Adio Kerida

Desde Madrid.

Forlán, el Atlético Madrid, la comida Sefaradita y la matemática especial.

El Estadio Calderón luce bajo el cielo madrileño banderas azules, blancas y rojas.  La barra brava del Atlético  se agita en las gradas, fervientes, al equipo de sus amores.

No pertenecen al Real Madrid, el otro cuadro local, más fino y silencioso durante los partidos. Los hinchas del Atlético Madrid son apasionados y se manifiestan con cánticos, bombos y trompetas. ( Kilomberos, bah… )

La noche moja el césped con una lluvia constante y molesta. Pero a diferencia de mis tardes en el Estadio Centenario, hoy tengo la suerte de estar bajo techo.  Cosas del primer mundo.

De pronto aparece en el escenario deportivo Forlán, dispuesto con garra charrúa y  -los mejores abdominales del fútbol local- a dar fiera batalla contra el cuadro Galatasaray, de Turquía. El encuentro terminó sin vencido ni vencedores. No fue la Batalla de las Piedras.  Pero  el 1 a 1 del final dejó a los participantes en un estado de ánimo neutro como el ph de un jabón de glicerina. En el transcurso del evento cada vez que Diego Forlán tocaba la pelota el estadio gritaba a viva voz: “ ¡Uruguayo, uruguayo!” . Ante esta muestra de afecto ibérico mi piel se pone de gallina, o debido al frío, como un caldo de gallina… Knorr.

Sentada allí,  en el barrio que rodea el río Manzanares, recuerdo que al otro lado del océano, rodeando otro Río, plateado de lunas estivales, se encuentra mi Montevideo querido. (Cuando yo te vuelva ver…) Allí debajo de las luces amarillas palpita mi barrio; con su sol dorado quemando las arenas de Pocitos Beach. Cierro los ojos y casi puedo verlos: la costanera alborotada de cerveceros que dejan pasar el tiempo acodados sobre los muros de la rambla. A los sospechosos de siempre, amantes de lo ajeno, a los conchetitos de zapatillas deportivas y pelito al costado. A las chicas solteritas y cachondas, riendo como gallinas cluecas bajo la palmera de Ibarbourou. A los ciclistas estivales que salen a darle pedal a la vida y a los niños de semáforo, haciendo malabarismo con una infancia perdida y en luz roja.

Me despierta de esa ensoñación la hinchada del “Aleti” que anima a su equipo en una jugada que promete un gol. El gol cumple su promesa. Me levanto, aplaudo y abrazo a mis amigos como si fuera una fanática más.  Forlán nuevamente ataca con una jugada magnífica y el estadio vuelve a gritar “Uruguayo, uruguayo”.  Diego ignora que entre la multitud me encuentro yo. Una uruguaya for export.

En ese momento una pregunta se clava en mi mente como una sombrilla veraniega en la arena de mi pensamiento existencial. “¿Por qué me fui de Uruguay?”  Tenía mucho trabajo, hacía lo que me gustaba, tenía el jefe que todos sueñan. Allí tengo los mejores amigos del mundo , a mi familia, vivía en mi piso solita, podía ejecutar las leyes de mi territorio a mi antojo sin pedir permiso, sin dar explicaciones y , hasta podía comprarme aceite de oliva todos los meses…  ¡Y del bueno!  ¿Por qué me fui?

 Entonces percibo un hecho curioso: los actores y factores que componen el evento deportivo al que asisto presenta vectores que coinciden con los de mi historia personal.  Cosas del primer mundo y de la matemática.

Lector: A ver con que nos sale ahora….

Autora: De verdad, mire… es muy interesante o tal vez no, y quizás estoy exagerando en el consumo de Omega 3.

Lector: Sí, una de dos…

Autora: No, de 3, de Omega 3.

Lector: ¡Uy! Qué noche larga va a ser…

Autora: Pero fíjese… Observe el lector que en el campo de fútbol  del Estadio Calderón hay algo que me hace pensar que la vida es sueño. Tenemos :

    * 1 jugador uruguayo: Forlán ( Y obvio, soy uruguaya)
    * 1 equipo de fútbol español: EL Atlético Madrid ( soy descendiente de familia sefardí, que alguna vez habitaron Sefarad, hoy España)
    * 1 equipo de fútbol  turco: El Galatasaray (mis abuelos y bisabuelos llegaron a Uruguay desde Turquía, y ahí hasta quien hasta hoy me 
       nombran como la “Turca Abulafia”, fíjese lo que le digo)

Lector: Pssssssss …. ¿y? Me quiere decir que es usted una especie de Turco Charrúa Castiza Sefardí.

 
Autora: Quizás sí. Soy esa especie de Turco- Charrúa –Castiza- Sefardí. Pero soy una especie en extinción. Aún en mi generación, resuenan las melodías ladinas que cantaba mi abuela mientras cocinaba el “Jandrasho”. Todavía  el aroma dulce del  almíbar de los travados impregna los azulejos de mi cocina y al acostarme desde un rincón del eco del tiempo me acuna el “Durme Durme Hermoza Doncella”. Pero qué sucederá con los herederos de esa llama que me llama y me enciende. ¿Quién entregará ese fuego a los que nos suceden? ¿O nos suceden?

Hace más de 500 años mis ancestros comenzaron a transitar un sendero que los llevó lejos de España física pero no espiritualmente. Caminaron por pueblos foráneos llevando como tesoro el recuerdo de su tierra, la imagen de una llave sin puerta y la tradición de su añorada Sefarad. Luego el tronco de mi árbol genealógico se ramifica, extiende sus frutos por otras tierras. En su camino cruzaron medialunas turcas y terrenos charrúas. El olé andaluz y las castañuelas se mezclaban en la casa de mi abuela con las cantigas ladinas, el mate y los postres de Turquía.

Mientras observo la síntesis de mi historia en un partido de fútbol entiendo de forma orgánica que estoy aquí, en mi casillero de partida.  Siguiendo la pista de quien soy. Retornando a mi propia esencia. Volviendo sobre los pasos de los que se fueron. Rescatando de la llama incandescente los mandamientos que una vez fueron entregados al viejo Moshe en el Sinaí. Es mi historia mínima, privada, anónima pero no alcohólica. (Aunque en el medio tiempo todos sacan sus bocadillos de jamón serrano y sus cervecitas Mahou). Mi presencia en este punto  histórico se une con ese otro punto histórico, 500 años atrás.  El camino más corto entre esos dos puntos es el gol que hacen los turcos empatando el partido.  Ahora la pregunta es  ¿Por quién tengo que hinchar?  ¿A quién de todos ellos responde mi identidad? A los españoles, a los turcos o al uruguayo. A todos y a ninguno.  La pregunta: ¿Por qué me fui? , ha perdido validez. Porque nunca me fui.   No me fui de Uruguay, o de Turquía. Nunca me fui de España. Sobre todo, nunca pronuncié, nunca pronunciamos: Adio Kerida Sefarad.
 

Epílogo: Al final de partido, subiendo la llamada “cuesta del elefante” rodeada de  camisetas rojiblancas, miro al cielo y canto en la noche cerrada de la estrellería madrileña (ya no llueve): “hay celeste regalame un sol”.  Manden dulce de batata, empanadas de queso y aceitunas y muzzarellas  del Horno de Juan.


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