A fin de cuentas, ¿de quién fue el Holocausto?

holocaustokEl recordar el Holocausto a nivel mundial impide que sea negado e ignorado, pero puede llegar a costarles a los judíos el control de su relato.

Cracovia. El haber cubierto los eventos en los que se conmemoró el 70° aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau fue, por unos cuantos motivos, una tarea frustrante.

Casi todos los 800 periodistas que se reunieron desde todas partes del mundo estuvieron aislados de la ceremonia propiamente dicha durante siete horas, sin poder moverse en un centro de prensa fuera del campo y sin poder acercarse a los sobrevivientes y a los dignatarios que se encontraban dentro la carpa que se había construido sobre la emblemática puerta fortificada del campo. Ya se habían llevado a cabo las entrevistas con los sobrevivientes, en muchos casos ya habían sido entrevistados semanas antes en sus países de origen, y como se podía ver por Internet la transmisión en vivo de los eventos, con la excepción de los periodistas de televisión que tuvieron que hacer la cobertura junto a los cuarteles cubiertos de nieve como plano de fondo, el resto de nosotros podíamos haber dado informes del evento con mucha más eficacia desde la comodidad de nuestros hogares.

No fue muy distinto a la mayoría de las grandes cumbres internacionales donde se acordona y se aísla a la prensa, estando a veces muy lejos del lugar donde se hacen los actos propiamente dichos. Por supuesto que intentamos dar la impresión de que estamos en medio del lugar donde ocurre todo, pero la realidad es que, en los actos en los que figura la clase de personas que exigen y reciben protección y privacidad, no estamos para nada cerca del lugar. Y eso es lo que ha llegado a ser el aniversario de la liberación de Auschwitz, una gran reunión de líderes mundiales a la cual 40 países envían representantes de importancia. Dejando de lado las frustraciones del periodista, no hay duda de que es algo bueno.

Y desde luego que no solo hubo actos en Auschwitz. En casi todas las capitales importantes del mundo occidental, hubo ceremonias en las que se conmemoró el Día Internacional de Recordación del Holocausto y en las que estuvo presente el respectivo primer ministro o presidente (si es que ya no había estado en Auschwitz anteriormente). Se realizaron miles de actos más pequeños en ciudades y comunidades a lo largo y ancho de Europa, Norteamérica y Australia, mientras que se llevaron a cabo reuniones o clases especiales en las escuelas de muchos países. Muchos países están planificando sus propios monumentos conmemorativos nacionales y sus propios museos del Holocausto que aún no tienen, y cuando uno piensa que algunas de estas naciones no fueron ocupadas por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, uno queda realmente sorprendido.

¿Quién habría imaginado que se podía derrotar de manera tan enérgica la negación del Holocausto en Occidente y la trivialización de la Shoá no por las leyes, sino por una aceptación general de que fue un acontecimiento histórico que debe servir como advertencia para la humanidad? Sí, siguen mofándose de ello en otras partes del mundo, en especial en los países musulmanes, pero los occidentales consideran esta actitud como unos de los aspectos más retrógrados de esas sociedades, tales como la homofobia y la discriminación contra las mujeres.

El ministro de Energía Silvan Shalom, quien representó al Gobierno israelí en Auschwitz, me comentó en el vuelo a Polonia que, hace 10 años, cuando lanzó la iniciativa como ministro de Relaciones Exteriores de que las Naciones Unidas reconociera el 27 de enero como el Día Internacional de Recordación del Holocausto, no muchos israelíes ni muchos diplomáticos de Occidente creyeron que fuera posible. Pero aunque en un principio se exigió que se incluyeran otros genocidios y se intentó suavizar la resolución, al final se la aprobó por unanimidad (ausentándose del voto algunos países musulmanes, incluido Irán).

La resolución de la ONU es interesante. Menciona a los judíos en un lugar solo, donde dice que la Asamblea General reafirma "que el Holocausto, el cual ocasionó el asesinato de un tercio del pueblo judío junto con un sinnúmero de integrantes de otras minorías, será por siempre una advertencia de los peligros del odio, del fanatismo, del racismo y de los prejuicios para todas las personas".

De ese modo terminó aprobándose la resolución, incluyendo a "otras minorías". Y hay otra palabra que falta en la resolución, que es "antisemitismo". Por tanto, los judíos y "otras minorías" sufrieron en el Holocausto, pero el odio a los judíos no es algo necesariamente exclusivo. Y si bien es probable que este sea solo un ejemplo de cómo le buscan tres pies al gato los burócratas de la ONU para lograr una redacción por la que se pueda votar por unanimidad, también aquí se nos está advirtiendo algo. Naturalmente, el hecho de universalizar la memoria y las lecciones del Holocausto llevará a que se convierta en un acontecimiento menos judío. Puede que no sea algo justo y a veces, cuando oímos a personas no judías hablar del tema, muchos judíos, incluyéndome a mí, sentimos que queremos gritar: "A fin de cuentas, ¿de quién es el Holocausto?"; es algo inevitable. En la comercialización de la historia, el Holocausto se convirtió en una supermarca, y cuando una marca se hace tan conocida y se difunde tanto, sus dueños originales pierden una cierta cuota de control sobre ella. Cada uno de los actores principales que pelearon en la Segunda Guerra Mundial cuenta con su victoria o con su trauma específico: la batalla de Inglaterra, Pearl Harbor, la batalla de Stalingrado, Hiroshima y Nagasaki; pero hoy en día, el Holocausto ha trascendido todo esto para convertirse en un símbolo mundial.

Y tal símbolo, en particular cuando lo acepta el consenso de la opinión pública, está abierto también a que se abuse del mismo. Es difícil sostener que no se debe utilizar el Holocausto en otros contextos, tal como lo manejaron durante el año pasado ambos bandos del conflicto ruso-ucraniano, cuando se trata de un símbolo que todo el mundo debe adoptar como la mayor maldad. Y claro que no es fácil exigir esto cuando los políticos israelíes utilizan el Holocausto de manera rutinaria para justificar las políticas que adopta o que no adopta Israel.

Se hará más difícil también evitar las comparaciones y la inclusión de otros genocidios junto con el Holocausto. En cierto sentido, al internacionalizarse y al volverse parte de todos, inevitablemente el Holocausto pierde algo de su singularidad al volverse, en cambio, el primero de otros genocidios iguales. El presidente Rivlin reconocía esto en el discurso que dio ante la Asamblea General de la ONU esta semana, como parte de los propios actos que lleva a cabo la ONU por el Día de Recordación del Holocausto, en la cual por primera vez un líder israelí reconoció implícitamente el genocidio armenio.

El hecho de luchar contra las comparaciones que se hacen entre el Holocausto y diversos acontecimientos de la actualidad, en los que, sí, se incluyen las acciones de Israel, es una lucha justa, pero también una batalla perdida. Podemos esperar que en el futuro se hagan incluso más comparaciones por parte de figuras y medios de comunicación respetables, no solo por parte de auténticos antisemitas. Es el efecto secundario de haber logrado transformar el Holocausto en una tragedia de toda la humanidad, y solo impediríamos que esto fuera así si volviéramos a recordar los 6 millones de judíos solo dentro del ámbito familiar.

Al mermar el número de sobrevivientes que siguen vivos, lo que puede infundirnos ánimo es la centralidad que hoy en día tiene el Holocausto en la cultura, en la política y en la historia occidental. También tendremos que acostumbrarnos a la idea de que ya no solo pertenece a los judíos.

Fuente: Haaretz.com


Traducción al español: Rodrigo Varscher

· Más leídos ·

Consola de depuración de Joomla!

Sesión

Información del perfil

Uso de la memoria

Consultas de la base de datos