Concepciones del antisemitismo desde el antagonismo Sionismo vs. Hanna Arendt. Su relevancia en la actualidad

Todo debate acerca de la legitimidad, justicia y conveniencia del proyecto sionista (o sus calificativos opuestos exactos) involucra una forma de caracterizar al fenómeno antisemita. Una reflexión sobre la actualidad del sionismo no puede pasar por alto esta cuestión. Ahora bien, al llegar este punto el lector podrá preguntarse: ¿actualidad del sionismo? ¿Qué es eso? El movimiento sionista ha cumplido sus propósitos, el Estado de Israel existe, las organizaciones de la comunidad judía lo reconocen y se colocan bajo su ala. ¿Tiene sentido entonces pensar al sionismo como parte de un debate actual? Quizá sería conveniente, para no responder mecánicamente con la política de los hechos consumados, recordar que hace tan sólo un puñado de décadas el sionismo constituía una posición minoritaria entre los judíos europeos y que, de hecho, esta variedad de nacionalismo hebreo representa todavía un trazo breve, brevísimo en la historia milenaria del pueblo judío. Hasta hace unas décadas la frágil supervivencia del sionismo como ideología dependía de que pudiese ganar la batalla del pensamiento frente a las concepciones mayoritarias de religiosos y bundistas/socialistas. El núcleo central del debate consistía precisamente en la caracterización del antijudaismo que entonces hacía insoportable la vida de miles de personas.

En el siguiente escrito quisiera recorrer el debate sobre la naturaleza del fenómeno antisemita tomando como eje el antagonismo entre la visión sionista de los hechos y la perspectiva de Hanna Arendt. Creo que es esta pensadora la que puede aportar la mayor tensión y polarización de opiniones en su enfrentamiento con el pensamiento judío pro-israelí dominante en las organizaciones de la comunidad. Mostrarnos sensibles hacia (es decir, dejar entrar en nuestro campo visual) las notables diferencias en la caracterización del fenómeno antisemita significa ser capaces de captar una brecha ideológica materializada en acciones políticas.

Hanna Arendt fue muchas veces señalada por voceros de la comunidad israelita organizada como una de las pensadoras de origen judío que más sistemáticamente han defendido el “asimilacionismo” (es decir, la asimilación de los judíos a las sociedades en las que habitan, la renuncia a sus rasgos particulares y diferenciadores elevados a la categoría de características étnico-nacionales, como solución a “la cuestión judía”). Otros señalan a Arendt como una continuadora más sofisticada y académica del pensamiento bundista (del Bund), es decir, aquél que a principios del siglo XX llamaba a la solidaridad y auto-defensa de los trabajadores judíos de Polonia, Lituania y Bielorrusia y se oponía terminantemente al movimiento sionista como “desviación burguesa y contraria a los intereses de las masas trabajadoras”. Para no hablar de los burdos análisis que incluyen a la pensadora dentro de la categoría de los Self-hating Jews (judíos que se odian a sí mismos) por creer que la renuncia a las aspiraciones nacionales y territoriales de los judíos alcanzaría para detener el terror racista, parándose así en la perspectiva de los hostigadores y buscando “agradar al enemigo para evitar sus ofensas”. En todo caso, hay algo que no se puede dudar: asimilacionista/ bundista/ auto-odio son formas de nombrar (no sin estremecimiento) a una posición que se aleja de la oficial en el campo judío.

