Rafael Spregelburd

1. ¿Cómo podrías definir el teatro de Rafael Spregelburd?

Como el único teatro que el pobre Rafael Spregelburd es capaz de producir. La mirada del crítico (y uno lo es de su propia producción, claro) suele pensar que todo lo que un autor produce es un recorte consciente, une elección pormenorizada de asuntos y formas. Pero esto no siempre es así. La cosa es más básica. La obra finalmente no es más que la puja permanente entre eso que yo como autor conozco y aquello que me es desconocido, e inasible. Es para poder preservar esa zona indeterminada que trato de no responder jamás de manera conclusiva esta pregunta. Si yo supiera cómo es mi teatro, me sentiría inhibido de escribir otros teatros. Y esa restricción me abruma un poco. A mí me gustaría poder vivir la mayor cantidad de vidas posibles…

 
2. En tus obras siempre haces referencia a la cultura popular, el cine clase Z y las telenovelas. ¿Por qué  te interesa exponer tanto estas temáticas? ¿En qué punto se cruzan con el mundo de ficción que propones?

Sí, hay citas a todas estas cosas que la cultura alta consideraría berretas. Pero a no confundirse: también las hay al dodecafonismo puro, a la teoría de las catástrofes, al gótico, a los números de Feigenbaum, a la teoría de la Gestalt, a la fragmentación tal como la inaugura Walter Benjamin, y a cosas infinitamente complicadas e interesantes, al menos para mí. Sin embargo, parece que mi obra fuera –a primera vista- eso otro que me estás señalando. Supongo que es inevitable: la relación con la cultura pop es ineludible en un mundo post warholiano. Yo no tengo problema en asumir esta relación. En la medida en que entendamos que toda relación cultural es –lamentablemente- infinitamente compleja, la punta de un iceberg que esconde trazas siempre dignas de investigar. ¿Por qué, por ejemplo, la telenovela latinoamericana es tan distinta de su equivalente episódico anglosajón? Ambas cosas son subproductos berretas, sí, pero ¿no se aprenderá nada sobre los hombre y mujeres que se organizan a su alrededor mediante el análisis de estos fenómenos que –a veces- son despreciados por la alta cultura?

Yo creo que en definitiva se da un hecho bastante notable: mientras que Europa (molde y modelo de Occidente) posee un pacto social que se firma en la alta cultura, este mismo pacto ocurre en Latinoamérica en la (mal llamada) baja cultura, en la cultura popular. La música del continente, su hibridización en la literatura, el mestizaje de sus géneros cinematográficos, etc., hablan de un hábitat mestizo. Supongo que es por ello que una y otra vez vuelven en mi obra esos paisajes robados de estos pliegues “bajo” la cultura.

 
3. ¿Cómo se construye la realidad para vos?

Como versión. Es decir, entre nosotros (seres perceptores) y la realidad hay un muro ineludible. Creemos que lo que construimos como percepción es real. Pero lo único que recibimos a través de este muro gruesísimo son signos. Signos que nuestra razón y nuestra intuición construyen como forma. La realidad está mediatizada por el lenguaje, ese hermano traidor que nos hace creer que nos apoderamos de lo real, y que al mismo tiempo lo preserva intacto.

Lo que llamamos realidad no suele ser más que la versión que el Poder, y el sentido común, garantizan como la más real de todas las versiones posibles.

El lenguaje (nuestra herramienta para comunicarnos, pero también nuestra herramienta para delatar que lo Real bien podría ser una construcción de un interés determinado) realiza complejos movimientos.

El filósofo Eduardo del Estal lo explica con una claridad aplastante: “lo real es la resistencia de las cosas a todo orden simbólico”. Es decir: la resistencia de las cosas a lo que se dice de ellas. Todo aquello que ocurre por fuera de nuestra capacidad de razonar y comprimir en lenguaje un fenómeno altamente complejo.

Veamos ejemplos muy palpables. Hace un tiempo, si alguien cortaba una ruta para pedir que algo cambiase, era –por ejemplo- un “manifestante”. O un potencial “criminal”. Pero luego la práctica comenzó a “realizarse”, a lexicalizarse, y entonces ahora podemos llamarlo un “piquetero”. La palabra no es más bella ni más útil; es apenas más connotativa. Remite a un fenómeno más concreto, que anida en un compartimiento determinado de nuestra relación con el mundo, que es eso que vive fuera de ese muro. Si un poder determinado decidiera comenzar a atribuir otra connotación a la palabra “piquetero”, y desviarla hacia –por ejemplo- “terrorista”, nuestra percepción del fenómeno (que en la realidad sería el mismo) comenzaría a virar hacia otra parte. De igual manera las realidades (las versiones oficiales de un status quo determinado) han producido este tipo de aberraciones. En una época, en EEUU se llamaba “comunistas” a los “intelectuales”; hoy en las escuelas se los llama “nerds”, por ejemplo, y esto habla del curioso desprecio que un estado (una comunidad) parece tener por el acto de pensar. Pero es lógico, claro. El  Estado norteamericano se basa sobre el plan de erigir al capitalismo como “única realidad más real”, y cualquier intento de pensar esta realidad la pondría en evidencia como una pobre versión de lo posible, peor no como la única capacidad de lo posible. El Macarthismo persiguió a los comunistas porque eran intelectuales que pensaban cosas raras; pero jamás se les ocurrió pensar cuál era la relación entre pensamiento y anticapitalismo. A lo mejor era al revés: porque pensaban, devinieron comunistas O cualquier otra cosa que no le venía bien al status quo, que así se defendió del ataque a su imperio de lo “real”..

