Auschwitz o Sinai

Nota del Editor: este impactante y a menudo citado ensayo de 1992 sigue siendo vigente hoy en día.

Hay hoy en día un saludable espíritu de seria autoevaluación y crítica en la tierra. El triunfante éxtasis de la Guerra de los Seis Días ya no domina la conciencia de muchos israelíes.

Mirando hacia atrás, el jubiloso sentido de victoria creado por la Guerra de los Seis Días fue una bendición ambigua. Aparte del efecto positivo de despertar al mundo judío a la centralidad e importancia de Israel, también dio origen a hybris y autoadulación nacional.

Actualmente existe una sobria apreciación generalizada de las complejidades morales y políticas y un serio sentimiento de responsabilidad por las consecuencias no planeadas de nuestras acciones. Estos elementos se hicieron sentir durante la reciente guerra y son signos positivos y esperanzadores de una orientación madura hacia la vida.

El hecho que el país tolera desacuerdos serios y a menudo acalorados es una señal de salud y fuerza internas. No hay ninguna duda que la sociedad israelí contiene las vitales fuerzas morales necesarias para la regeneración y la renovación.

En la tradición judaica, la creencia en la renovación ha sido resultado del respeto por la autocrítica madura e inteligente. Jeshbon HaNefesh (auto examen) es una condición necesaria para la teshuvá (arrepentimiento y renovación). La honestidad consigo mismo y con otros es una precondición para la creatividad y el crecimiento humano auténtico. La autoalabanza y la adulación son engañosas y conducen a la dejadez moral y a deleitarse con el status quo. Los avances en el espíritu humano son facilitados por el coraje de admitir fracasos morales.
La creencia en el poder de la renovación es un tema central en el judaísmo. Conceptos tales como el determinismo psicológico, la inevitabilidad histórica y el fatalismo son ajenos a la forma de comprender la acción humana de nuestra tradición. La creencia en la libertad radical, en un futuro abierto, en la sorpresa y la novedad es un elemento crucial de la vitalidad y perseverancia del judaísmo.

Hay, sin embargo, una fundamental diferencia entre el anhelo por un nuevo futuro que refleje sueños románticos ilusorios y la sensata esperanza que ha sido probada por el sufrimiento, el fracaso y la tragedia.

Aunque somos una nación joven, la intensidad de nuestra realidad política, nuestras largas memorias históricas nos dan la comprensión y la experiencia necesarias para encontrar rumbos nuevos y maduros para nuestra sociedad.

Una de las cuestiones fundamentales que el nuevo espíritu de madurez enfrenta en Israel es: ¿Debería ser Auschwitz o Sinai la categoría que nos orienta, que forma nuestro entendimiento del renacimiento del Estado de Israel? Hay importantes diferencias que resultan del relativo énfasis que pongamos en estos dos modelos.

En el Siglo XX nos hemos convertido otra vez en una nación traumatizada. Las terribles fuerzas demoníacas del antisemitismo han horrorizado nuestras sensibilidades. No podemos olvidar nunca la destrucción de millones de judíos en la II Guerra Mundial. Muchos, por lo tanto justifican e interpretan la trascendencia de nuestro renacimiento en términos del sufrimiento y la persecución de los judíos.

A menudo escuchamos en discursos en la Kneset y en las cenas para recaudación de fondos del Keren Hayesod frases como las siguientes: “Nunca más seremos vulnerables. Nunca más expondremos nuestras vidas a las inquietantes fuerzas políticas del mundo. Nuestro poderoso ejercito ha eliminado la necesidad de rogar por la lástima y la compasión de las naciones del mundo.”.

Aunque respeto y comparto la angustia expresada en estos sentimientos, creo que es destructivo hacer de la Shoá la categoría organizadora dominante de la historia judía moderna y de nuestra renovación renacimiento y nacionales. Es peligroso tanto políticamente como moralmente para nuestra nación percibirse esencialmente como el remanente sufriente de la Shoá. Es infantil y a menudo vulgar intentar demostrar como el sufrimiento del pueblo judío es exclusivo y excepcional en la historia.

Nuestros cuerpos han probado dolorosamente la indiferencia e inhumanidad del prójimo. Hemos sido testigos en nuestra propia carne de la gran maldad moral presente en la sociedad humana. Pero esto no debiera tentarnos a convertirnos en moralmente arrogantes. Nuestro sufrimiento no debería conducirnos a posturas de superioridad moral sino a aumentar nuestra sensibilidad ante todo sufrimiento humano.

No obstante, existen individuos obsesionados con el trauma de la Shoá que proclaman que nadie puede juzgar al pueblo judío. “Ninguna nación tiene el derecho de poner en tela de juicio nuestra moral. No necesitamos tomar la crítica moral del mundo en serio porque lo excepcional de nuestro sufrimiento nos coloca por encima del juicio moral de un mundo inmoral.”

Aquéllos que hacen afirmaciones de este tipo juzgan a otros, pero se niegan a ser juzgados. Al hacer esto, están violando un principio judaico básico: nadie puede juzgar si se niega a ser juzgado el mismo.

