¿Qué libertad? o algunas notas sobre Pesaj.*

I.

El 26 de marzo, en su comentario a la parashá de aquel shabat previo al comienzo de Pesaj, el Rabino Daniel Goldman relató la historia de una familia de inmigrantes bolivianos que, en la Argentina de estos años, trabaja en un taller de costura bajo condiciones de explotación, hacinamiento y esclavitud. Al finalizar el relato se preguntaba qué clase de libertad es la que estamos celebrando hoy en Pesaj.
¿Debemos celebrar la libertad en un contexto que aún reproduce prácticas esclavistas? En una comunidad que reproduce estás prácticas cuando compramos, por ejemplo, camisas o trajes de firmas que confeccionan sus prendas en talleres clandestinos. Qué significa la libertad para el pueblo judío y para el resto de los pueblos. Cómo transmitir una liberación que no es tan sólo una ruptura de lazos, sino un instante de captura, una transmisión, un ideal a seguir, un pasaje, una esperanza de futuro.

II.

La festividad de la liberación presenta en su lectura bíblica el vínculo del sacrificio, la sangre y la herencia de Israel. La conexión entre la muerte de los primogénitos egipcios y la santificación de los hijos del pueblo hebreo. La sangre que es espíritu. La conexión de la salida de Egipto con la vida de nuestro primer Patriarca y el sacrificio de Isaac. Los dos pactos de Dios con su pueblo que vuelven a unirse, que nos habitan y atraviesan. El pacto de reconocimiento, en el que Dios se revela a Abraham, y el pacto de herencia y la promesa de redención a través del que Dios, a través de Moisés, constituye a su pueblo, lo libera y le da la ley. Porque Dios mismo pasará entre las casas de Egipto con el castigo de muerte, y Dios mismo salteará –pasará– por alto y no permitirá que el ángel de la muerte entre en las casas de los dinteles y marcos señalados con sangre. Es así que: “cuando entren a la tierra que Adonai les dará deberán celebrar este culto. Y cuando los hijos pregunten: Qué es para ustedes esta ceremonia, les responderán: es la ofrenda de Pesaj a Adonai, que salteó las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando castigó a los egipcios y salvó a nuestras casas y a nuestro pueblo.” (Éxodo 12: 25-27).

Dios hace suyos a los hijos de Israel al impedir el asesinato de Isaac y lo reafirma con la muerte de los primogénitos egipcios. Es en la muerte de los segundos que afirma la santidad de los primeros, la santidad de todo el pueblo. “Adonai le habló a Moisés y le dijo: Conságrame a Mí todo primogénito. Todo hijo mayor de los hijos de Israel… Moisés le dijo al pueblo: Acuérdense de éste día en que salieron de la esclavitud en Egipto pues con mano poderosa Adonai los sacó de aquí. Y no se comerá jametz… Siete días comerás matzot y al séptimo día será festividad en honor de Adonai. Se debe comer matzot durante siete días; no se deben ver jametz ni se debe ver levadura en ninguna de tus propiedades. En ese día le deberás decir a tu hijo: A causa de esto Adonai obró en mi favor cuando salí de Egipto. Estas palabras estarán como señal en tu brazo y como recordatorio en tus ojos para que la Torá de Adonai esté en tu boca pues con mano fuerte Adonai te sacó de Egipto.” (Éxodo 13:1-3, 6-9).
Dios santifica y consagra al primer hijo. Símbolo de herencia. Y esta consagración vincula la pertenencia al pueblo, la ley y su observancia con la celebración de Pesaj. Pero la metáfora de Isaac es el paradigma de esta posesión. Con él los primogénitos del pueblo de Israel, desde Isaac, pertenecen a Dios. Abraham a través de su gesto conforma este pacto que es cerrado con su antítesis, la muerte de los primogénitos egipcios. Y se renueva el pacto con todo el pueblo una vez salidos de la tierra de Egipto.
III.

Maimónides explica en su Guía de perplejos que cada celebración tiene su dogmática y su idea moral. Pesaj nos permite perpetuar el recuerdo de lo ocurrido en Egipto y transmitirlo de generación en generación (Parte III, capítulo 43). Desde celebración de Pesaj hasta la entrega de la ley debemos pensar estos días como un proceso de consagración del pueblo de Israel. El sentido de la salida de Egipto es recibir la Torá, hacernos pueblo y transmitir –de generación en generación– el sentido más profundo que representa el ser-judío. Porque al vaciar la casa de jametz, al preparar los elementos para el seder, al realizar cada kidush o recitando cada Ma nishtaná, estamos perpetuando nuestra historia, rememorando nuestra existencia. Como ha escrito el filósofo italiano Massimo Cacciari en su Íconos de Ley, “el judaísmo no es la Ley, sino más bien el ser-judío (‘judesein’), y esta existencia solamente, este Da-sein efectual puede fundar y confirmar la Ley”. La celebración de Pesaj no sólo recuerda los pesares de la vida en esclavitud y la liberación, sino también el inicio del viaje que nos lleva desde esa libertad hasta el recibimiento de la ley.