 
4. ¿Cuáles son los temas que te conmueven hoy?

No suelo pensar en temas. Los temas que me conmueven son muy clásicos, y no han cambiado gran cosa de los griegos a esta parte: el miedo a la muerte, el misterio del deseo, la complejidad contradictoria del amor, el asombro ante lo infinito. Uno le va poniendo nombres a sus obras creyendo que inaugura temas (al trabajar, por ejemplo, con asuntos tales como el dinero, la arbitrariedad de los afectos, la venganza, la fe, la razón, la explotación del hombre, el misterio de la creación) pero en el fondo todos estos asuntos abrevan en un puñado de temas básicos y muy primitivos.

No será en los temas que el teatro (o el hombre) produzca una revolución.

 
5. ¿Por qué elegís ser dramaturgo, escritor y actor de tus obras?

¿Qué otras opciones me quedan? Yo comencé queriendo ser actor, que es la manera más narcisista, más simple y más torturante de alcanzar esa utopía: la de vivir todas las vidas posibles, y no sólo la que me ha sido dada. Pero rápidamenteme di cuenta (o mis maestros se dieron cuenta) de que se me daba con más facilidad planear (escribir) esos mundos para actuar que actuarlos en sí mismos. La actuación merece una maduración profunda, y en ese sentido el devenir dramaturgo me ayudó a ser también un mejor actor. Puedo actuar con más profundidad lo que yo mismo he escrito, he planificado desde mis entrañas.

Dicho esto: ¿quién es la persona más indicada para dirigir esto? Yo mismo. ¿Cómo pensar que otro conozca mejor que yo eso que concebí como intuición y que no pretendo explicar sino trasladar al escenario con la menor intervención posible de la interpretación que ejerce la aburrida sensatez?

Así es que ahora hago las tres cosas: cada obra surge de un enorme deseo de actuar (lo que venga), y luego debo ponerla en pie (dirigirla, administrarla). La dirección es la parte del acontecimiento creativo que menos me gusta y que más problemas anímicos me trae: mientras que soy totalmente libre al escribir, totalmente feliz al actuar, soy totalmente restrictivo (policíaco, especulativo) al dirigir. Supongo que es inevitable. Y que si quiero ver mi obra, alguien debe ocupar ese rol.

Por suerte establezco relaciones muy peculiares con mis elencos. Sobre todo con aquello que me tienen a su vez como actor.

 
6. ¿Cuáles son tus proyectos a futuro?

El futuro es vasto, y los proyectos son demasiados. No quiero aburrirte. En principio, estarenaré en Buenos Aires dos obras que estuvimos realizando con mi grupo El Patrón Vazquez en varias giras pero aún no vieron la luz en nuestra ciudad, por motivos muy complejos. Una de estas obras se llama “Todo”, y se estrenará en julio. La otra se llama “Buenos Aires”, y seguirá en septiembre. También tengo para agosto un proyecto de Hörstück (una pieza para ser escuchada) que elaboraré con el músico Zypce y que es una comisión de un teatro de Berna sobre el asunto del Bicentenario. Creo que se llamará “Doscientos años y algunos meses”. En octubre subirá a escena en el Teatro Colón mi primera ópera, un menjunje experimental basado en dos textos viejos (“La extravagancia” y “Satánica”) con un ensemble formidable de músicos suizos. En diciembre estrenaré por tercera vez “Todo”, pero esta vez en catalán, en varios festivales de ese país. Digo tercera vez, porque la segunda ocurrió en alemán, en enero de este año, para el Badisches Staatstheater de Karlsruhe, Alemania. También trabajo en la adaptación de mi obra “Acassuso”, que dirigiré por primera vez en cine en el verano. Como actor tengo varias ofertas muy atractivas de películas. En septiembre se estrenará “El hombre de al lado”, un film fabuloso del dúo Mariano Cohn y Gastón Duprat, que protagonicé junto a Daniel Aráoz, y que viene ganando premios de todos los colores en festivales; estaré acompañando esta película en varias ocasiones. También espero que se estrene antes de fin de año “Agua y sal”, de Alejo Taube, una película cuyo rodaje fue una verdadera aventura: yo hago aquí a los dos protagonistas, y tuve que trabajar de maneras impensadas para cumplir con los extraños requisitos de esta historia, que se filmó en parte en alta mar. Hay además otros proyectos de cine que me atraen mucho. Y algunos viajes a festivales con mi compañía. También –y esto es lo más raro del mundo- soy el Team Manager del Combinado Argentino de Dramaturgos, una selección de fútbol integrada por autores, que he empezado a formar a instancias de la Selección Nacional de Autores Alemanes, que nos invitan a un desafió futbolístico (y de teatro) durante la Feria del Libro de Frankfurt. El azar ha querido poner en mis manos (y en mis pies) tan delicada tarea, y lo que el azar no sabe es que jamás en mi vida había pisado una pelota de fútbol. Pero ya ves: eso de vivir todas las vidas es cada vez más cierto, y ahora entreno como un desaforado para estar a la altura de mi selecto equipo. La vida es muy misteriosa. 

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