Canciones grabadas en el alma

No me pregunten por qué, pero esta primavera Israel está siendo bendecido por una lluvia de cantantes argentinos: Coqui Sosa, Nito Mestre, Charly García, Marcela Morelo y Víctor Heredia, van aterrizando uno a uno (desde marzo hasta fines de mayo). Israel, es una manera de decir, o un sueño que los visitantes aún tienen por cumplir. La gran mayoría de los concurrentes a los recitales no son hebreo - parlantes nativos de Israel sino, inmigrantes latinoamericanos, novatos y veteranos. Y es precisamente el encuentro de estos dos últimos grupos, que conforman la población de "drom-americaim"1 en este país, una de las consecuencias más emotivas del diluvio musical.

Ocurre, que a pesar de que para los de afuera podemos parecer un grupo homogéneo, en realidad hay profundas diferencias dentro de la comunidad latina en Israel. Uno de los parámetros distintivos que salta a la vista, o más exactamente, al oído, es el acento. Fuera de Israel se puede suponer, erróneamente, que la existencia o no existencia de éste, está directamente correlacionada con la antigüedad en el país. Pero no son precisamente los años que uno lleva aquí, lo que determina si cuando uno dice simplemente "¡shalom!"2, nuestro ocasional interlocutor ya sabe que está hablando con un "drom-amerikai", sino la impronta que uno adopta al llegar al país.  

Ya en el primer encuentro – que para muchos es, literalmente, un encontronazo- con el hebreo, uno elige (a veces de manera espontánea y otras, deliberadamente) entre dos caminos: dejar fluir el acento natural (que por ejemplo, no distingue entre la V y la B, dos sonidos marcadamente diferentes en hebreo) o imitar la forma de hablar de los nativos. Si uno se mantiene fiel a la primera opción, aún después de treinta años (y lo digo con el aval de la experiencia) nuestro origen queda al descubierto con el mencionado "¡shalom!". En cambio, si elige la segunda alternativa –ya sea con mucho esmero o bendecido por un talento para los idiomas– puede llegar a borrar toda reminisencia del mismo, aunque muy pocos lo logran de manera cabal.

Otra de las diferencias más notables giran alrededor de la inserción social – laboral. Están quienes llevan un estilo de vida completamente "israelí": hablan hebreo en la casa; sus preferencias culinarias coinciden con las locales; su procedencia constituye una minoría en su lugar de trabajo; su grupo social está conformado por israelíes nativos o de distintos origenes etc. Frente a ellos, está el grupo constituído por quienes viven acá, pero mantienen una agenda latina, en todo lo que de ellos depende: hablan castellano no sólo con su pareja sino con los hijos, nacidos o que crecieron aquí; viven con el mate a cuestas; no se saltean los asados de los fines de semana; tienen a "Clarín", "tumeser" o semejantes, como página de inicio en la computadora familiar, etc.
En calidad de miembro de un tercer grupo, formado por la intersección de las categorías mencionadas (con un "shalom" muy argentino, por un lado, y una inserción poco común en la prensa en hebreo, por el otro), sumado al hecho de que la música nunca fue mi fuerte, en un principio la noticia del diluvio de cantautores connacionales, apenas si me despertó una sonrisa. Pero cuando empecé a husmear el alboroto que la llegada de Nito Mestre (el primero de los ex Sui Generis que se hizo presente), por ejemplo, empezaba a causar en círculos latinos (especialmente en los argentinos) sospeché que habría un por qué. Aún así, nunca imaginé lo que pasaría cuando Nito abriera la boca.

Su público estaba conformado por una marcada predominancia de cincuentones argentinos. Como todos hablaban castellano, no se podía distinguir entre quienes conservan o no el acento original, ni quienes dominan o no el hebreo. Como todos vestían informalmente, era difícil discernir entre quienes habían decidido adquirir las entradas en un siantamén, y quienes lo habían hecho después de sopesar seriamente el gasto económico. Y como todos hablaban de "que era algo muy fuerte" lo que estaba pasando, tampoco se podía adivinar, quienes habian concurrido con grandes expectativas, y quienes, por vaga curiosidad.

Porque hubo algo muy claro en el show (al menos en el que me tocó presenciar) que se sentía al respirar : las canciones que Nito iba disparando desde el escenario, nos atravesaban a todos, al unísono. Curiosamente, aún quienes no recordábamos las letras (que al parecer, éramos minoría), ni supimos asociar de primera, entre su nombre y el del legendario dúo, nos descubrimos uniéndonos al coro espontáneo que lo acompañaba en las canciones "de entonces" (que fueron la mayoría del programa).  

Porque había algo que no sabíamos, allá lejos y hace tiempo, mientras cada uno estaba ocupado en transitar su propia juventud –inmersa en el lúgubre panorma argentino de mediados de los '70– lo mejor que podía, esas canciones se nos estaban grabado en el alma.

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