Herr Professor, una biografia de Freud

freud escritorio

 

Elisabeth Roudinesco. La historiadora le da relieve al padre del psicoanálisis, resalta su genialidad y también su actitud “paraestatal, neutral y autoritaria”.

 

Hacer la biografía de Freud era una tentación enorme para una historiadora de la cultura del siglo XX como Elisabeth Roudinesco. Porque fue él quien nos dijo que todas nuestras vidas, aun las más oscuras e infames, pueden ser observadas como una novela que nos venimos contando desde muy chicos. Imaginar cómo funciona esa novela personalizada con el creador de “el sistema biografía” del siglo XX, es un desafío interesante. 

 

Al mismo tiempo, toda gran biografía existe por una identificación entre el biografiado y su escritor. Johann Peter Eckermann escribió la de Johann Wolfgang von Goethe, porque Goethe lo eligió. El modelo perfecto de esa relación es el de Samuel Johnson y su biógrafo, James Boswell, de fines del siglo XVIII en Inglaterra. No sólo es el origen de la biografía moderna: también hace que ambos existan porque esa biografía los unió.

 

Elisabeth Roudinesco, que escribió una monumental (y controvertida) La batalla de los 100 años. Historia del Psicoanálisis en Francia tanto como la primera biografía de Jacques Lacan, entre otros, no se iba a perder formar parte del ejército de escritores que trabajaron sobre la vida de Herr Professor , como ella llama, a Freud. Rápidamente se hace cargo de las precedentes; la primera, de Ernest Jones, la de Peter Gay, la de Emilio Rodrigué al que acusa de “versión latinoamericana que hace de Freud un personaje de Gabriel García Márquez”. Esta versión, la de ella, tiene desde la introducción un propósito doble. Por un lado presentar una versión sin fantasías de perversión o transgresión en la vida privada de Freud (fantasías que son adjudicadas al valor de mito que tiene Freud hoy); y, por otro lado, volver a valorar al creador de una disciplina que, en estos últimos años, por primera vez, luego de un siglo de éxitos desde su fundación, aparece acorralada por la industria farmacológica estadounidense.

 

El Freud que nos presenta Roudinesco, entonces, es un doctor y profesor ubicado en su historia. En la historia. Para ellos recurre a la bibliografía crítica de Freud que desde hace veinte años lo sigue manteniendo como referente. Desde el Freud de Carl Schorske, que fecha e historiza los sueños de Freud en la Fin-de-Siècle Vienna . Y allí donde Freud lee sus propios sueños como fantasías edípicas, Schorske les impone la pesadilla del antisemitismo de la ciudad de Viena y la formación del nazismo y el terror. Y también la otra historia la de un profesor en la Europa victoriana que trata de fundar una disciplina de liberación al mismo tiempo que está obsesionado por el control de la masturbación juvenil (en sus pacientes, en sus hijos e hijas) y la fijación de esa conducta en la personalidad en acuerdo total con las doctrinas higienistas de su tiempo. Tanto como puede pasar rápidamente de la terapia de la mujer histérica (que para Roudinesco es el síntoma fechado de una incipiente liberación del cuerpo femenino) a la más moderna neurosis que representa de manera más plena al sujeto confundido del siglo XX.

 

