Trece tesis sobre la belleza, el lenguaje y la escritura

tallerescritokI.
A lo realmente bello no es posible llamarlo belleza, porque el lenguaje no es suficiente para nombrar lo que nos conmueve. La belleza es inhumana, ahí reside su misterio más preciado, y su posibilidad de subsistencia. El secreto de lo bello es su silencio. El silencio de lo bello es la tragedia del hombre.

II.
Para nombrar el Nombre no hay palabra, no hay lenguaje humano que alcance a trasmitir aquello que pertenece al silencio. Lo bello es inaprehensible, por eso el lenguaje humano es su propio límite. La totalidad de lo bello es inaccesible para nuestros lenguajes. En ese sentido, la belleza es un universo para sí, abierto a sí mismo. Por las grietas de aquella apertura la tarea del hombre es la traducción al lenguaje de la belleza.

III.


La tarea del poeta es traducir el mundo: aparecerlo y transformarlo en algo cercano, humano. Traducir la belleza en lenguaje. Lo que queda del lenguaje es lo que llamamos el desierto de lo real. La poesía ahuyenta los monstruos de la razón. "Y es que la poesía ha sido en todo tiempo, vivir según la carne" escribió María Zambrano. "La palabra es una elección entre la muerte y la vida", respondió Franz Kafka.


IV.

En los límites del lenguaje humano, la poética se centra en la experiencia por la palabra, en la búsqueda de hacer propio un instante de tiempo. Para construir una poética se debe partir de la imposibilidad del lenguaje absoluto: de un lenguaje capaz de decir todo, de apropiarse del mundo-naturaleza. El poeta es el extranjero en el lenguaje. En su extranjería está el misterio de su supervivencia.

V.


Sólo Dios conoce su Nombre. Ante ese conocimiento se edifica el mundo de la escritura: ante la pregunta por el Nombre, el hombre escribe y traduce la belleza en lenguaje aprehensible. Todo lenguaje es imperfecto, como la pregunta por el lenguaje y por el Nombre. La única huella de lo divino que nos queda es el lenguaje.

VI.


Si el mundo fue obra del lenguaje creador de Dios, ese lenguaje es un lenguaje nunca sido, la contracción del lenguaje sobre sí mismo, el tzimtzum de la palabra antes de ser dicha. Como escribe Edmond Jabès: "Todo estaba a la espera de Dios. / Así la Creación precedió al Creador. / ...así Dios aventajó a Dios en la Idea de Dios. / Todo estaba a la espera de la Nada y la Nada precedía la espera". Dios no es la Nada, sino que habita la Nada que hace del no-lugar y del ante-morada, Su morada. En este sentido, tal vez la tristeza de Dios es ese espacio de oscuridad en donde habita la Idea. Por ello el lenguaje es un grito silencioso y la escritura siempre parte de la pregunta por la muerte, por ese espacio de oscuridad.

VII.


Lo inefable resquebraja el lenguaje de los hombres, lo hiere mortalmente. Es el límite humano del lenguaje ante el infinito. El lenguaje se hunde, pero es la imposibilidad humana del lenguaje frente a lo inefable lo que arrastra la palabra consigo. El hombre hiere al lenguaje en su límite, y al mismo tiempo se libera de estar atado a la palabra. La historia la escriben los que saben y pueden escribir.

VIII.


Sólo un cuerpo herido puede sentir lo bello a lo que no accede la palabra. Un cuerpo en estado de lucha por acceder a lo inefable. Lo inhumano del mundo-naturaleza es, tal vez, el último refugio de humanidad. La poesía (y las artes) nos deshumanizan de la humanidad de lo humano, nos abren a lo inefable de la belleza.

IV.


Todo arrebato de tiempo es bello.

X.

La batalla del hombre es con el tiempo, el mal es solamente otra circunstancia. Hay que colonizar el tiempo. El mal, el hambre, el dolor. Uno a uno, nos vamos quedando sin héroes. El tiempo nos quita lentamente la fantasía: la tritura con las horas, y todo se vuelve un poco más plano, más pequeño. Incluso el horizonte.

XI.

Habitar el mundo como una batalla que ha sido perdida aún antes del principio. Habitar el mundo como una batalla que ha sido perdida aún antes de la primer batalla. El lenguaje no debe ser cortés, debe incomodar. De eso se trata escribir: el lenguaje debe incomodar a uno, al otro, al mundo. El problema es que hemos domesticado al lenguaje antes que al hombre; el hombre es la consecuencia. El desafío del lenguaje es el salto del hombre hacia el más allá de su propio lenguaje.

XII.


Escribir es un ejercicio. En la palabra, la palabra aparece. Escribir es un juego de palabras, un evento de creación que hace del caos del lenguaje un sistema de construcción de mundo. Jugar con las palabras es experimentar la potencia del lenguaje, de la creación de la escritura. Es un gesto contra la burocratización moderna del saber, que ha extinguido la conexión divina que hace de la escritura potencia, y no una consecuencia del pensamiento. La escritura es una gesto de animalidad humanizada, o de humanizada animalidad. La potencia de aquello que nos fue dado como un don, y reconstruido a través de la humana educación. Sin embargo, el error y la búsqueda colonizadora de la modernidad fue confundir pensamiento con escritura.

XIII.
Hay que dejar de pensar para escribir: dejar que el cuerpo se transforme en el trazo que arrastra la idea y decora la página en blanco. Escribir es un gesto animal tamizado por la humanidad del hombre. Ahí reside su gran virtud. Hay que ser la pasión de la tinta, la danza de los músculos que casi imperceptibles hacen del brazo y los dedos la daga que deja su herida en el universo. Escritura y pensamiento son dos tareas diferentes que se complementan. Pero confundirlas dio como resultado el mundo burocrático que habitamos. Hemos enterrado el misterio de la escritura bajo las hojas secas de la máquina moderna, de la disciplinarización de las ciencias y los saberes. Le tememos a la irracionalidad de la potencia del lenguaje y la escritura, porque para ser modernos hubo que perder la escritura como evento sagrado. El infierno es el exceso de razón. Creer en la escritura y en la divinidad del lenguaje nos deja el horizonte de un lenguaje por descubrir.

 

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