A partir de Shavit

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La Torá habla indistintamente de Israel como persona, como pueblo, o como lugar, y algo de eso se podría decir también del enfoque de Shavit en “Mi tierra Prometida”: más allá de la investigación, de las entrevistas y la documentación impecables, el libro personifica, subjetiviza y encarna, habla de las preocupaciones de Israel y de sus recursos internos, espirituales, para enfrentarlas, desde la premisa de que la cuestión israelí no se puede resolver con argumentos, sino explorando la narrativa, contando la historia de Israel.

El enfoque y la premisa importan por sí mismos, porque en conjunto implican que la identidad narrativa en este caso funciona como recurso de defensa, como arma. “Israel ¿está perdiendo su alma?”, se pregunta Shavit en otro artículo, y cuando habla del alma, se refiere a sus valores y a su rostro, es decir, a su identidad. El arma de Israel, es su alma. Por eso, explora la narrativa desde 3 preguntas: ¿qué (o quien) es Israel? ¿por qué Israel? y ¿podrá Israel?

Desde ése ángulo de lectura, se puede extraer del texto una historia de las imágenes que hemos tenido de nosotros mismos como pueblo allí, un proceso que se lee en las metáforas que usa, muchas veces asociadas a la sucesión de los distintos sionismos (romántico, utópico, político, socialista, militar, religioso, etc). El ejercicio es interesante porque muestra cómo la imagen que tenemos de nosotros mismos como judíos es también la imagen que nos hacemos de Israel, de la tierra, y de los otros en ella. Pero sobre todo, importa porque es donde se ve hasta qué punto la autoimagen en acción, que es la narrativa, funciona como un arma, y de doble filo: puede empoderarnos para defendernos o atacar, y también podemos lastimarnos con ella; condiciona los caminos que somos capaces de ver y transitar, nos embreta o nos libera, nos abre o cierra posibilidades, nos habilita o inhabilita para actuar, activa o desactiva los recursos internos.

La primera palabra es “miedo”; el texto parte del miedo existencial, del fantasma de la extinción, de Atlántidas y Pompeyas. En el planteo inicial, de 5 puntos, lo primero es la noción de que la situación es de conflicto perpetuo, de que no hay paz al alcance; la imagen será la del brazo que debe mantenerse en alto por tiempo indefinido soportando el peso de la espada. Los 4 puntos restantes, que él formula como pregunta, y en términos más bien de filosofía política, se pueden leer también como los recursos internos para enfrentar esa situación : el sentimiento de superioridad, estratégica, (otrora materializado en Dimona y la fuerza nuclear), la convicción, respecto a la legitimidad del Estado de Israel, hoy erosionada; el poder vinculante de la identidad, basada en valores democráticos y liberales y en la integración social, y el poder ejecutivo y la capacidad de orientación, ante múltiples niveles de fractura. Y al respecto, el texto es la historia de un proceso de debilitamiento y autodeslegitimación, de desintegración social y pérdida de factores vinculantes, de división y disfuncionalidad: de Israel perdiendo su alma.

Condensados esos puntos en metáforas, son notorios los cambios en la relación entre los términos: nosotros, la tierra, los otros. Desde la sucesión de autoimágenes hegemónicas y vinculantes de los primeros sionismos que nos permitieron funcionar, sentirnos legítimamente justificados al entrar a Israel, al ir asentándonos en el el territorio, o incluso al desalojar Lod, van desfilando los huérfanos de la madre Europa enloquecida buscando refugio en una tierra solitaria, vacía; los jóvenes musculosos sanando un pueblo al sanar esa tierra enferma, y creciendo orgánicamente y en armonía con vecinos; la sólida fortaleza en el desierto, Masada que no volvería a caer, frente a enemigos de la libertad; el revoltijo de migrantes quemando sus pécales, pasados y contextos en el fuego del crisol para ser moldeados a imagen del Israel ilustrado, secular y ashkenazí. Y luego, el quiebre del “nosotros” y el surgmiento de “yos”, de la normalidad y de la locura, de imágenes múltiples y enfrentadas, de otredades internas y mutaciones malignas, ….y de autoimágenes en los otros: el doble filo del arma. “Los Nabucodonosores de otros, deseando ser sus Jeremías” ; “los otros de nosotros mismos, viniendo de los pogroms, desposeídos, a producir pogroms y desposeídos”; el Reino sagrado y espiritual del Israel de la montaña, contra el Estado de Israel falto de espíritu del valle; el occidente vs el oriente judíos (el alma herida oriental, mística y tradicionalista, inferior, defectuosa, marginada, vs la Europa lejos de Europa); los asentamientos, contra todos, como “embarazo ectópico, fuera de la matriz de la ley, del Estado y de las fronteras”; el campamento de detención, donde “los agarramos de las pelotas y ellos a nosotros por la garganta” . Y los invitados convertidos en amos, y el “party now” o el nuevo crisol del centro comercial barato y banal, vs “la condición israelí” , y el paso del mito del kibutz, al de Top Gun, y al de la innovación, la empresa de alta tecnología y el reinicio de la nación. …

Shavit hablar de contar, yo diría contarNOS; habla de LA historia, pero su sucesión de metáforas deja muy claro que no hay LA historia. Emergen del texto el papel de la elección entre las narrativas posibles, modos de crear narrativa, amenazas a neutralizar e ingredientes a incluir. Habla de vitalidad y de revivirnos, como colectivo, desde el ethos del “sí se puede” individual; así como nos muestra expertos en batallas cuesta arriba, en superar amenazas y debilidades, en desafiar al destino e ir más allá de los límites, nos recuerda que podemos volver a inventar otro nuevo mundo, otro nuevo judío, otro nuevo Israel.

 

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