El sentido universal de la moral y la justicia.

En un artículo de 1910 sobre las Afinidades entre la filosofía kantiana y el judaísmo, el filósofo judeoalemán Hermann Cohen desarrolla la idea de que la esencia de Dios es la moralidad, y solamente la moralidad. Esto es, según Cohen, lo que conforma la naturaleza divina. Idea que debe ser distinguida de lo que podemos considerar la naturaleza física o material, ya que ella es la creación de Dios. Es por ello que, según Cohen y en oposición a Spinoza, Dios no puede ser pensado como naturaleza, porque es esa distinción la que está implícita en el concepto de unidad divina porque para Cohen “El significado mismo de toda la creación es ser un vehículo para la moral.”

Podemos decir enconces que naturaleza y moralidad no son una. Sin embargo, ambas tienen su origen y se encuentran garantizadas por la unidad de Dios. Ambas, a pesar de su diferencia, interactúan y están conectadas a un mismo punto, al hombre. Así es que según Cohen cuando vivimos en conformidad con los preceptos morales no somos animales –meras criaturas de la naturaleza– sino por el contrario, somos miembros del universo moral. Y es la idea de Dios la “que me da la confianza de que la moral se convierta en realidad en la tierra.” Porque no puedo vivir sin esta confianza, no puedo vivir sin Dios. Es el postulado sobre la unidad de Dios –fundado en base al precepto de “Dios único” y su relación con la moralidad– el origen del monoteísmo y aquello que el monoteísmo da de herencia a la humanidad, o sea, la idea de una moral fundamentada en el sentido de “Dios único”.
En sus Cuatro lecturas talmúdicas Emmanuel Levinas publica una conferencia llamada “¿Viejo como el mundo?” que gira en torno a un comentario del tratado Sanhedrin (36b-37a) del Talmud. Éste versa sobre el tribunal supremo de justicia, el sanedrín. El tribunal supremo, según los sabios, constituye el ombligo del universo y por ello, según nos lo comenta Levinas, existe para el judaísmo un carácter de centralidad de la justicia absoluta. Justicia que ejerce el sanedrín: justicia de la Torá.

Ahora bien, la pregunta que recorre la reflexión de Levinas es la pregunta por si es necesario al mundo el judaísmo. Mejor dicho, qué es lo que el judaísmo le da al mundo por lo que se vuelve necesario y por lo que sale de su retiro de la historia. Y la respuesta la encontramos en la significación universal del tribunal de justicia, de la justicia fundada en los preceptos divinos: es la protección del universo. “El universo –explica Levinas– únicamente subsiste por la justicia que se hace en el sanedrín. El papel del judaísmo, cuyo centro es el sanedrín, es un papel universal, una diaconía al servicio de la totalidad del ser.”
Pero Levinas continua su comentario del texto y explica que la justicia necesita, como el sanedrín, jueces que la conformen. Pensando en jueces el texto talmúdico habla de un “cerco de rosas”: “aunque la separación no sea más que una cerca de rosas, no habrá en ella brecha alguna.” Levinas se pregunta por su significado. La rosa es una tentación, figuración del mal según la Biblia, y sin embargo sólo un cerco de rosas separa la virtud de la tentación por el mal. Ese es el significado de la metáfora. Los jueces deben ser hombres excepcionales: “El judaísmo concibe la humanidad del hombre como susceptible de una cultura que lo preserva del mal, pero superándolo de él por un simple cercado de rosas.” Pero ya no es el juez al que refiere el texto, como observa Levinas, sino al pueblo judío como una totalidad. Y el objetivo esencial del texto talmúdico en el que se encuentra nuestra lectura es el de la realización de un ser humano en el que una cerca lo proteja de la tentación; esta cerca es el cumplimiento de los preceptos, las mitzvot. “Lo que nos detiene –del mal dice Levinas– no es en absoluto el yugo insoportable de la Ley, que a san Pablo le daba miedo, sino una cerca de rosas. La obligación de cumplir los mandamientos no es para nosotros una maldición: nos trae los primeros perfumes del paraíso.”
Y es esto lo que el judaísmo aporta al mundo: “un modo de existencia guiado por las mitzvot”. Y sin embargo no es suficiente. Porque el texto talmúdico prosigue y lo que cuenta ahora es de un sabio que rezaba por unos “bribones” de su vecindario para que hicieran teshuvá, o sea, se arrepintiesen, regresaran. Sin embargo, no fue hasta que el sabio murió que los bribones no se dieron cuenta que ya nadie rezaría por ellos, y entonces hicieron teshuvá. Estos nos muestra, según Levinas, que no sólo son suficientes los preceptos, sino que también deben ir acompañados por la responsabilidad hacia el otro. Y en eso se fundamenta también el sentido universal de la justicia dada por Dios a través de sus profetas. La responsabilidad por el otro.

La vuelta a la religión en la individualidad de uno mismo no es un regreso, sino “hedonismo espiritual”. Volver, regresar, hacerse nuevamente de los significados más profundos de nuestro pueblo es darse la posibilidad de formar parte de una comunidad. Un vínculo que incluye el respeto por el otro como por uno mismo, y que imagina en ese otro no sólo al judío, sino al hombre. Creer en Dios es creer en esta moral que es parte de todos y que nos exige una responsabilidad: la del respeto y la justicia.


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