Para ese hombre que Roudinesco coloca en la Belle Epoque y que comparte con sus contemporáneos todo eso que la Belle Epoque nos dejó: el terror de las guerras y la fantasía de un progreso humano que en ese momento es visto como liberación. La liberación sigue siendo aquella que soñaban los revolucionarios: la de la conciencia, la de sumergirse en la profundidad oscura de la mente pero con una antorcha que va iluminando el paso. Freud es un iluminista que se atreve a surcar los territorios oscuros del pensamiento: no es una casualidad que antes de identificarse con el progreso de la medicina, esta biografía vaya a buscar su antepasado en Franz Anton Mesmer, el médico de la ilustración esotérico, oscurantista, hipnotista, etcétera... Es decir otro científico que fue a buscar, como Freud, el material y la técnica de su disciplina en lo más lejano a sí mismo y a su vademécum: en las disciplinas oscuras del alma, en el corazón tenebroso de la brujería y en el misterio inescrutable del arte. Roudinesco se ocupa muy seriamente de explicarnos que un liberador no necesariamente era un hombre libre. Y que si bien podía sortear las imposiciones de la técnica y la ética que la disciplina que él mismo había creado demandaban, le era imposible, por otra parte, deshacerse del placer que le provocaban las adicciones (básicamente al tabaco y la cocaína).

 

Siendo su obra uno de los factores fundamentales en el desarrollo de la literatura del siglo XX, tenía muy poca relación con la literatura más moderna de su contemporaneidad y se sentía más cómodo en el diálogo con los escritores más cercanos al gusto finisecular. Detestaba y abjuraba de la obra de Proust, por ejemplo; pero pudo mantener un contacto epistolar intenso con Romain Rolland. Y si bien no le importaban e ignoraba cortésmente las evoluciones de la obra de Virginia Woolf (la editorial de ella y su marido Leonard Woolf y su grupo hacían un culto de su obra y James Strachey, un “Bloomsbury” de pura cepa, fue su traductor) sin embargo era un lector asiduo y se permitía debatir con Thomas Mann, sobre su obra reciente. Estaba dispuesto a discutir con Stefan Zweig su versión de él mismo (que comparaba a Freud con una de las nuevas religiones americanas y una de sus líderes), pero desconocía todo gesto vanguardista que tomara en cuenta su obra. Su universo era, claro, los clásicos, Sófocles, Shakespeare, Cervantes; del mismo modo que no se sentía atraído por el surrealismo (basado en sus teorías) y sí por los gestos tortuosos de los retratos de Leonardo Da Vinci.

 

Pero el aspecto más controvertido de la biografía de Roudinesco acaso sea la responsabilidad que ella adjudica a Freud en la evolución de la institución psicoanalítica. Es para ella, la misma ansia de desarrollo internacional de la disciplina, la que la hizo crecer fuera de toda reglamentación estatal, de toda institución que no fueran las aprobadas por él y su círculo estrecho e incluso por su familia a los que trataba de ordenar en una especie de neutralidad política a lo largo de la convulsionada Europa de esos años. Pero también cierto carácter nepótico del psicoanálisis (Freud padre y su hija Anna; el desgraciado vínculo entre Melanie Klein y su hija; Lacan y su familia) que no sería sino sintomático, diría un seguidor. De acuerdo con Roudinesco es ese carácter paraestatal, neutral, y autoritario, lo que hizo de la disciplina muchas veces cómplice de regímenes fascistas o abiertamente totalitarios, entre los que nombra los casos de Brasil y la Argentina.

 

Claro que el momento duro y peligroso del antisemitismo europeo encontró a Freud ya viejo y cargando con un cáncer de mandíbula durante dieciséis años, suficiente para que lo que comenzaron a llamar la “ciencia judía” no se pudiera contraatacar exitosamente con un pequeño libro final como Moisés y la religión monoteísta.

 

La última parte del libro de Roudinesco traza un esbozo familiar de Freud, sus hijos, sus hermanas (las cuatro asesinadas en campos de concentración) sus nietos, de los cuales sólo Lucien Freud, el pintor, tuvo una vida tan sobresaliente como la de su abuelo. También se ocupa de las biografías que fueron apareciendo de Freud. La de Jones; la de Gay, que ponen esa vida que va a cumplir un siglo, en la perspectiva de lo totalmente contemporáneo. Como esta, que dice que el tiempo de Freud todavía sigue siendo el nuestro.

 

Por: ARIEL SCHETTINI

Fuente: Revista Ñ - Clarín

 

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos