La nación de Israel galopa ciegamente hacia la guerra de Bar Kojba contra el Imperio romano. El resultado de ese conflicto fueron 2000 años de exilio.
Desde los comienzos del sionismo a fines del siglo XIX, la nación judía de la Tierra de Israel viene fortaleciéndose en términos demográficos y territoriales, pese al conflicto que continúa con los palestinos.
Logramos fortalecernos porque actuamos con sabiduría y estratagema en vez de involucrarnos en un tonto intento de convencer a nuestros enemigos de que estábamos en lo correcto.
Hoy, por primera vez desde que comencé a formarme mis propias opiniones, estoy realmente preocupado por el futuro del proyecto sionista. Por un lado, estoy preocupado por la masa crítica de amenazas que nos hacen, y por otro lado, estoy preocupado por la ceguera del gobierno y la parálisis política y estratégica. Si bien el Estado de Israel depende de los Estados Unidos, la relación entre los dos países ha alcanzado un punto bajo sin precedentes. Europa, nuestro mayor mercado, se cansó de nosotros y está en camino de imponernos sanciones. Para China, Israel constituye un atractivo proyecto de alta tecnología, y les vendemos nuestros valiosos productos nacionales para poder obtener ganancias. Poco a poco, Rusia se vuelve en contra de nosotros y apoya y brinda ayuda a nuestros enemigos.
El antisemitismo y el odio a Israel han alcanzado dimensiones que se desconocían desde antes de la Segunda Guerra Mundial. Nuestra diplomacia pública y nuestras relaciones públicas fracasaron terriblemente, mientras que las de los palestinos recogieron muchos logros importantes en el mundo. Los campus universitarios de Occidente, en particular los de Estados Unidos, constituyen caldos de cultivo para el futuro liderazgo de sus países. Estamos perdiendo la batalla por el apoyo a Israel en el mundo académico. Se está yendo de Israel un número cada vez mayor de estudiantes judíos. El movimiento mundial BDS (boicot, desinversión, sanciones), que está contra Israel y obra por deslegitimarlo, creció, y unos cuantos judíos lo integran.
En esta era del conflicto asimétrico, no estamos aprovechando toda nuestra fuerza, y esto tiene un efecto perjudicial para nuestro poder de disuasión. El debate por el precio de los postrecitos Milky y su centralidad en el discurso público demuestra una erosión de la solidaridad que es condición necesaria para que sigamos existiendo en este lugar. La prisa de los israelíes por adquirir pasaportes extranjeros, basada en el anhelo de tener ciudadanía de otro país, indica que ha comenzado a quebrarse la sensación de seguridad de la gente.
Me preocupa que por primera vez esté viendo altanería y arrogancia, junto con un fuerte pensamiento mesiánico que corre por convertir el conflicto en una guerra santa. Si este fue, hasta el momento, un conflicto político local que vienen librando dos pequeñas naciones por un pequeño y definido trozo de tierra, las fuerzas principales del movimiento sionista religioso están haciendo atolondradamente todo lo que pueden para convertirlo en la guerra más horrorosa de todas, en la que se pondrá contra nosotros todo el mundo musulmán.
También veo, en la misma medida, que hay un desinterés y una falta de comprensión de los procesos internacionales y de la importancia que tienen para nosotros. Esta ala derecha, en su ceguera y estupidez, está empujando a la nación de Israel hacia la indecorosa posición de "la nación morará sola y no será considerada entre las naciones" (Números 23:9).
Estoy preocupado porque veo que la historia se repite. La nación de Israel galopa ciegamente en un túnel de tiempo hacia la época de Bar Kojba y su guerra contra el Imperio romano. El resultado de ese conflicto fueron varios siglos de existencia nacional en la Tierra de Israel seguidos de 2000 años de exilio.
Estoy preocupado porque, tal como entiendo la cuestión, el exilio es algo realmente espeluznante solo para el sector laico del Estado, cuya cosmovisión está ubicada en la izquierda y el centro políticos. Ese es el sector cuerdo y liberal que sabe que por eso el exilio simboliza la destrucción del pueblo judío. El sector jaredí vive en Israel solo por motivos de conveniencia. En términos de territorio, Israel y Brooklyn son lo mismo para ellos: van a seguir viviendo como judíos que están en el exilio, y con paciencia van a esperar la llegada del Mesías.
En comparación, el movimiento sionista religioso cree que los judíos son los "elegidos de Dios". Este movimiento, que santifica el territorio más que cualquier otro valor, está dispuesto a sacrificarlo todo, incluso al precio de fracasar y de poner en peligro a la Tercera Commonwealth. Si llegare a darse la destrucción, lo explicarán en términos de fe, diciendo que fracasamos porque "pecamos contra Dios". Dirán, por tanto, que no es el fin del mundo. Descenderemos al exilio, preservaremos nuestro judaísmo y esperaremos con paciencia la próxima oportunidad.
Traigo a la memoria a Menajem Beguin, uno de los padres de la visión del Gran Israel. Peleó toda su vida para que se cumpliera ese sueño. Y luego, cuando se abrió la puerta para hacer la paz con Egipto, el mayor de nuestros enemigos, cedió el Sinaí (el territorio egipcio tres veces más grande que el territorio de Israel dentro de la Línea Verde) para garantizar la paz. Dicho de otro modo, hay ciertos valores que son más sagrados que el de la tierra. La paz, que es la vida y el alma de la verdadera democracia, es más importante que la tierra.
Me preocupa que grandes sectores de la nación de Israel hayan olvidado, o puesto a un lado, la visión original del sionismo: establecer un estado judío y democrático para el pueblo judío en la Tierra de Israel. No se definió ninguna frontera en esa visión y la desafiante política actual se encuentra obrando en contra de ello.
¿Qué se puede hacer y que se debería hacer? Tenemos que crear una palanca arquimediana que detenga el deterioro actual e invierta la realidad de hoy a la vez. Propongo que creemos esa palanca aprovechando la propuesta que hizo la Liga Árabe en 2002, que fue creada en parte por Arabia Saudita. El Gobierno debe tomar la decisión de que la propuesta constituya los cimientos de las conversaciones con los estados árabes moderados, que están dirigidos por Arabia Saudita y Egipto.
El Gobierno debe hacer tres cosas para prepararse para hacer este anuncio: 1) debe definir una futura estrategia de negociación para sí, junto con la posición que adopte para cada uno de los temas que figuran en la propuesta de la Liga Árabe; 2) debe crear un canal de diálogo secreto con los Estados Unidos para estudiar la idea, y acordar con antelación nuestras líneas rojas y los recursos que los Estados Unidos esté dispuesto a invertir en tal proceso; 3) debe crear un canal israelí-estadounidense de diálogo secreto con Arabia Saudita para llegar a acuerdos con ella de antemano sobre los límites de los temas que se planteen en las conversaciones y coordinar las expectativas. Una vez que se completen los procesos, Israel anunciará públicamente que está dispuesto a iniciar las conversaciones en base al documento de la Liga Árabe.
No me cabe duda de que los Estados Unidos y Arabia Saudita, cada uno por sus propios motivos, van a responder positivamente a la iniciativa israelí, y la iniciativa será la palanca que lleve a que la situación cambie radicalmente. Con todas las críticas que le haga al proceso de Oslo, no se puede negar que por primera vez en la historia, inmediatamente después de firmarse los Acuerdos de Oslo, casi todos los países árabes empezaron a conversar con nosotros, nos abrieron las puertas y comenzaron a involucrarse en desafíos cooperativos sin precedentes en el ámbito económico y otros.
Si bien no soy tan ingenuo como para creer que tal proceso fuera a traer la anhelada paz, estoy seguro de que esta clase de proceso, tan largo y fatigante, podría proporcionar medidas que generaran confianza primero, y más adelante podría proporcionar acuerdos de seguridad con los que estarán dispuestos a convivir ambos bandos implicados en el conflicto. Desde luego que el progreso de las conversaciones dependerá de la tranquilidad que haya en la esfera de la seguridad, a la cual ambas partes estarán comprometidas a mantener. Puede llegar a suceder que, a medida que avancen las cosas, ambas partes accedan a investigar los acuerdos mutuos que promoverán la idea de convivir uno junto al otro. En caso de desarrollarse una confianza mutua (y es bastante probable que suceda eso bajo los auspicios de los Estados Unidos y de Arabia Saudita), también se podrán iniciar las conversaciones para resolver totalmente el conflicto.
Una iniciativa de este tipo exige un verdadero y valiente liderazgo, el cual es difícil de identificar en este momento. Pero si el primer ministro llegara a internalizar la gravedad de la masa de amenazas que nos hacen ahora, si llegara a internalizar la locura de la política actual, si llegara a internalizar el hecho de que los creadores de esta política son elementos importantes en el movimiento sionista religioso y en la extrema derecha, y si llegara a internalizar sus devastadores resultados (hasta la destrucción de la visión sionista), entonces quizás halle el coraje y la determinación de llevar a cabo las medidas propuestas.
Escribo estas líneas porque siento que se las debo a mis padres, quienes consagraron sus vidas a la realización del sionismo; a mis hijos, a mis nietos y a la nación de Israel, para la cual brindé mis servicios durante décadas.
El autor fue director general del Mossad.
Fuente: Haaretz.com
Traducción al español: Rodrigo Varscher