El sionismo ¿es racismo?

banderaisrael2Soy una persona de izquierda y lo he sido desde que soy una joven y desde que Jackie Robinson se uniera a los Brooklyn Dodgers, o quizás comencé a serlo cuando fueron ejecutados los Rosenberg y supe que había tenido lugar un gran linchamiento, o capaz que fueron las fotos de Auschwitz que vi en la revista Life las que dejaron claro que yo era una de las personas que se encontraban detrás de las rejas, y no una de las personas que saludaban en los trenes que pasaban. Por eso es que hoy en día la frase "el sionismo es racismo" me da escalofríos y me hace rechinar los dientes.

El sionismo no se trata de razas. Es un nacionalismo. Reivindica el hecho de que el pueblo judío es como cualquier pueblo y que tiene derecho a tener su propia tierra, tal como los franceses tienen a Francia, tal como los ingleses tienen a Inglaterra y tal como los búlgaros tienen a Bulgaria. Las naciones tienen sus historias y los judíos tienen la suya, la cual es larga y llena de acontecimientos, rica en momentos de creatividad, rebosante de recuerdos tristes, junto con documentos, música, relatos, idioma y también religión, y una memoria religiosa de templos pretéritos y exilios soportados, de arquitectura descripta y columnas enterradas en la tierra, y un sueño milenario de poder retornar a la madre patria.

Este sueño de poder retornar, esto de "el próximo año en Jerusalén", existía mucho tiempo antes de que sucediera el Holocausto. Ya existía antes de que nacieran Herzl y los sionistas del siglo traspasado. Es un sueño que está profundamente arraigado en el ritual del Séder, "El año que viene en Jerusalén". Esta visión de que el exilio llegara a su fin mantenía unidos a los judíos y les daba esperanza durante el tiempo que pasaron en Babilonia hace miles de años, cuando se editaron los textos que forman nuestra memoria y cuando se unieron y se ordenaron en un canon duradero los rollos de nuestras escrituras.

Se le encontró sentido a las desgracias del pueblo judío por medio de una fuerte, y quizás dudosa, creencia en el castigo de Dios y su perdón final. Si las catástrofes que les acaecieron a los judíos sucedieron a causa de que estos desobedecieran la ley de Dios, entonces los judíos podrían reparar el hecho y mantener vivas su religión y su esperanza de ser redimidos.

Incluso cuando los judíos eran derrotados en combate, conservábamos a nuestro Dios y manteníamos en alto las promesas que Dios nos había hecho de tener una tierra propia: una tierra que nos la había concedido muchísimo tiempo atrás. Los demás pueblos que eran derrotados abandonaban a sus dioses que no habían rendido bien en la guerra, y de ellos quedaban no más que piedras quebradas desparramadas por la ensangrentada tierra. Al culparnos a nosotros mismos de nuestras desgracias, los judíos podían aferrarse tanto a nuestro Dios como a la esperanza de retornar a la tierra que se les había prometido. Nuestra concepción de que todos pagamos por los pecados de todos salvó a nuestro Dios de ser arrojado a los basureros de textos abandonados donde los especialistas pueden leer hasta el día de hoy sobre Marduk y Sargón.
Esta esperanza de poder retornar a la tierra de Israel, que Dios le había dado al pueblo judío por medio de Abraham, por medio de David, para siempre, esta esperanza de poder retornar a la tierra ancestral duró a lo largo del exilio de nuestro pueblo que estaba en Inglaterra y en Francia, durante el flagelo del exilio español y de los crueles mandatos de Portugal.