IV.

Podríamos pensar entonces –como entre tantos también lo hizo Franz Rosenzweig– la constitución, heredad y trascendencia del pueblo judío por la sangre. Sin embargo, la sangre no es entendida racial o políticamente, sino espiritualmente a través de su lectura bíblica en donde Dios no permite consumirla, porque en ella se encuentra el espíritu del hombre. “Pues la sangre de todo ser viviente está ligada con su fuerza de vida. Y por eso les ordené a los israelitas: No coman la sangre de ningún ser viviente, pues la vida de todo ser viviente es su sangre.” (Levítico 17:14).
La eternidad del pueblo judío por la sangre, como la idea bíblica en la que es en la sangre en donde descansa la vida del pueblo judío. De ahí que podamos leer que es a través de este concepto o idea que se incluya el fundamento del judaísmo como un valor cultural, moral y simbólico de revelación de Dios a los hombres, constitución del pueblo judío.
Y esto se vincula directamente con el carácter implícito en Pesaj de liberación y viaje. Porque no hemos sido pueblo sin el caminar, sin el desierto; porque no hemos vivido la revelación sin el andar, sin el Exilio. Constituimos en nosotros mismos nuestras propias raíces, y las llevamos sobre la espalda como la matza, el pan ácimo que es esencia, en el que nada está de más. La celebración de Pesaj también nos recuerda nuestra eterno caminar, en donde nos arraigamos a nosotros mismos en nuestros cuerpos y espíritu, en nuestra sangre y a través de ella.

V.

La libertad no es tan sólo la no-esclavitud. Libertad es transformación. Es sinónimo de pueblo y de comunidad. De espíritu y de herencia. De responsabilidad y de Ley. Libertad es aparición. La libertad para el pueblo de Israel significa (siempre en un pasado que mira al tiempo que viene, a un presente que se vuelve futuro) el ser mismo del pueblo. Y no solamente libertad política. Es una libertad que se expande, que se extiende por la teología, por la filosofía, por la religión.
La libertad no es tan sólo la libertad del hombre como individuo. Sino del hombre como pueblo, como un todo-judío que se autodetermina. Somos hijos de los padres y padres de los hijos. Somos herencia de los ancestros e hijos de sus palabras. Somos hijos del mismo Dios que nos sacó de Egipto, al que fuimos consagrados y por el que año tras año dejamos lo que sobra, lo que leuda, el jametz, para comer solamente matza, para buscar la esencia, para esperar el momento en que Dios se revelará y nos dará la Torá. El judaísmo vive como una totalidad y en cada nuevo Pesaj nos regala la posibilidad de volver a ser el liberado, el consagrado, el responsable frente al otro.
El ser-libre “hace”, mueve, mantiene en continua constitución nuestra responsabilidad por habitar la tierra, nuestro pacto con Dios, nuestro humildad frente al otro. Ser libre es atravesar el desierto, recorrerlo en un viaje exterior e interior. Y cada palabras se presenta aquí y ahora. Nos interpela. Nos cuestiona. Como escribió Maimónides, Pesaj tiene una idea moral que contiene la rememoración y nos dice que no podemos dejar de ser el pueblo liberado que en su viaje se construye, que en su constitución se hace pueblo, que en su Exilio se reconoce. Dios evitó que el ángel de la muerte entre en nuestras casas marcadas con sangre, y perecieron los primogénitos de Egipto y consagró –como al salvar a Isaac– a los primogénitos de Israel como heredad.

¿Qué libertad celebramos en este Pesaj?
Aquella que nos permite estar hoy celebrándola. La libertad de la autonomía y de la construcción. La libertad de haber sido liberados de la esclavitud y de ser responsables por no reproducirla. Ni antes ni ahora ni nunca. La libertad de haber recibido la Torá y de guardar los Mandamientos. La libertad de saber que somos responsables de nuestras acciones como lo fuimos de nuestros pasos y lo seremos de nuestra descendencia. La libertad de Moisés, de Aarón, de Maimónides o de Rosenzweig; de cada uno que nace y de cada uno que muere. La libertad de ser judío y ser hombres de éste mundo. La libertad que nos debe avergonzar si frente a nosotros sigue existiendo la esclavitud y el hombre del mundo que vivimos reproduce estas prácticas aberrantes. Porque entonces, no estamos aún en plenitud para levantar la cara y mirar el otro rostro sin correr la mirada.


* Quiero agradecerle a Jana Jeifetz por su ayuda, que me ha aclarado desde su conocimiento filológico algunos elementos aquí desarrollados.


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