Recuerdos de la visita del místico literario argentino a la Tierra Santa, y de su grado de sionismo.
En 1969 estaba viviendo en Jerusalén, esperando para ser reclutado en el ejército israelí, para el que me había ofrecido como voluntario unos meses antes. Por amigos de la Universidad Hebrea, me enteré que Jorge Luis Borges visitaría Jerusalén y que hablaría esa tarde en la universidad.
Llegué a una sala de lectura llena en el campus Givat Ram de la universidad, donde Borges habló en un inglés con algo de acento, suavemente pero muy claro. Había un aura de profeta ciego en él, y su audiencia estaba claramente embelesada. En sus primeras observaciones estableció claramente que se sentía privilegiado de estar en Jerusalén, una ciudad en la que se le dio tanta atención en el milenio. Estaba particularmente fascinado por la mezcla de lo viejo y lo nuevo en Israel. En aquella visita de 1969, Borges estuvo diez días en Israel. Volvió para una segunda visita, de más corta duración dos años después, y frecuentemente reflexionaba sobre estos viajes a Jerusalén en poemas, cuentos y ensayos posteriores.
La audiencia en la conferencia de Borges de 1969 esa tarde en Jerusalén era internacional e incluyó varios argentinos-israelitas. Muchos judíos argentinos vinieron a Israel a fines de la década del 60 y principios de los 70. Algunos de ellos se unieron a kibbutzim. Muchos en la audiencia habían leído a Borges –ya sea en hebreo, español o inglés- y estaban entusiasmados por escucharlo. Había algo profético en su discurso, y tenía la sorprendente habilidad de citar largos fragmentos de poesía y prosa de memoria. Su sonrisa era cálida y a veces alegre. Respondió preguntas de la audiencia, y nos hizo reír. Definitivamente no fue una "conferencia" como las que conocemos en la Universidad Hebrea, una institución frecuentemente etiquetada como "la última Universidad alemana del Siglo XIX". La mayoría de las conferencias de la Universidad Hebrea eran germanas en el estilo, y emitidas con una considerable reserva académica. La charla de Borges fue una performance con matices brindada con un sutileza. Fue más como una vivaz lectura de poesía que una conferencia, y la audiencia esa tarde fue reticente de dejar al autor irse del escenario.
Esperamos que Borges hablara de su interés en la Cabalá, y no nos decepcionó. Pensábamos en Borges como un místico literario. Algunas de las preguntas dirigidas a él fueron: ¿Veía afinidades entre sus historias especulativas y cuestionadoras, y las historias del jasidismo? ¿Sentía una afinidad hacia Kafka? ¿Fueron sus ficciones influenciadas por las leyendas místicas de la tradición judía? Respondió afirmativamente a estas preguntas. Dijo que la Cabalá formó una "técnica" en su arte, una idea de la que dio un indicio en su ensayo de 1931 "Una Vindicación de la Cábala". Haberlo escuchado esa noche en 1969 fue un punto de inflexión en mi propio desarrollo intelectual. Durante los cinco años previos a venir a Israel, en 1968, cuando tenía 21 años, había leído ampliamente literatura universal, estaba hambriento por un conocimiento más amplio de la cultura después de la completa inmersión en el mundo de textos rabínicos. Leer y escuchar a Borges me introdujo a la presencia de lo hebreo en la literatura universal, una presencia de la que casi no era consciente. Al escuchar su conferencia, me di cuenta que la visión de Jerusalén del escritor estaba relacionada con sus ideas literarias de la eternidad y el tiempo. Esta mezcla de lo antiguo y lo moderno, lo concreto y lo metafísico, fue la técnica central de Borges como escritor.
Esa tarde de 1969 en Jerusalén, Borges todavía estaba en la mitad de su viaje por lo hebreo, lo cabalístico y lo místico, un viaje que continuaría hasta su muerte hace 29 años este fin de semana, en 1986. En su conferencia volvió una y otra vez sobre la figura del golem, el ser artificial que se le dio vida a través de maravillosos conejos trabajadores del folklore judío. El poder de crear un golem era divino; era un poder que los adeptos codiciaban y temían. Borges leyó ampliamente el material del golem y en su primera visita discutió esta historia con el Profesor Gershom Scholem de la Universidad Hebrea. En su segunda visita, en 1971, fue galardonado con el Premio Jerusalén.
