El tiempo en el arte

"Acordarse del trabajo artesanal de los antiguos, de las preparaciones rituales que son capaces de dar ese efecto de suspención, de espera sorprendida, de tiempo por fin vencido.
El tiempo vencido: ¿acaso no es esta, quizá, la mejor definición del arte?". (Balthus, Memorias)

El tiempo en el arte es la memoria del tiempo. El arte es memoria de un momento único e irrepetible o la acumulación de momentos, -pensemos, por ejemplo a las etapas de un cuadro y a la complejidad del proceso creativo. Cada pincelada que compone una obra estuvo y está en el tiempo y ocupa un espacio determinado.

“El milagro huido”, metáfora con innumerables variables en la poesía española, de alguna manera nos da la clave espacio-tiempo y nos revela la esencia misma de la creación artística, esa “respuesta animada” de la que nos habla Machado, es respuesta a una realidad espacio temporal viva y en continua metamorfosis.

Leonardo, en su Tratado de la Pintura, revela secretos y percepciones vivas que van naciendo en su espacio de observador de lo inefable. En este tratado existe una afirmación singular: “la música muere en el momento de nacer”, contrariamente a la pintura “que no muere fulminantemente tras su creación, como la desventurada música, sino que permanece en su ser y te muestra como vivo lo que, de hecho, tan sólo es superficie”. Ignacio Gómez de Liaño, en su libro “Paisajes del Placer y de la Culpa”, afirma: “La poesía, como la música, suscita un tipo de experiencia que, por producirse en la sucesión temporal, es esencialmente memorativa y expectativa, pero que exige también el concurso de la fantasía pictórica, dada su capacidad de originar en la imaginación cuadros mentales de las cosas.” La imagen es directa, se imprime en nuestra retina y crea indiferencia o estremecimiento, no necesariamente paciones ciegas, pero sí reacciones que mueven en nosotros resortes ignorados, nos abre a un tiempo perdido y nos despierta a un tiempo nuevo, el asombro es la madre de la creación y de la reflexión, los tiempos y los silencios de la música viajan directamente a lo profundo, recordemos a Vallejo “este piano viaja hacia adentro”. Que nos quiso decir Leonardo con “la música muere en el momento de nacer”…Las respuestas son infinitas, como infinitas las respuestas a los enigmas de Heráclito. Leonardo era poeta y la poesía suspende el tiempo, el poeta es instrumento de lo inefable y lo inefable queda en la esfera del misterio. Escuchemos a Heráclito: “Muerte es cuando vemos despiertos, cuando (vemos) durmiendo (es) sueño” “Para las almas (es) muerte llegar a ser agua, para el agua (es) muerte llegar a ser tierra, y de la tierra nace el agua, del agua el alma”. Jorge Luis Borges, bebió en la fuente de Heráclito innumerables veces, lo hizo también poco antes de morir, “Somos el tiempo, Somos la famosa/ parábola de Heráclito el Oscuro. / Somos el agua, no el diamante duro, / la que se pierde, no la que reposa…”

APOLO Y DAFNE

Una de las obras que nos hace revivir la emoción del relato de la fuga y la metamorfosis de Dafne es el grupo escultórico de Bernini, el mármol se vuelve vida y sueño, el maestro logra captar a Dafne, en el momento dinámico de su metamorfosis, su transición de ninfa a laurel y el toque del divino Apolo que no llega a poseerla. Volvemos al espacio de la fuga en dónde se anida el tiempo del arte y el origen de la poesía. Quizás el arte no sea la metamorfosis de Dafne en laurel, el arte está en la gracia de la fuga. En el momento de la metamorfosis no solo se revela el tiempo, Bernini nos revela toda la sensualidad del evento, la gracia fugitiva de Dafne, devorada y transformada en tronco, en ramas y en hojas que nacen de sus manos. Esta escultura contradice los versos de Machado: “Ni mármol duro y eterno/ ni música ni pintura/ sino palabra en el tiempo.”

           
LA LITURGIA DEL TIEMPO Y EN EL TIEMPO

Para poder hablar del sentimiento del tiempo, nada mejor que evocar  la obra de Giorgio De Chirico. Pensemos en su período metafísico, recordemos las célebres “Piazze d’Italia”, existe en esas obras una “posata inquietudine”, el humus esencial de estas composiciones,  es la melancolía. El tiempo que pasa evidenciado con lentitud litúrgica, un sentimiento similar al que nos ofrecen algunos versos de Montale.

El tiempo es el espacio de la “suggestion”,  como diría Mallarmè.

LA  “MELANCOLÍA”  DE DÜRER

Acercarnos a una obra tan compleja como la Melancolía de Albrecht Dürer, nos obliga a recordar que es una obra viva, continúa a ocupar espacio y tiempo en las reflexiones de los filósofos, de los críticos y de los historiadores del arte. Es una obra ininterrumpida, pertenece al río de Heráclito y a las fuentes eternas de Roma.

La primera observación es que Dürer “escribe” el título dentro de la obra. La segunda observación es que nos colocamos de frente a innumerables símbolos, o mejor dicho, a una sinfonía de símbolos dónde cada uno se convierte en un instrumento y una nota musical de este grabado-sinfónico.

La impresión inmediata es la quietud, pero si entramos lentamente en la obra, descubrimos que la arena de la clepsidra está en movimiento. Los ojos de la mujer-angel, parecen vivos, así como el fuego grabado por el maestro cerca de la quietud del agua. La luz solar-lunar expresa la fuerza de una fuente discreta pero muy presente. El ser alado que lleva la palabra “Melancolía” no sabemos si viene de la luz o si está suspendido en vuelo.

No creo que sea útil en esta reflexión descifrar todos los símbolos que el mismo Dürer explicó en sus escritos: “Las llaves son el símbolo del poder, la pequeña bolsa, la riqueza…”

Creemos que mucho más importante que hacer un elenco de  significados, sea comprender la filosofía que subyace en la obra. Dürer era un artista culto y refinado que se proyectaba mucho más allá de universo cultural alemán. Recordemos que se encontraba en la corte de los reyes de España cuando comenzaban a llegar las obras de arte robadas en el “Nuevo Mundo”. Manifiesta en sus escritos el asombro por la belleza de esas obras y la desolación por verlas fundir para obtener lingotes de oro y plata.

Viajó a Italia y vivió  todo el esplendor del Renacimiento, realizó en su arte una síntesis entre la estética nórdica y la cultura italiana.

Volviendo a la idea de descubrir las ideas filosóficas subyacentes, sin duda la obra de Marsilio Ficino sobre el carácter “saturnino” y los diferentes tipos de melancolía, nos abren la primera puerta. La segunda puerta y la segunda llave es la obra de Agrippa von Nettesheim en particular “De Occulta Philosophia” (1510).

La tercera puerta y la tercera llave la forman los clásicos del tiempo de la literatura alquímica y su estrecha relación con la Cábala judía, junto a la Cábala cristiana de Pico della Mirándola.

El neoplatonismo del Renacimiento, entró también a formar parte del patrimonio de Dürer, por tanto no es exagerado decir que “La Melancolía” de Dürer es el espejo por excelencia de la sabiduría de su tiempo y una de las fuentes mas intensas para entender la relación entre Arte y Tiempo, entre Arte y Filosofía, entre Arte y Alquimia.

Invitamos a los lectores a abandonarse a la contemplación de esta obra sublime, las palabras dejen paso a las sugestiones de la imagen.  

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