Reedición de un clásico contemporáneo

KRONZ, EL VIAJERO DE SÍ

Luego de diez años de aparecida la novela, editorial Alfaguara anuncia la cuarta y definitiva edición, para España y Latinoamérica, de una novela de primer nivel en el fin de siglo. Se trata de la obra del escritor ecuatoriano Javier Vásconez: “El viajero de Praga”. La novedad es que esta edición viene acompañada de un DVD con ensayos de diversos autores a propósito de la obra, entrevistas, testimonios, etc.

      Al comenzar la novela llueve. Pero no es una lluvia simplemente realista, no es la descripción naturalista, en términos usuales,  de un evento climático. Se trata de la creación de una atmósfera que antecede y sigue los pasos de Kronz, un personaje enigmático, sólido en su diseño e imprevisible que evoca –y sólo evoca- cierta matriz existencialista.

      El viajero de Praga es una novela de personaje, construida en torno a un punto central, enigmático, complejo, verosímil, llamado Joseph Kronz.

      No hay antecedentes en la novela ecuatoriana y difícilmente en la latinoamericana de un mundo trazado con tal coherencia en torno a un ser de carne, hueso y espíritu, alejado de los rasgos folklóricos que a menudo impone el arquetipo al uso continental.

La proeza es múltiple: el lector, sobre todo en las primeras escaramuzas,  cree asistir a una novela de traslación espacial, de viaje, a un movimiento “odiseico”, en el sentido homérico o en el sentido joyceano de El Ulises. Pero los escenarios –Quito, Barcelona, Praga- son elementos cuya construcción textual vigoriza  esa mismidad llamada Kronz, ese punto o nudo ficcional que piensa el mundo, que reflexiona y permite reflexionar sin demorar o posponer otra de las esencias o principios vectores de la novela: la aventura.

      No es una novela de tesis. Sin embargo todo es reflexividad en torno al Dr. Kronz o provocada por el Dr. Kronz. Es una novela de aventuras, sin embargo cada peripecia sorprende y se graba a fuego, pues corresponde a una lógica escritural original, profunda. Cartesianamente “clara y distinta”.
      Nada es previsible en el devenir de cada andarivel citadino. Todo se descubre por primera vez. Quito no es –afortunadamente- la postal turística con el Panecillo como pretexto fotográfico y telúrico, Praga es un misterio remotamente familiar donde puede atisbarse el fantasma de Kafka, no por alusión directa sino por la comparecencia de cierto sentido de la saturación, el absurdo y el spleen estetizado magistralmente, Barcelona es un lugar de encuentro y una señal de posible recomienzo.

      Es precisamente esta estetización de un malestar profundo, verificable en los estratos sicológicos, lo que convierte a Kronz en un personaje indeleble, memorable, hermosamente atroz.

      Kronz no es el ejemplo o la muestra simple de una serie, de una clase o tipo de ser humano. Kronz es, antes que nada, un individuo, y de ahí que también pueda percibirse como un individualista, pero no debe confundirse este término con el adjetivo, en este caso ramplón, de “egoísta”. No. En la construcción del personaje de Kronz existe la construcción de una ética personal, de una axiología propia. El protagonista indaga y sobrepasa sus límites, vaga por sus adentros mientras se suceden las referencias exteriores concretas de seres y ciudades ante las que jamás es indiferente.

      Kronz es, sin voluntad transcendentalista ni utópica, el viajero de sí.  Pero en el desarrollo de la acción narrativa, esto es, en la disposición diversa y acertada del tiempo ficcional en la trama, la mismidad de Kronz no se traduce en la inquietud inconveniente y hastiada, en apariencia sin sentido, de un Meursault de L’Étranger, de Camus. Por otra parte, a diferencia del legendario Eladio Linacero, casi inmóvil protagonista de El Pozo, de Onetti, el Dr. Joseph Kronz va al encuentro de “lo otro”, se sumerge en una realidad externa, perceptible, material. Avanza. Una voluntad de ser alienta una voluntad de representación que se traduce en una estructura narrativa equilibrada y a la vez llena de sorpresas.

      Es una novela de personaje, sí, pero la trama ficcional que sostiene este diseño de personaje produce una extraordinaria fascinación. Se suceden atmósferas, planos narrativos diferentes y hasta opuestos, inesperados, que encajan unos con otros con notable acierto.

      La construcción espacio-temporal asombra siempre, descoloca, produce un permanente desasosiego gozoso, muy diferente a la mera variabilidad de sucesivos telones de fondo de una “historia de carreteras” o de una “road movie”.

      Aquí  el cambio se da en una perspectiva bizarra, a veces se trata de un viraje infinitesimal, pero de grandes consecuencias para el decurso de la acción.

      Kronz se hace, se muestra  a sí mismo erigiendo el mundo pavoroso y total de la novela, y, tal vez, encuentra el nudo de sí. “Se sabe”, en el sentido conciente.

      Más allá de la mención de procedimientos técnicos, analépticos y prolépticos, la posible evocación del pasado y la percepción del futuro representa un devenir donde lector y protagonista vuelven a toparse con el suicidio de la madre como un elemento semiótico fundamental, como un indicio patente de que el tiempo no es lineal aunque lo simule.

      En la aventura in/voluntaria de vivir se va hacia el pasado cuando se construye el futuro, se conquista la propia historia pues, a cada paso, la identidad se afirma porque se modifica.

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