No hay sinagogas en Manhattan

Manhattan-010ok¿Cómo puede ser que en uno de los territorios con mayor densidad de población judía en el mundo no haya podido encontrar aún una sinagoga ortodoxa de la cual, como mujer, pueda sentirme parte?

A los 18 años de edad, pasé un año estudiando en un seminario de mujeres llamado Migdal Oz en la región central de Israel. Hacia comienzos de ese año, nos metieron a nosotras, a un puñado de estudiantes, en una clase para oír a la directora del seminario, Esti Rosenberg. Recuerdo vivamente cuando nos ordenó que rezáramos tres veces al día, según la tradición judía ortodoxa. Esti hablaba de la tefilá (la plegaria sujeta al momento del día), que crea un marco que nos van guiando en el día. No nos elevaban espiritualmente todos los momentos en los que rezábamos, pero ella nos estimulaba a que cultiváramos la intención de ver cada día a través de este prisma de plegarias constantes.


Han pasado seis años, y sus palabras siguen inspirándome para que me esfuerce por rezar tres veces al día, incluso si no estoy de "ánimo espiritual" necesariamente. No hay duda de que las cosas se han puesto más difíciles desde que pasara ese año en el seminario, donde el rezar era tan fácil como el comer, ya que tenía todo el tiempo del mundo. Hoy día, al vivir en la Ciudad de Nueva York, tengo un trabajo, hago ejercicio y tengo compromisos sociales con los que cumplir que se disputan por mi tiempo. Pero a pesar de que muchas veces no logro rezar tres veces en el día, siempre lo tengo en la mente como un propósito pendiente.

Yo sé que muchas personas de la corriente ortodoxa a la que pertenezco dirán que, a diferencia de mis homólogos varones, no tengo la obligación de rezar tres veces al día, y casi todos van a decir que no tengo la obligación de rezar con un minián (quórum de diez personas). Pero el hecho de rezar en comunidad tiene algo que eleva el servicio religioso. El hecho de hacer daven (rezo) sola puede llegar a ser una experiencia solitaria y menos estimulante. Suelo mascullar la plegaria en unos pocos minutos y hay veces en las que incluso no llego a recordar si dije o no determinadas oraciones. Sin embargo, en un minián, siento la concentración y la sincronía de mis compañeros congregantes, lo cual provoca que me involucre en la plegaria con mayor seriedad y mayor realización.

En el liceo, en los campamentos de verano y en la facultad, tuve la fortuna de participar en minianim donde, como mujer, me sentía cómoda y bien recibida. Encontraba minianim que dividían la sala exactamente a la mitad con la mejitzá (división que separa las mujeres de los hombres en el momento del rezo) que aún me recibían como par, como alguien que formaba parte del servicio, incluso si eran hombres los únicos que dirigían los servicios.

Al terminar la facultad, me uní a mis amigos en el Upper West Side de Manhattan. Y desde entonces, he estado de shil en shil para poder encontrar un entorno que se parezca a las vivencias que tenía cuando era más joven. Uno podría llegar a pensar que es fácil la tarea de encontrar un minián en una ciudad que alberga a más de un millón de judíos. Lamentablemente, para mí no ha sido tan fácil. Casi todas las sinagogas ortodoxas convencionales de Manhattan me han hecho sentir como si fuera una extraña y una espectadora. Muchas veces me siento en una grada de arriba y observo toda la "acción" que tiene lugar allí debajo, u observo las espaldas de los hombres desde una pequeña sección para mujeres en el fondo de una sala. Me siento relegada, expulsada, que no soy bienvenida e invisible.

En una tarde de Shabat, estaba en un shil de una sola sala que ni siquiera tenía puesta una mejitzá. Se notaba que no era muy común el hecho de que las mujeres concurrieran. Los congregantes masculinos me invitaron a que pasara a la sala, pero acto seguido comenzaron a levantar una mejitzá provisoria para encerrarme en el rincón. Me sentí como una aguafiestas, como que en realidad no debía estar allí. Ni hace falta decir que no volví más a ese shil.

Con el correr del tiempo, dejé de ir a las sinagogas ortodoxas tradicionales, y encontré a Darjei Noam, un minián independiente que fomenta el hecho de que las mujeres participen activamente en el servicio sin dejar de cumplir con la halajá (ley judía), de manera que las mujeres puedan conducir los servicios de Kabalat Shabat los viernes a la noche pero no la plegaria que le sigue, Maariv (el servicio vespertino). En Darjei Noam, encontré un "templo" que me considera como una integrante importante del minián, como alguien que aporta cosas valiosas a la tefilá y que no es aguafiestas. Inmediatamente, me sentí como en casa. Así que ahora voy a (o al menos trato de ir a) Darjei Noam todos los viernes de noche y todos los sábados de mañana, así como en todas las festividades durante las cuales me encuentre en Manhattan.

Pero ni siquiera allí se ven completamente satisfechas mis necesidades espirituales. Darjei Noam no se reúne durante los días de semana, por lo que no puedo rezar en comunidad tres veces al día, todos los días. Más allá de eso, con el desarrollo de mi carrera, las restricciones que tengo como profesional hacen que me sea prácticamente imposible el poder concurrir a los servicios antes de ir a trabajar. Durante la semana sigo rezando sola, mientras extraño la época de la facultad cuando tenía tiempo y espacio para formar parte de un minián.

Sé que ocupo una posición rara dentro del judaísmo en general y dentro del judaísmo ortodoxo en particular. Quiero ser parte del servicio, pero sigo queriendo que haya mejitzá. Me gustar ser parte de la kehilá (comunidad), y me encanta el hecho de que pueda leer de la Torá como parte del servicio, pero no dejo de identificarme con los límites de la ortodoxia. Quiero vivir una vida enmarcada por la plegaria, pero a su vez quiero desempeñar un rol activo, o al menos participativo, en ese marco. Ojalá fuera así de fácil.

Rebecca Borison es una periodista especializada en los temas de tecnología radicada en la Ciudad de Nueva York. Es oriunda de Cleveland, Ohio, y obtuvo un BA en la Universidad de Pensilvania en el año 2013.

Fuente: Haaretz.com
Traducción al español: Rodrigo Varscher

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