Matrimonio igualitario

En el debate que se produjo en Argentina sobre la ley de matrimonio igualitario que finalmente se promulgó, los medios de comunicación así como la institucionalidad política, le dieron un lugar preponderante a los credos como voces autorizadas y representativas de la sociedad civil. Creo que nunca se terminó de dejar en claro que no se estaba debatiendo la intromisión del Estado en las prácticas religiosas particulares. Nunca terminó de quedar claro porque no se quería dejar en claro que de lo que se trataba era justamente de lo contrario: la intromisión de las prácticas religiosas en la esfera pública.

El fallido lo realiza en el mundo judío, el rabino ultraortodoxo Samuel Levin cuando exige el encarcelamiento del rabino Daniel Goldman por bregar este último a favor del matrimonio civil igualitario. Levin creía estar viviendo en un estado teocrático, ya que acusó a Goldman de usurpar el título de rabino (ya que un rabino genuino no podría estar a favor del matrimonio de homosexuales) y por eso pidió su detención. Pero ¿a quién se la pidió? ¿Quién lo detendría a Goldman? ¿La seguridad privada que rodea a todas las instituciones judías? Levin pedía que se lo detenga por usurpación del título de rabino, un delito por el cual el Estado puede acusar a cualquier ciudadano. No solo cree estar viviendo en un estado teocrático, sino además, judío.

Lo cierto es que esta payasada apareció en la tapa misma de los diarios más importantes de la Argentina; y mientras el país debatía sobre el tema, parecía que los judíos nos dedicábamos una vez más a delimitar purezas e impurezas, genuinidades y bastardeces. Una vez más, cuando la prensa quiso saber las posturas de la comunidad judía sobre el tema, acudieron a los rabinos.

Y esto nos lleva a un viejo y bien actual tema: ¿a quién representan los rabinos? Evidentemente representan a una de las tantas formas de ser judío que lejos esta de ser la única y la verdadera. Aunque la mayoría de los rabinos así lo crean, sobre todo aquellos que se ubican en las posturas más radicales, tenemos que aceptar que una gran inmensa cantidad de judíos no tenemos nada que ver con el judaísmo religioso tradicional, ni en su perspectiva ortodoxa ni en otras perspectivas menos dogmáticas, pero igualmente sostenedoras de un judaísmo normativo basado en la legalidad rabínica. Muchos judíos leíamos los diarios y veíamos como se caracterizaba la posición de los judíos con respecto al tema y sentíamos que esas voces no nos representaban. Se puede estar a favor o en contra de la homosexualidad buscando el fundamento de modos distintos en los textos sagrados. En general, las lecturas de los textos suelen fundar justificaciones negativas, aunque muchos rabinos pueden fundar su acuerdo con el matrimonio gay en lecturas no literalistas del texto. Pero lo decisivo es que hay muchos judíos para quienes estar a favor o en contra del matrimonio igualitario no se reduce a buscar definiciones en la Biblia. Hay muchos judíos para quienes las tomas de postura en cuestiones axiológicas, jurídicas y políticas no se reducen a la interpretación de un libro, incluso de “nuestro” libro. En todo caso, se debatirá alguna vez, al interior de las comunidades religiosas, si en el judaísmo bíblico o talmúdico se pueden encontrar maneras de justificar un casamiento entre homosexuales, pero lo que se debatía en Argentina ¡era el matrimonio civil! Es como querer prohibir la ingesta de alimentos que no siguen la kashrut en cualquier establecimiento alimenticio porque la ley judía así lo dicta.

Por suerte hay rabinos como Goldman que dejan abierta la ilusión de una renovación del judaísmo religioso en épocas en las cuales las dicotomías entre lo religioso y lo secular ya no explican la identidad de una gran mayoría de judíos. Pero también es cierto que por alguna razón, los medios de comunicación van a buscar a los rabinos para que opinen en nombre de la comunidad. Es que por un lado, los representantes comunitarios nucleados en las instituciones oficiales prefirieron una vez más no tomar partido. Solo después de la hecatombe periodística sobre el tema, la DAIA salió con un comunicado defendiendo la diversidad de opiniones. Por otro lado, es cierto que en la Argentina como en la mayoría de los países del mundo, se sigue sin entender qué es ser judío: ¿es una religión, una nación, un pueblo, una cultura? Debido a esto, así como la Iglesia católico salió a pleno en contra de la ley, se fue a los judíos, en tanto credo, para que opinaran. El resultado iba a ser naturalmente el mismo: el texto en que se basan ambas religiones es casi el mismo y el método de las ortodoxias es similar. El problema es que existen una cantidad importante de judíos que no son judíos por la adhesión a la normativa religiosa. Y el tercer motivo es que claramente no se han ido generando aun, instituciones que alberguen y representen estas voces.

Se puede ser judío de diversos modos. Lo judío es diverso. Hay muchas formas de ser judío y muchas formas de interpretar lo judío. No se puede hablar en nombre del judaísmo queriendo representar a todos los judíos, ni decir: “el judaísmo dice” como si fuera palabra santa, cuando lo judío siempre es interpretación. El problema está en el querer hacer pasar lo propio como si fuera lo normal. Por eso, una vez más se trata de una cuestión de poder, una cuestión política.

Hay quienes leen la Biblia de manera literal y dicen que allí está revelada la verdad de Dios: hay textos que condenan la homosexualidad, como hay textos para cualquier cosa. Las ortodoxias pueden interpretar el texto como quieran, pero no pueden imponer su interpretación como si fuera la verdadera. Lo importante, me parece, es reivindicar no el carácter verdadero de un texto que en tanto texto es un horizonte abierto de la interpretación, sino en resaltar que se trata de nuestro libro. La diferencia entre lo verdadero y lo propio es clave. Lo verdadero es inmutable, lo propio es cambiante, ya que en tanto propio está abierto a su resignificación permanente. “Religión” es un término que puede también provenir del concepto “relegere” que significa entre sus acepciones: relectura. Una relectura es siempre u volver a leer quienes somos pero agregándole una novedad, la novedad de los tiempos presentes que actualizan y humanizan un texto muerto. Pero sobre todas las cosas, no se puede tener una lectura literalista cuando conviene. ¿Por qué hay párrafos del Libro al que se suscribe de manera literal y otros que no, por ejemplo aquel que insta a estar abierto siempre al extranjero, al que no piensa como yo? Es notoria la decisión de aferrarse a ciertas ideas y de dejar de lado otras, tanto bíblicas como talmúdicas, con lo cual queda en evidencia el carácter histórico de las interpretaciones; pero siendo así: ¿no estamos justificando entonces el carácter hermenéutico del texto?

Algunos de nosotros, entendemos lo judío como una cultura, una ética, una historia, y en tanto tal como algo no afirma certezas, sino que inspira a la búsqueda incesante. Lo judío es una pregunta abierta y un cuestionamiento permanente porque nuestro texto es antes que nada un texto abierto a la interpretación y no un recetario de verdades absolutas. Es una ética comprometida con el extranjero, con el que no piensa como yo, y por ello con los perseguidos, con los oprimidos, con los discriminados. Un filósofo judío, Walter Benjamin decía que con la llegada de la era mesiánica, la justicia redimiría a los derrotados de la historia: judíos y homosexuales entre otros, estamos en la espera. Está más que claro que entre los judíos y los homosexuales hay más de un emparentamiento casual y mucho más que una afinidad por minorías. Es que el judío como el homosexual, es quien nunca calzó en ninguna definición natural y esencialista. El occidente cristiano y luego moderno nos exigió una delimitación que no cuajaba con la manera en que ambos entendíamos nuestra identidad. Es que la identidad judía como la identidad homosexual no encaja en los parámetros en cómo occidente piensa su propia identidad. Y así se nos obliga a una definición que siempre nos deja afuera: argentino o judío, hombre o mujer. Pero nosotros no somos ni una cosa ni la otra, somos un resto, lo que no encaja, y por ello pone en evidencia.

Así como no hay una única manera de ser judío, tampoco hay una única manera de ser humano. Hay formas dominantes sujetas a intereses.

El hombre es un ser abierto que se está creando a sí mismo todo el tiempo. No hay un hombre ya “creado” o cerrado, como no hay un judaísmo cerrado, sino que nos estamos resignificando todo el tiempo. Hay interpretaciones de lo judío que no pregonan ni una esencia del buen judío ni una esencia del buen hombre. No hay esencias fijas, sino que todo muta. La cultura judía es fruto de una historia de mixturas, de integraciones y asimilaciones. No hay judíos puros, como no hay nada puro. Todo cambia, todo es histórico.

Por eso tampoco hay un modelo único de lo que es un hombre, o una familia, o el amor o cualquier cosa. Hubo formatos diferentes y seguirá habiéndolos. Se quiere entronizar una forma de entender la familia como si fuera la verdadera porque se la cree natural, pero la naturaleza no existe así en si misma. Es siempre una construcción de sentido hecha por el hombre. No es que no haya hechos naturales, sino que los hechos de la naturaleza responden a los modos en que se entiende lo natural en diferentes momentos de la historia.

Por último, como por suerte no vivimos en una teocracia ni judía ni de ninguna otra religión, celebramos que el estado garantice la igualdad de oportunidades y la igualdad de derechos. Los apartheids invisibles son los más violentos porque legitiman que haya ciudadanos de segunda. Los judíos sabemos de eso.


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