Envidiable osadía israelí

Antes que nada, una aclaración: el fútbol nunca fue mi 'cup of tea'. Pero aún así, el enigma acerca de la identidad del nuevo entrenador de la selección israelí, me quita el sueño desde hace unos días. Si el tema me tiene así de alterada, imagínense las ojeras de los jugadores, dirigentes e 'hinchas'.

Supongo que el asunto se habrá venido cocinando desde hace tiempo pero en mi cotidianidad irrumpió de la noche a la mañana, durante un programa de actualidad, que escuchaba mientras cocinaba. El tema del día era la conferencia de prensa que había convocado el ex jugador de fútbol Eyal Berkovitz para autopostularse para el cargo de entrenador nacional.

Berkovitz es uno de los pocos nombres y caras del deporte nacional que conozco. Con el correr de los años lo habré visto un par de veces, pero nunca asi, hablando de manera tan efusiva, impetuosa y sobretodo "dugrit" (sin pelos en la lengua), dejando en claro que lo políticamente correcto está más allá de su persona.

Mientras escuchaba a Berkovitz lanzar al aire de manera tan atropellada su candidatura ("sólo el que se atreve, logra lo que se propone. Si me quedase en casa esperando que me den el nombramiento, no me lo darían nunca") –a la vez que, preso de su propio furor, tiraba al piso las hojas de su discurso nunca pronunciado– tuve por un momento la fantasía de que no era el ex futbolista quien hablaba, sino un personaje imaginario y satirico, creado de manera grotesca a imagen y semejanza del arquetipo del tzabar (nativo de Israel): audaz, arrojado y resuelto. Y perdón por generalizar, pero no pude evitar la tentación.
A pesar de mi ignorancia deportiva, me temo que Bercovitz tarde o temprano conquistará el cargo que apetece. Intuyo esto a pesar de las voces críticas que condenaron su conducta, calificándola de insolente y arrolladora, aprovechando la ocasión para recordar viejos traspiés del hombre. Voces que seguramente harán todo lo que esté a su alcance para obstaculizarle el paso. Me temo, porque no quiero pensar como se pondrían acá las cosas si, logrado su cometido, el 'estilo Berkovitz' se transforma en moda.
Pero admito que si hoy decidieran llamar a un plebiscito para resolver la cuestión, yo daría mi voz por este tzabar intrépido, mandando todos mis temores al mismísimo diablo.

Apostaría por Bercovitz encandilada por su ímpetu avasallador, su carisma a prueba de fuego y esa mezcla de calidez y candor que transmitían sus palabras ("Yo voy a ser el entrenador de la selección israelí. No me voy a dar por vencido". "Todo el país me quiere. Bueno, todo no, el noventa por ciento".) Pero más que nada por su osadía, tan  israelí como envidiable, que lo llevó a dar un paso al frente, alzar la voz y decir con todas las letras: "Aquí estoy yo. Este puesto tiene que ser mío porque yo soy la persona indicada".

Mi admiración por su alocada actitud tiene una explicación. Desde hace añares voy y vengo por estas tierras espinosas, arropada en guantes y medias de seda, tratando en vano de que las raspas del camino no dejen en ellos sus marcas. Intentando dejar una huella, sí, pero ocupándome de que no sea muy notoria, luchando día a día contra el mandato latino-familiar que reza, antes que nada, humildad y gentileza.

Por todo esto, cada vez que reaparece la imagen de Berkovitz exaltado, (la de la conferencia de prensa, mil veces repetida) en la pantalla, desde mis adentros se escapa un suspiro: ¡Quién pudiera!


· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos