta cuando todo un país aclamaba a sus héroes.  No son lo míos aunque merecen su honor y su gloria. Mis héroes y mi gloria son otros.  Los míos no pasean por la Gran Vía  madrileña con la copa en alto.  Los míos avanzan al ritmo del candombe por 18 de Julio hasta el Palacio Legistativo. Los míos demostraron que no importan las estadísticas y los paradigmas. Nadie contaba con ellos y llegaron a la Semifinal. Artigas desde el Paraguay recordaría en sus últimos días y mirando a Ansina con la mirada perdida le diría casi como un susurro: “¿Y si volviéramos para allá?” Creo que en estos días casi todos los uruguayos for export lo pensamos aunque sea por un segundo.  Ese segundo en que la mano de Suarez dejó a la Gloria entrar en el Arco del Triunfo. Agarrados a la red  quedamos todos los uruguayos, los que viven acá, los que  viven allá y más allá. Los de USA y los de Australia, los Amsterdam, y los de la Colombes, los de España y los de Israel. Los judíos, los cristianos, los budistas y los mahometanos.  Bajo la bandera celeste todos estuvimos por una temporada tocando con las manos el cielo.

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