Para Borges, "la Biblia fue una de las primeras cosas que leí o de la que escuché hablar. Y la Biblia es un libro judío" y la raíz de todo eso es valioso en la cultura occidental. Esta actitud fue el legado de sus más grandes influencias infantiles, su padre y su abuela materna. Con el crecimiento del fascismo en Europa y Argentina, la Biblia asumió una importancia aún más grande en su mente. La Biblia representaba moralidad, justicia y la voz profética. El fascismo, con su hostilidad hacia la religión y las personas de la Biblia, era el enemigo de la cultura y moralidad. Esta actitud "bíblica", antifascista y cultural fue ejemplificada en un conocido proyecto literario, la publicación de 1944 de "Los Diez Mandamientos: diez novelas cortas sobre la lucha de Hitler contra el Código Moral". Entre los autores que contribuyeron a este volumen estaban muchos admirados por Borges: Thomas Mann, Rebecca West, Franz Werfel y Sigrid Undset. Este libro fue publicado en español y otros idiomas europeos y tiene una amplia distribución en las Américas.
Borges estaba en sus treinta cuando la política argentina se tornó de derecha. Este cambio político fue precedido por décadas de agitación y legislación antisemítica, incluyendo leyes de inmigración restrictivas hacia los judíos. En artículos del periódico Buenos Aires en la década del 30 y 40, Borges despiadadamente atacó a los Nazis y todos sus simpatizantes argentinos, y lo hizo con un lado de tristeza que solo un amante del idioma y la cultura alemana podría manifestar. En 1937 Borges hizo una reseña de un libro para niños que formulaba lo siguiente: "No confíes en ningún zorro en el verde pastoral ni en ningún juramento de judío": "Su objetivo es instalar en los niños del Tercer Reich una desconfianza y animosidad hacia los judíos... El dijo: "qué puedo decir sobre semejante libro". Personalmente estoy indignado y enojado, menos por Israel que Alemania, menos por la comunidad ofendida que por la nación ofensiva. No sé si el mundo puede estar sin una civilización alemana, pero sí sé que su corrupción de enseñar odio es un crimen".
En Argentina, como en Alemania, el sentimiento político pro-nazi estaba inmediatamente relacionado con el antisemitismo. En un artículo del periódico Buenos Aires en 1940, Borges se burló del sentimiento pro-alemán argentino: "El germanófilo es a su vez antisemita: desea expulsar de nuestro país a una comunidad eslavo-germana en donde predominan nombres de origen alemán (Rosenblatt, Gruenberg, ...) y que habla un dialecto alemán, Yiddish".
En el Buenos Aires de 1930, Borges era un miembro del "Comité contra el Racismo y Antisemitismo" y su postura antifascista y filo-semita generó acusaciones de que era de origen judío. En 1934, la revista de derecha Crisol, hizo la acusación. En el contexto de la postura anti-inmigración y antisemita de la revista, el artículo habló del "linaje judío maliciosamente escondido" de Borges. Borges argumentó con la brillante sátira: "Yo, judío", publicada en la revista literaria Megáfono. Menciona algunos ancestros que vinieron de "raíces judeo-portuguesas", pero no encontró ninguna evidencia que apoye esta aseveración:
"Doscientos años sin tener la posibilidad de descubrir al israelita, doscientos años sin conseguir encontrarlo. Soy agradecido de Crisol por haberme incitado a seguir estas investigaciones, pero tengo cada vez menos esperanza de ascender al Altar del Templo, al Mar de Bronce, a Heine, a Gleizer [la editorial argentina], a los Diez Hombres Rectos, a Eclesiastés, y Charlie Chaplin... ¿Quién no jugó a buscar a sus ancestros, imaginando la prehistoria de su raza y sangre? Yo jugué a menudo, y no me desagradó imaginarme como judío. Es un asunto de una simple hipótesis, una modesta aventura sedentaria que no puede lastimar a nadie –ni siquiera la buena reputación de Israel- en vista de que mi judaísmo, como las canciones de Mendelssohn, no tiene palabras".
Mientras Borges disfrutaba de una fantasía de orígenes judíos, también la satirizaba. Es consciente de qué tan persistente y común es una fantasía cristiana, y también es consciente de cómo los judíos son individualizados para su persecución. "Hablando estadísticamente," escribió, "los judíos son muy pocos. ¿Qué pensaríamos de alguien en el año 4000 que descubre que en todos lados hay descendientes de los habitantes de la provincia de San Juan ([una de las menos pobladas de Argentina)? Nuestros inquisidores están buscando judíos, nunca fenicios, númidas, escitas, babilonios, hunos, vándalos, ostrogodos, etíopes, medos, otomanos, bereberes, bretones, libaneses, cíclopes u otros. Las noches de Alexandria, Babilonia, Cartago, Memphis nunca tuvieron éxito al poner en peligro a un solo ancestro, fue sólo a las tribus del Mar Muerto que ese poder les fue garantizado."