Es algo poco común en la historia de la humanidad el hecho de que una nación con una historia y una raíz haya mantenido durante más de mil años la esperanza de poder tener su propia tierra. Pero si uno se pone a pensar por un segundo cómo se sentirían los franceses dispersados por los cuatro confines de la tierra, sin París, el río Sena con otro nombre, habiéndose incendiado las catedrales, habiendo provenido de otro pueblo que vivía en otros lugares la gente que ahora vive a lo largo del Sena, que no conocían la historia francesa, que no le rendían honor ni a Carlomagno ni a Juana de Arco, o que ni siquiera hablaban francés y, en su lugar, hablaban con palabras raras en un idioma que no podrían haber descifrado ni Proust, ni Flaubert ni Molière, pongámonos a pensar cómo podrían llegar a crear un nacionalismo propio que llamara a los franceses a retornar a París, y si eso pasara, ¿serían racistas o serían nacionalistas?, ¿y por qué tendrían derecho a tener su propia tierra mientras que a los judíos se les negaría tal derecho?

¿Y si se les negara a estos franceses los derechos de ciudadanos en algunos de los lugares en los que se instalaron? ¿Y si se los asesinara asfixiándolos con gas o se los metiera en las trincheras donde murieran de a decenas de miles? ¿Qué pasaría si los franceses no contaran con ejército, si no tuvieran una policía propia y fueran presa de los anti-franceses que vagaran por todos los continentes? ¿Qué pasaría si los demás países les negaran a los franceses el acceso a los juzgados, a las facultades de medicina o a las universidades? ¿Qué pasaría? Los franceses empezarían a mirar a su alrededor para encontrar una tierra que pudieran decir que es suya y le llamarían "Francia" a su tierra prometida; y si hubiera otros viviendo allí, aun así volverían si pudieran, porque los franceses, al igual que cualquier otro grupo nacional, merecen su propia tierra, en un mundo de estados-naciones. Y nosotros los judíos también nos la merecemos.

En el mundo actual, el hecho de que a uno lo llamen "racista" implica ser atacado con una palabra horrenda que transmite inmoralidad e inhumanidad por parte del racista. Duele que a uno lo llamen racista, en particular si uno no lo es. El inmigrante húngaro puede llegar a disfrutar de un cruasán pero puede no sentirse muy identificado con la cultura o la historia francesa. ¿Qué pasaría si tales inmigrantes húngaros se encontraran de repente en la mayoría de lo que se reconociera como Francia? Y si quisieran volver a Francia los franceses que viven en Colombia o en Nigeria, ¿alguien los llamaría "racistas" o serían exiliados, llevando a Diderot, a Molière, a Madame Curie, a Charcot, a Camus, a Stendahl, a André Gide, a Corneille en sus espaldas a tierras donde se habían instalado?

A pesar de las resoluciones en contra que tomó las Naciones Unidas, los judíos no son racistas por querer tener su propia tierra, una geografía que contiene su historia, un lugar donde sus ejércitos y sus armas los pueden proteger. Son seres humanos que reivindican el dote normal de lo que hoy en día se llama humanidad.

Los racistas son personas despreciables que se creen superiores y con más derechos que otras personas de grupos diferentes, de naciones diferentes, de color de piel diferente, de creencias religiosas diferentes. En los Estados Unidos, hay muchos racistas que viven en las ciudades, en los pequeños pueblos, en las sierras, en su majestuosidad de las montañas de color púrpura, pero poco a poco, vamos entendiendo cada vez más que los Estados Unidos es un lugar de muchas razas y que la misma mezcla crea una nación que es hermosa por su variedad y que tiene amplios cielos que se extienden de una costa a la otra.

Es cierto, el sionismo puede hacer que nos enfurecemos excesivamente. Puede llevar a los pueblos a negarles a otros la dignidad humana básica, de la misma forma en que puede hacerlo el nacionalismo de cualquier otra persona. Puede convertirse en algo feo cuando el deseo de "lo mío" se vuelve el deseo de negar "lo tuyo". Pero ese no es el sionismo del pueblo judío. No era el sionismo de Herzl. Lo que pedimos no es más que ser una nación como las demás naciones.

Bueno, no exactamente como todas las demás. Se esperaba que Israel no esclavizara a nadie. Se esperaba que Israel tratara con justicia e igualdad a los forasteros que viven con su pueblo. Se esperaba que los judíos no les arrojaran piedras a los autos árabes que pasaran y se esperaba que les pudiéramos hacer lugar a otros sueños, a otras visiones y a otras naciones para que se asentaran junto a nosotros o para que vivieran en paz entre nosotros.

