La no-historia jamás contada

exodus-cbandedgerton-ok'Exodus', de Ridley Scott, se pierde entre ruido de los efectos especiales y abandona la profundidad del drama en las aguas del Mar Rojo

En un momento de 'Exodus', el más viejo entre los viejos de los hebreos le relata a Moisés la historia de su pueblo y, ya puestos, de él mismo. Ya saben: "Fuiste depositado por tu madre en una cuna de mimbre para salvarte de la furia del faraón". A lo que el interpelado, ni corto ni perezoso, replica: "Lo peor de todo es que ni siquiera es una buena historia".

Y en ese momento uno duda si Christian Bale (él es el que luego será profeta) está dirigiéndose a Ben Kingsley (él es el provecto judío) o, en realidad, al mismísimo director de todo esto: Ridley Scott.

'Exodus: dioses y reyes' es fundamentalmente una mala historia peor contada. No seremos nosotros quiénes llevemos la contraria al descendiente de Leví.

Por alguna razón, los dramas más o menos históricos, más o menos mitológicos, no figuran entre las habilidades más destacables del director. Ni en 'El reino de los cielos', a vueltas con las cruzadas, ni en 'Robin Hood', ni en la tan aplaudida como cursi 'Gladiator', conseguía Scott trascender el barullo de las escenas de, en efecto, barullo. La espectacularidad de la turbamulta en posición de ataque apenas acertaba a arrancar a las respectivas películas sus momentos más brillantes. El resto presentaba un encefalograma dramático bastante plano.

Aquí, en la épica y sin par historia del pueblo judío en fuga, vuelve a ocurrir lo mismo. El director deposita todas las esperanzas en cada uno de los planos en tres dimensiones que directamente se escapan de la pantalla. Cada una de las diez plagas es vivida en su más brutal carnalidad, digámoslo así, de la misma manera que el ejército egipcio entero es deglutido por una ola prestada de 'Interstellar'. E impresiona.

Tiempos descreídos
Probablemente, los espectadores que se admiraron ante 'Los diez mandamientos' de Cecil B. De Mille abrieron más la boca de lo que podamos hacerlo nosotros. En aquel tiempo, en 1956, el delirio en Technicolor de 220 minutos nacía con la intención de humillar a la pobreza de la televisión en blanco y negro. Y lo hacía. Ahora, en estos tiempos de código binario, todo milagro, por muy divino que se antoje, no deja de resultar algo cansino. Tiempos descreídos. De otro modo, impresiona más el Papa con unos zapatos viejos que 40.000 extras semidesnudos nadando sobre una ola digital del tamaño del Vaticano. Es así.

El problema es que Scott se limita a correr por la historia con afán didáctico sin acertar en ningún momento a tocar el drama. Ni siquiera propone, como hiciera hace poco Aronofski en 'Noé', una lectura tan descentrada y peculiar que dé en extravagante. Uno cree ver en la envidia pérfida de la madre del faraón (Sigourney Weaver) el principio de una tragedia insondable. O es quizá en la brutal fiereza de Josué (Aaron Paul) donde habite la posibilidad de un desastre mitológico. Y sin embargo, ninguno de los dos personajes cumplen más que un papel testimonial, cuando no accidental.

Todo descansa en la conversión casi incomprensible de un personaje que galopa por su infortunio con gesto decidido. El Moisés que imagina Scott, al habla con un Dios ciertamente curioso encarnado por un niño, no deja de ser un esquizofrénico peligroso.

Y aquí, sin duda, descansa otra de las posibilidades de la película apenas apuntada: ¿Y si la historia del pueblo hebreo no fuera sino la de un pueblo engañado por un mesías alucinado que creía hablar con una divinidad tan desalmada y salvaje como los propios egipcios? ¿Y si las religiones monoteístas más populares hoy en el mundo se fundaran únicamente sobre la estupidez irracional y sangrienta de un solo hombre? Y ahí lo dejamos. Obviamente, aunque sólo sea por seguir vivo, Scott no se atreve a tanto. Lástima.
Habrá que esperar al final, muy al final, para asistir por fin al momento más conmovedor de la película. Y cierto. Cuando acaba el ruido, Scott graba en letras que se antojan de fuego una dedicatoria a su hermano Tony, que se suicidó hace dos años. De repente, la historia de dos hermanos (o hermanastros) que hemos estado viendo durante las últimas dos horas y media se antoja tan diferente y profunda como, finalmente, herida. Lástima de todo lo demás.

Fuente: el mundo

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