Treinta y cinco años después de que escribió estas palabras, Borges vino a Jerusalén y continuó su relación de admiración con los textos judíos y las personas judías. En su conferencia de 1969 en Jerusalén, Borges hace claro su entusiasmo por la idea y realidad de un estado judío. Sí, era ciego, pero podía "ver" Jerusalén y estaba profundamente movido por ella. Habló de su profundo interés personal en textos judíos en general y en la Cabalá en particular. Luego presentó sus meditaciones sobre la Cabalá, un sistema que creyó relevante para las preocupaciones espirituales y literarias de la vida moderna. "No estoy lidiando con una pieza de un museo de la historia de la filosofía, "dijo. "Creo que el sistema tiene una aplicación: puede servir como medio de pensamiento, y de tratar de comprender al universo."
En su conferencia de 1969 en Jerusalén Borges hizo claro su entusiasmo por la idea y realidad de un estado judío.
Aunque la conferencia de Borges expresó admiración incondicional hacia el Estado judío, en sus escrituras era menos festivo y de alguna forma más ambivalente. La crítica Edna Aizenberg dijo de la "mezcla de emoción y dudas sobre la patria judía" de Borges. Esta ambivalencia surgió de su sensación de que la función judía en la sociedad era ser un catalizador de la innovación, cambio y consciencia. Temía que si los judíos eran reunidos en una tierra perderían esa función universal. Como Borges lo veía, el rol judío era actuar como "la consciencia de la humanidad" y "una luz hacia las naciones," y que habían cumplido con ese rol por siglos. Pero luego llegó el momento en la historia europea, a mediados de 1930, cuando la vida judía en Europa fue puesta en peligro. Como muchos otros intelectuales europeos cristianos liberales, Borges, cuando fue confrontado con la peligrosa situación de los judíos en Europa en los años 1930 y su asesinato por los Nazis en los años 1940, apoyó aspiraciones sionistas post-guerra, mientras se cuestionaba qué podría significar el nuevo estado.
En esta nueva situación sionista, ¿cómo podría uno entender la función catalizadora de los judíos entre los paganos? ¿Se perdería? ¿O podría ser preservada en un estado judío? Borges pensó considerablemente esta pregunta, una que preocupó también a muchos pensadores judíos de la época. Por consiguiente, cuando Borges visitó Jerusalén en 1969, tenía detrás medio siglo de compromiso con temas judíos. Era un entusiasta del Estado de Israel, pero el judaísmo que le interesaba era la cultura de la diáspora. Para Borges, el judío en la cultura europea era un intelectual; era multilingüe; era un extranjero y una voz crítica persistente. Pero a pesar de su inicial ambivalencia sobre el sionismo, Borges apoyó la causa israelí, especialmente cuando la opinión internacional comenzó a ponerse en contra de Israel a fines de los años 60.
En "Un Ensayo Autobiográfico," escrito a mediados de la década de los 70, Borges recuerda sus visitas a Jerusalén:
"Temprano en 1969, invitado por el gobierno israelí, pasé diez emocionantes días en Tel Aviv y Jerusalén. Traje a casa conmigo la convicción de haber estado en la nación más vieja y la más joven, de haber venido de una muy viviente, vigilante tierra a un rincón medio dormido del mundo. Desde mis días en Ginebra, siempre he estado interesado en la cultura judía, pensándola como un elemento integral de nuestra llamada civilización occidental, y durante la guerra Arabe-Israelí de hace unos años me encontré inmediatamente tomando partido. Mientras el resultado aun era incierto, escribí un poema sobre esa batalla. Una semana después, escribí uno sobre la victoria. Israel era, por supuesto, todavía un campo armado en la época de mi visita. Allí, a lo largo de las costas de Galilea, recordaba estas líneas de Shakespeare: "Llanuras sagradas que pisaron los pies divinos, clavados, hace catorce siglos, para nuestra rendición, en la amarga Cruz."
Para Borges, la historia de Jesús era judía y el Nuevo Testamento es un texto judío. "El cristianismo es un brote del judaísmo" era un aforismo que a menudo afirmaba. En la tradición que se empapa de su abuela inglesa Fanny Haslam, ambos el Viejo y Nuevo Testamento eran "libros judíos". Borges imaginaba a Jesús como judío –como también lo hacía Robert Graves en Rey Jesús y en El Gospel Nazareno, escrito con Joshua Podro. Ambos escritores estaban trabajando contra el "Cristo Ario", percepción de Jesús, que buscaba separar al cristianismo de su trasfondo judío. Borges, Graves, Edmund Wilson, y otros escritores cristianos por consiguiente construyeron un "Jesús judío".