Israel no es sólo una respuesta al antisemitismo moderno, sino que es sobre todo una expresión moderna del eterno pacto del Sinai que ha dado forma a la conciencia judía a través de los milenios. No fue Hitler que nos trajo de vuelta a Sion, sino que lo fue la creencia en la eterna validez del pacto del Sinai. No es necesario visitar Iad Vashem para comprender nuestro amor por Jerusalem. Es peligroso para nuestro crecimiento como un pueblo sano si la memoria de Auschwitz se convierte en un sustituto de Sinai.

El modelo de Sinai despierta en el pueblo judío la imponente responsabilidad de convertirse en un pueblo santo. En Sinai, descubrimos la absoluta exigencia de Dios; descubrimos quienes somos por medio de lo que hacemos. Sinai nos llama a actuar, a despertar moralmente, a vivir constantemente con los desafíos de construir una sociedad moral y justa que sea un espejo del reino de Dios en la historia. Sinai crea humildad y apertura a las exigencias de la auto trascendencia. En este respecto, es la antítesis del narcisismo moral que puede resultar del sufrimiento y el verse como víctima.

La centralidad de la mitzvá en el judaísmo hace añicos al egocentrismo y exige del judío que se juzgue a sí mismo de acuerdo a sus actos y no de acuerdo a mitos místicos acerca de la pureza o la excepcionalidad del alma judía. Naase veNishmá (barememos y comprenderemos) fue la respuesta de nuestro pueblo en Sinai. Nosotros nos entendemos a nosotros mismo por medio de lo que hacemos.

Sinai no nos cuenta acerca de la pureza moral de la nación judía, sino acerca de la relevancia de aspirar a vivir de acuerdo a los mandamientos. Sinai expone permanentemente al pueblo judío a aspiraciones proféticas y a juicios. Los judíos nunca se asustaron por el fracaso de implementar responsabilidades pactuales. Inmediatamente después del relato de la revelación en Sinai, se nos recuerda la infidelidad al pacto en la vívida descripción del incidente del Becerro de Oro. Sinai nos enseña que no tiene ningún sentido la elección sin el juicio – no hay privilegios sin exigencias.

Sinai requiere del judío creer en la posibilidad de integrar la seriedad moral del profeta con el realismo y juicio político de un estadista. La política y la moralidad estaban unidas cuando Israel nació como nación en Sinai. Sinai le prohíbe al pueblo judío abandonar jamás el esfuerzo de crear un lenguaje moral compartido con las naciones del mundo.

El renacimiento de Israel puede ser considerado como un retorno a la plenitud del pacto de Sinai – al judaísmo como una forma de vida. Las aspiraciones morales y espirituales de la tradición judía no pueden ser hechas realidad por sermones en Shabat o por soñadores mesiánicos que esperan pasivamente en los márgenes de la sociedad para que la redención irrumpa milagrosamente en la historia. El estudio de la Torá no es un sustituto para la vida real, ni son escapes de las ambigüedades y complejidades de la vida política las oraciones y la sinagoga.

El mundo judío deberá aprender que la sinagoga ya no es más el marco definitorio exclusivo de la vida comunal judía. La seriedad moral y la madurez y sabiduría política deben llegar a nuestra nación si hemos de ser juzgados por la forma en que luchamos para integrar al pacto del Sinai con las complejidades de las realidades políticas.

La creación del moderno Estado de Israel nos ha sacado del aislado mundo del ghetto y ha expuesto al judaísmo y al pueblo judío al juicio del mundo. Ya no podemos esconder nuestras debilidades y nuestros pequeños defectos. Vivimos totalmente expuestos a la mirada del mundo.

Por lo tanto debemos definir quiénes somos por lo que hacemos y no por una obsesión con la larga y noble historia del sufrimiento judío. Al regresar a nuestra tierra y reconstruir nuestra nación, hemos elegido darle más peso a nuestras acciones en el presente que a nobles sueños del futuro o memorias de nuestro pasado heroico.

Al elegir actuar en el Siglo XX en vez de esperar por condiciones mesiánicas perfectas, corremos permanentemente el peligro de cometer serios errores en nuestros juicios morales y políticos. Por lo tanto, debemos responder con madurez a cualquiera que nos critique por nuestros defectos. Ha llegado el momento de liberarnos de nuestra exagerada retórica de superioridad moral. (“nadie nos puede enseñar moral”) y de enfrentar la formidable tarea implícita en el pacto del Sinai.

Los profetas nos enseñan que el estado tiene solamente un valor instrumental con la finalidad de corporizar las exigencias pactuales del judaísmo. Cuando el nacionalismo se convierte en un valor absoluto para los judíos y los juicios políticos y militares no están relacionados al fin más amplio del renacimiento nacional, no podemos ya afirmar que representamos la tradición judaica. En realidad, irónicamente nos hemos asimilado aunque estemos hablando hebreo en nuestro propio país.

Si somos abiertos a la crítica y la apreciamos sin importar de donde provenga, estamos demostrando que buscamos caminar humilde y responsablemente delante del Señor de toda la creación, que exige que Israel dé testimonio de la vigencia de la justicia dentro de un mundo imperfecto.

Es importante recordar que el pueblo judío no fue del sufrimiento de Egipto directamente a la tierra. Primero fuimos a Sinai, hicimos un pacto con Dios, y prometimos absoluta lealtad a los mandamientos. Pasamos años en el desierto desechando el manto del esclavo sufriente.

Traducción Ria Okret

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