El sionismo recuerda lo vulnerables que están los judíos si viven sin un estado propio, y por lo tanto establece un equilibrio entre las necesidades que tienen los demás de prosperar en sus propios huertos y las necesidades de la comunidad judía de volverse sí misma, de una vez por todas, de convertirse en una nación sin un soberano extranjero, sin un rey malvado nombrado por un imperio lejano, sino un lugar donde la historia judía pueda ser contada por hombres y mujeres libres con voces que expresen confianza en lugares seguros donde los niños judíos puedan estudiar y crecer sin miedo. En otras palabras, una nación como la francesa, como la española o como los polacos que no son racistas por flamear la bandera francesa, española o polaca o por cantar el himno que aprendieron en la escuela.

Si este retorno hubiera tenido lugar en 1776, el estado de Israel podría haber actuado perfectamente de la forma en que actuó los Estados Unidos, forma que llegó a considerarse, correcta o incorrectamente, "normal". Podría haber echado a sus palestinos fuera de sus fronteras y el crimen de hacer esto, el sufrimiento de hacer esto, habría perdido su inmediatez, sin haber cámaras y sin haber periodistas en el lugar. A los indios americanos se los despojó de su tierra y se les pisoteó su cultura, y nadie lo vio en el noticiero, y cuando alguien podía llorar por ellos, lo hecho ya estaba hecho y no se lo podía revocar. Los Estados Unidos tuvo esclavos durante 150 años y fue realmente un país racista, y lo sigue siendo en algunos lugares. Pensemos en los rostros de los hombres y de las mujeres que hicieron cola para burlarse de unos pocos niños negros que ingresaban a una escuela de blancos en Alabama. Ese es el rostro del racismo.

Si Israel fuera un país normal como Irak o Siria, los ultraortodoxos estarían en guerra con los ciudadanos de Tel Aviv que van al cine en Shabat. Los seguidores de este o del otro rabino se dirigirían a las colinas con sus armas. Si Israel fuera un país normal como México, sus ciudadanos le tendrían miedo a la policía y los cárteles de la droga nombrarían al jefe de policía. Si Israel fuera normal de veras, los judíos ashkenazíes se armarían contra los sefaradíes y la guerra civil cobraría las vidas de los judíos, tal como la guerra civil diezmó la población de jóvenes en los Estados Unidos, al yacer muertos los muchachos en campo de batalla tras campo de batalla, dejándolas afligidas a las madres, dejándolas llorando a las novias, y dejando a los niños que se criaran sin sus padres. Eso es lo normal para nosotros.

Así que a lo mejor no es una idea tan buena ser un estado normal. Y si bien podría no llegar a ser del todo justo exigirle más a Israel, sí espero, de hecho, que los judíos retiren la mano asesina, el llamado realmente racista, y que el sionismo sea y pueda crear un lugar decente, donde pueda convivir una variedad de enfoques religiosos y donde los laicos puedan pasear sin ser agredidos. Es un sueño, pero no imposible.

Esta visión de Israel (que es donde de niño creía que crecía mi árbol) no pudo entender del todo que los árabes palestinos eran un pueblo o que llegarían a ser un pueblo que reclamara su propia patria nacional. Se tiene que resolver este conflicto; ambos pueblos necesitan que se establezcan las fronteras en las cuales puedan construir y prosperar. Pero el sionismo no es racista por defenderse, y el odio ilógico e irreflexivo que existe detrás de ese eslogan me enferma. Es una mentira y una calumnia esconderse detrás de una declaración de virtud aparente. Está bien estar en contra del racismo, pero verlo donde no lo está, usar la palabra para atacar a los judíos, es un horror.

Fuente: tabletmag.com

Anne Roiphe es novelista y periodista.
Traducción al español: Rodrigo Varscher

 

 

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