En el mismo período, a mediados del Siglo XX, vemos un movimiento paralelo en la educación y en la ficción Israelí de reexaminar el trasfondo judío de Jesús. En el último libro de poemas de Borges, él escribe estas líneas:
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío.
Jesús, para Borges, era "áspero y judío" –no el rubio, gentil Jesús del arte europeo. Él rechazaba el "Cristo Ario" a favor de un más "auténtico" Jesús semita.
El filo-semitismo de Borges y la familiaridad con textos judíos lo llevó a examinar las raíces judías del cristianismo y enfatizar similitudes y diferencias entre ambos sistemas religiosos. Borges, por consiguiente, emerge como una figura tardía en la larga historia del judeo-cristianismo y el kabbalismo cristiano quien veía al Viejo y Nuevo Testamento como "literatura judía". El "Viejo Testamento", para Borges, no estaba incluido ni en la categoría judía ni en la cristiana, pero para él, la Biblia en su totalidad era un documento judío. El vio una conexión mística e histórica entre la cultura occidental y textos hebreos.
Aunque dominaba el francés, alemán y latín, Borges no estudió hebreo o arameo; su introducción a la Biblia fue a través del inglés, y su introducción a la literatura judía rabínica fue a través del alemán. "Borges se aproximó al judaísmo como un escritor creativo," dice el escritor Alberto Manguel, "no como profesor de semitismo. Si el material judío que requería para sus propósitos estuviera disponible en otra forma accesible, no habría urgencia de adquirir los códigos lingüísticos originales". Como un dotado multilingüe lector adolescente, Borges continuó dominando nuevos idiomas en la adultez. En esto era como Vladimir Nabokov, quién se volvió un maestro de prosa americana en sus cincuenta después de mudarse a Estados Unidos, y Robert Graves, el previamente mencionado maestro de clásicos griegos y latinos. Borges comenzó a estudiar inglés antiguo en sus cincuenta y nórdico antigüo en sus sesenta.
Para Borges, la tradición de leer y releer era un soporte para su vida; en un sentido, leer se volvió su vida: "Leer libros, escribir sobre libros, hablar sobre libros: de una manera profunda, Borges era consciente de continuar un diálogo que comenzó hace miles de años que él creía, que jamás terminaría." Un aspecto esencial de este diálogo cultural a través del tiempo fue su afinidad por la Biblia y literatura judía post-bíblica. El sentido de la literatura como un diálogo a través del tiempo de Borges –que para él comenzó en la biblioteca de su padre- refleja el concepto de Kabbalah, "tradición" en ambos sentidos: exotérico y esotérico. Su estadía de siete años en Europa, particularmente su estadía en Génova, lo pusieron en contacto con intelectuales judíos vivos; dos de ellos se volvieron amigos para toda la vida.
La visión de Borges, débil en su juventud, fue disminuyendo en las décadas posteriores y le falló a mediados de los cincuenta. "Perdí mi vista por la lectura en 1955," dijo Borges, "y desde allí no he leído lectura contemporánea". Los ojos de Borges fallaron como consecuencia de una rara enfermedad hereditaria de su lado inglés de la familia. Su padre, también, perdió la visión. El hecho de que ya no podía leer ni escribir fue golpe cruel para un hombre cuya vida entera había sido devoto a los libros. Según el traductor Eliot Weinberger, después de que Borges pierde la visión, no escribió más ensayos y pocas historias y se dedicó más que nada a la poesía. En un ensayo titulado "En Ceguera" en su colección "Siete Noches" Borges compara su situación a aquellos Samson y Milton. La ceguera reforzó sus tendencias místicas. Según Borges, el poeta ciego frecuentemente "ve" más que aquellos que pueden ver.
Es llamativo que por sus ancestros ingleses, Borges haya heredado la enfermedad de la vista, su amor por la literatura inglesa y su familiaridad con la Biblia en inglés. "El mundo del ciego no es la noche que las personas imaginan," Borges comentó. "Debo decir que estoy hablando por mí, y por mi padre y por mi abuela, que ambos murieron ciegos – ciegos, riendo, y valientes, cómo yo espero morir también."
De "Poema de los dones" de Borges:
"Nadie debería leer autocompasión ni reproche
en esta declaración de la autoridad
de Dios, que con tanta espléndida ironía
me concedió libros y ceguera con un único toque."
Fuente: tabletmag.com