Saied Kashua se encuentra en un estado mental palestino

SaiedokEl Esquire Lounge estaba casi lleno. El barman, que tiene unos cuantos años, (quizás tenga 60, con un pañuelo puesto en la cabeza que nunca se lo quita y una barba blanca que le llega hasta el diafragma) me echó una sonrisa cuando me senté en la barra. Le devolví la sonrisa, contento de que ya me había reconocido tras haber ido al bar tres veces de las cuales decidí que me apropiaría.

Pedí una cerveza y fui tomándola poco a poco. Tenía que hacer tiempo durante una hora hasta que terminara la obra de teatro de la escuela a la que había llevado a mi hija. «Esperaré aquí», decidí, estando a pocos pasos de la escuela. «Me tomaré una sola, porque no quiere apestar a alcohol y avergonzar a mi hija frente a sus nuevas amigas cuando vaya a llevarla a casa».

« ¿A casa?», pensé, e inmediatamente repuse los ojos en las pantallas de la televisión, las cuales estaban transmitiendo partidos de hockey y fútbol con el volumen apagado. Estaba decidido a distraerme y a no seguir pensando en casa, pero fue inútil.

«Probablemente parezca mucho peor desde lejos», me dije, mientras trataba de sentirme mejor aferrándome a algo que había oído una vez: que el infierno es mucho menos amedrentador cuando se vive dentro de él, contrario a lo que parece cuando se lo observa desde una distancia segura. «La gente de otros países –lo oí decir varias veces –piensa que aquí las bombas estallan a diario, que hay disparos y asesinatos todo el tiempo. No se dan cuenta de que la gente vive, trabaja, va a los restaurantes, ¿me entiendes? »

No entiendo, hay muchísimas cosas que no entiendo. Como el sociólogo israelí de gran nivel que se sentó a mi lado el día anterior en un panel de debate totalmente innecesario, quien le reveló al público que sus estudios indican una mejoría en la situación de los israelíes y los árabes. «Este año –declaraba con orgullo –más de 4.000 jóvenes árabes se inscribieron en el servicio militar».

« ¿Y qué significa eso realmente? », dije gritando en el estrado, haciéndome pasar vergüenza a mí mismo, porque creí que nunca me iban a contar entre los beligerantes. ¿Cómo rayos podía afirmar eso el distinguido profesor cuando, al mismo tiempo que hablaba, las noticias que provenían de casa eran sobre las manifestaciones que estaba habiendo en el Triángulo y en la Galilea, sobre los enfrentamientos que había habido con la policía tras ser asesinado un joven en esta última? « ¿Quieres decirme que la situación en Tirá está mejorando con el correr del tiempo»? Quería preguntarle al profesor, pero el moderador ya había pasado a otra pregunta, mostrando ningún interés en sutilezas como la realidad o la verdad, mientras trataba de meter cuantas preguntas podía de la lista que sin duda había preparado, porque a veces las preguntas son más importantes que las respuestas.

«Quizás –me dije al pensar en las conclusiones del profesor –quizás a los árabes les hizo preguntas como: "¿Tenías televisión en 1948? Hoy día, ¿tienes televisión?" "¿Cuántos autos tenía la familia en el 48? ¿Cuántos autos tiene la familia hoy día?" ». Si no, ¿cómo puede ser que, un investigador que nunca se crio en Tirá en los años 70 y 80, me diga que las cosas se están poniendo muy bien con el correr de los años? Yo estuve allí, lo juro por Dios. Y la verdad es que no había teléfono ni equipos de aire acondicionado ni computadoras ni saneamiento. Pero sí sé que las cosas estaban mucho mejor, no estaba tan superpoblado, era mucho más seguro e infinitamente más agradable. La pobreza y los niños jugando en la calle, la carestía de bienes y servicios en un pueblo que tiene un sueño es muchísimo mejor que las enormes televisiones que transmiten imágenes de desesperación o vehículos 4X4 estacionados detrás de los portones de las impresionantes mansiones con techos de tejas, en las que viven personas que están perdidas.

¿Cómo puede ser que no entendiera eso, el profesor que es experto en el tema de los árabes? Y esto en la víspera de una huelga general de las comunidades árabes y en la víspera de las declaraciones que hicieron los ministros superiores, estando el primer ministro a la cabeza, quien instaba a los que exigían la destrucción de Israel a que se trasladaran a Palestina. No sé quién es el que exactamente quiere destruir el país, pero sí sé que el primer ministro se refería a los ciudadanos que se demuestran furiosos. Y mucho menos sé lo que quiere decir cuando nos insta a que nos traslademos a Palestina. ¿Dónde se encuentra Palestina, señor primer ministro? ¿Acaso usted empezó a reconocer el Estado palestino? O, para usted, ¿ya existe en forma de esos cantones rodeados por las cercas y los soldados?

Para el primer ministro, Palestina constituye una situación, una amenaza. Palestina es un pueblo del cual no pueden salir los árabes, los cuales carecen de derechos, donde los soldados hacen lo que se les antoja. «¿Ustedes los ciudadanos prefieren a Palestina?» Di la palabra, sabes lo que significa estar recluido allí, y no hay duda de que sabes cuán crueles podemos llegar a ser. No, no tienes que irte de tu comunidad, te llevaremos la situación de Palestina hasta ti, así que ¡diviértete!

Ahora bien, ¿dónde se encuentra Palestina? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¿Y dónde se encuentra Israel realmente? Si no hay fronteras, y si vale todo, nosotros los ciudadanos podemos afirmar que nunca nos fuimos de Palestina, ¿no es cierto? Si es que nos fuimos mientras tanto, estamos viviendo en la parte central de Illinois.
«¿Cómo te atreviste? », le pregunté al destacado profesor luego del panel de debate. «¿Cómo pudiste afirmar que la situación está mejorando? Créeme que no lo está».

«¿A qué te refieres con que no está mejorando? », replicó el profesor. «Dime, ¿hay régimen militar en los pueblos árabes actualmente? », preguntó, dejándome pasmado.
«Sí», le dije con todo el corazón, sabiendo con todo mi ser que las cosas estaban mejor en la época del gobierno militar. «Sí, hay régimen militar».

«Me da la sensación de que te podrías tomar algo más», dijo el barman entrado en años mientras me agarraba fuerte la cabeza con las dos manos.

«No, gracias», respondí, mientras trataba de recordar en qué parte del mundo me encontraba. «Tengo que irme a casa», dije, esperando que debajo de ese largo bigote se estuviera escondiendo una sonrisa.

Fuente: Haaretz.com
Traducción al español: Rodrigo Varscher

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