Ante lo profano por excelencia

muerte de sara by dore

Si Dios existe y efectivamente escribió la Biblia –mediante unos amanuenses–, entonces querría decir que fuimos creados por un novelista. Ese libro que es fuente para las tres principales religiones monoteístas también es un manantial de literatura.

 

Quizá por eso muchos narradores han intentado medirse con aquel novelista divino y su texto. Thomas Mann lo hizo en su tetralogía José y sus hermanos . Ahora Sergio Ramírez retrocede en el Génesis unos quince capítulos, hasta los bisabuelos de ese José: Sara y Abraham (el hombre que descubrió a Dios, según Mann). El resultado no es divino, es muy humano.

 

 

Incestos. Proxenetismo. Intentos de parricidio. Adulterios consentidos. Ciudades entregadas al vicio. Reyes soñadores. Angeles exterminadores. Todo eso y más hay en la historia bíblica de Abraham. Y en Sara , la nueva novela de Ramírez.

 

El relato comienza en vísperas de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Tres jóvenes se presentan ante la tienda de Abraham montada en el desierto. Este se prosterna porque ve en ellos ángeles. En cambio Sara, escondida tras una cortina de la tienda, sólo ve a unos adolescentes tontos que se ríen por nada, que ensucian sus alfombras y que se burlan prometiéndoles una descendencia infinita. ¡Pero si ella es vieja y estéril! Tan estéril que unos años antes incitó a su marido a acostarse con una esclava para que al menos él tuviera un hijo.

 

Sara es una mujer rezongona, amarga y escéptica. Nunca ha escuchado esa voz que cada tanto le ordena a su marido dejarlo todo para volver a errar de acá para allá. Por culpa de esa voz fueron a parar a Egipto, donde el faraón la convirtió en su concubina con el asentimiento del pusilánime Abraham, quien afirmó que sólo era su hermano y así ganó riquezas a cambio de entregarla. Sara no puede creer que un ser superior les mande someterse a pruebas tan tristes como humillantes. Sólo unos días antes otros mensajeros le ordenaron a Abraham circuncidar a todos los varones de su casa, incluso a sí mismo. Ahora el adolorido patriarca apenas puede con el dolor de su miembro recortado pero igual se prosterna cuando los “ángeles” vuelven.

 

Por eso Sara se ríe cuando estos muchachos imberbes y mal educados reiteran que quedará embarazada y que de su hijo nacerá un linaje de reyes. “No fue ninguna carcajada ni nada por el estilo (…), sino una especie de graznido despectivo que mostraba incredulidad y desprecio.” Los supuestos ángeles escuchan la risa de Sara y la regañan. Ella siente miedo y niega haber reído. Por si acaso, es mejor no ofender a ese dios colérico del Génesis. Sobre todo cuando enseguida estos muchachos anuncian que destruirán un par de ciudades con sus habitantes, justos y pecadores por igual. El autor no se limita a recontar los capítulos correspondientes de la Biblia. Empleando los recursos de la novela moderna –monólogo interior, estilo indirecto libre, interpolaciones ensayísticas y metaliterarias–, Ramírez relativiza las severas certezas del narrador bíblico. Para ganar perspectiva, el novelista desplaza el punto de vista desde el crédulo y obsecuente patriarca Abraham a la escéptica y rebelde matriarca, Sara. Aliado con ella el narrador de la novela propone un relato alternativo plausible: es Sara –y no un ángel– quien detiene la mano del fanático Abraham cuando está a punto de degollar a su hijo. Y es ella quien avisa a su sobrino Lot para que él y su familia se hagan agradables a los mensajeros del iracundo Jehová y así se salven del fuego que arrasará las ciudades de la llanura.

 

Pese a que todos sabemos cómo acaba esa parte de la historia, Ramírez genera un tirante suspenso mediante hábiles alteraciones del orden cronológico. Mientras corre hacia Sodoma para avisarle a Lot, Sara rememora sus aventuras junto a Abraham siguiendo ambos las órdenes incomprensibles de ese Dios que nunca se dirige a ella. El dolor de Sara ante esos mandatos inescrutables, que torcieron tantas veces su vida, anticipa la angustia del lector cuando el terrible diluvio de azufre ardiente destruye miles de vidas en las ciudades condenadas. “Y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno”, dice la Biblia y lo repite esta novela.

 

Una novela es lo contrario de un texto sagrado. La novela es el texto profano por excelencia. En su ficción, Ramírez profana la supuesta intangibilidad del libro santo, representándolo como un drama humano, contradictorio, incierto. A cambio, la historia bíblica de Sara y Abraham se vuelve, precisamente, más tangible. Casi podemos tocar al patriarca y a su mujer: campesinos sencillos, anonadados por el misterio de fuerzas que no comprenden. El, dispuesto a creerlo todo; ella, a dudarlo todo. Esta antigua pareja discute mucho y concuerda en pocas cosas, pero una de ellas es seguir juntos. Nosotros también los seguimos, hasta en la intimidad que el texto bíblico omite.

 

La prosa característica de Ramírez –rica, dúctil y sensible– nos hace oír incluso a esos que en la Biblia callan. Y también nos permite escuchar su risa. Esta risa desdeñosa con la cual Sara protesta, hasta hoy: “¿Cuál será la idea de este juego? ¿Y por qué lo juega con nosotros?”.

 

Por Carlos Franz

Fuente Revista Ñ - Clarín

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