Repasaremos cuáles son los principales aspectos de discrepancia entre Arendt y la postura oficial sionista en torno a la caracterización del fenómeno antisemita:
1) Continuidad vs. Ruptura: Muchos autores sionistas han mostrado un esfuerzo notorio (en ocasiones deshaciéndose de rigor teórico) por establecer la idea de que el antisemitismo es un “fenómeno perenne”, que ha estado siempre presente en la historia y del que siempre existe riesgo de reactivación. Se presenta el fenómeno sin limitación temporal. León Pinsker en su texto Judeofobia afirmaba “Es así que el pueblo judío y el odio a los judíos marchan juntos e inseparables a través de la historia desde hace siglos”; Theodor Herzl, el padre de la utopía sionista, explicaba acerca de la identidad nacional judía: “Que no quiere desaparecer (la personalidad del pueblo judío) lo ha demostrado durante dos mil años de indecibles sufrimientos”; Max Nordau añade a la abrumadora extensión temporal del fenómeno, una amplia cobertura geográfica afirmando en su texto La situación de los judíos en el siglo XX que “En todas partes donde los judíos se encuentran entre otras naciones, sin concentraciones numerosas, impera la miseria judía”. Incluso pensadores de origen judío que no han dedicado su trayectoria particularmente a la defensa de los principios del sionismo, como el caso del filósofo Tomás Abraham, se han hecho eco de esta perspectiva sobre el tema. Así reflexiona el pensador Abraham en el libro Posjudaismo editado por Dario Sztajnszrajber: “Lo cierto es que en la Argentina, hay antisemitismo, siempre hubo antisemitismo y siempre habrá antisemitismo. Y no solamente en Argentina, sino también en todo el mundo. El antisemitismo es como la atmósfera y existe como existen los olores nauseabundos”.

Como contrapunto al pensamiento anterior podemos ubicar a Hanna Arendt, quien intenta demostrar en su obra Los orígenes del totalitarismo la falacia de suponer la continuidad de persecuciones ininterrumpidas desde el Imperio Romano, pasando por la edad Moderna hasta la actualidad. Arendt considera que la tesis del “antisemitismo eterno” anula el debate y puede ser comprendida como una estrategia judía para mantener la unidad de un cuerpo imaginario y hallar así garantía de cohesión nacional. El “antisemitismo eterno” parece mantener una convivencia armoniosa con los valores mesiánicos y la convicción de llevar el mandato del “pueblo elegido”. Para la autora existe concretamente un “hiato”, ubicado entre el siglo XV y fines del siglo XVI, en que comienza a configurarse el fenómeno de antisemitismo tal como lo conocemos hoy en día, que nada tiene que ver con expresiones aisladas de hostilidad hacia los judíos de épocas anteriores. Esta emergencia es acompañada de transformaciones en el judaísmo por las cuales, según la autora, éste “adopta un sistema cerrado de pensamiento y (los judíos) empiezan a considerar que la diferencia entre la judería y las naciones no era necesariamente de credo y fe sino de naturaleza interna” Arendt desestima la magnitud del llamado odio religioso hacia los judíos por parte de los cristianos y cree que el antisemitismo es un fenómeno asociado a la tensión entre la asimilación de los judíos como iguales en sociedades plurales y el ánimo de los colectivos judíos de permanecer como cuerpos diferenciados. “La auténtica supervivencia del pueblo como entidad identificable dependió de tal separación voluntaria y no, como se ha supuesto corrientemente, de la hostilidad de los cristianos y no judíos”.

Herzl coincide con Arendt en la consideración de que el antisemitismo moderno era de carácter distinto al del odio cristiano tradicional (al respecto dice Herzl: “No hay que confundir el antisemitismo de hoy con el odio religioso que se tenía a los judíos en tiempos pasados, aunque el odio a los judíos tenga hoy en ciertos países un tinte religioso. Es muy distinta la tendencia principal del antisemitismo moderno. En los países donde reina el antisemitismo, éste es consecuencia de la emancipación de los judíos”). No obstante esta coincidencia, Herzl y el pensamiento sionista dominante discrepan con Arendt en la caracterización del vínculo entre el desarrollo interno del pensamiento y la identidad judía y los contenidos judeofóbicos. Arendt propone que es en la identificación de los judíos como “pueblo aparte”, y por lo tanto el debilitamiento del componente religioso aglutinante, donde se encuentra el origen del antisemitismo. De la misma manera en que desestima el peso del odio religioso hacia los que profesaban la fe hebrea, Arendt también resta credibilidad a la identificación del antisemitismo con el auge del nacionalismo y sus estallidos de xenofobia. “El antisemitismo moderno creció en la medida en que declinaba el nacionalismo tradicional”. Es interesante que desde la perspectiva de Arednt el pecado que cometieron los judíos fue la búsqueda de “la supervivencia del pueblo como entidad identificable”, es decir, su adopción de una identidad étnico-nacional en momentos en que se abría para ellos la posibilidad de la asimilación en las sociedades que habitaban. La autora entrega así al colectivo judío “co-responsabilidad por convertirse en víctima de la injusticia y de la crueldad del mundo”.

Theodor Herzl parece contestar con precisión y avant la lettre a aquél argumento de la filosofa alemana: “Más grave sería la acusación de que yo apoyo a los antisemitas llamándonos un pueblo, un pueblo unido, y que impido la asimilación de los judíos donde esta se está realizando, y que comprometo la misma donde ya se ha realizado, si es que yo, en mi condición de escritor modesto, puedo impedir o comprometer alguna cosa (…). La personalidad del pueblo judío no puede, ni quiere, ni debe desaparecer. No puede porque los enemigos exteriores la mantienen unidad”. Para Herzl no cabe pensar la pretensión nacional de los judíos como causal de la irrupción del antisemitismo cuando es una interpelación externa y violenta la que reconoce a los judíos como una unidad nacional a través de la segregación y la hostilidad.

¿Cómo se traduce en la actualidad el debate nacionalismo vs. asimilacionismo / perspectiva oficial sionista vs. Hanna Arendt? Rastreando las distintas voces (académicas, institucionales, políticas etc.) al interior de la comunidad judía es posible observar que una preocupación desmedida por el carácter universal, difundido y atemporal del antisemitismo (sentimiento de odio que lo único que hace es cambiar de fachadas pero permanece siempre como lo mismo, en todas sus diferentes “simbolizaciones”) parece inscribirse como parte constitutiva de posiciones ideológicas tendientes a reforzar la necesidad histórica de la creación y existencia actual del Estado de Israel. Desde este discurso el Estado judío oficiaría de refugio frente a potenciales estallidos de antisemitismo y matanzas en los países de todo el mundo. Muchas veces sucesos de judeofobia ocurridos en la diáspora son abordados por organizaciones comunitarias con el fin de sumarlos a la prédica de defensa de los intereses israelíes (género discursivo que ya ha tomado el nombre amplio de Israel advocacy).

En su película Defamation (Israel-Austria-Dinamarca-Estados Unidos, 2009) el documentalista israelí Yoav Shamir examina el estado del antisemitismo en el mundo y la forma en que obtienen rédito político de este fenómeno los formadores de opinión pública y lobbistas de organizaciones pro-israelíes, principalmente la Anti Defamation League, perteneciente a la B’Nai B’rith. Una de las tesis centrales de la película, que me parece relevante para este debate, es que el paulatino proceso de secularización de los judíos en el mundo ha llevado a las instituciones judías, en el propósito de mantener la cohesión de la comunidad y la participación de los judíos en su interior, a procurar el refuerzo de la identificación de los judíos con la causa del Estado de Israel, como sustituto de una identidad judía que ya no se encuentra basada en la observancia de los preceptos religiosos y los estilos de vida que ésta impone. Dado que el judío secular sólo cuenta con unos pocos elementos culturales y familiares (cada vez más exiguos) para sostener su identidad, la participación en la vida comunitaria judía necesita ser anclada desde la defensa de la causa del Estado de Israel y una creación de vínculo emocional con este país, en lo que constituye un modo lato de nacionalismo. Es por ello que la definición de antisemitismo está hoy en día atravesada por el conflicto de Medio Oriente como nunca antes estuvo, puesto que la misma extensión semántica del término “antisemitismo” es actualmente una razón de estado.


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