Me voló el chupete de la boca

bebeokA mí no me ayuda esta nueva ley en materia de conversión. Apenas tengo 10 meses de edad y quizás no debería estar preocupándome de casarme todavía, pero oí a mis abuelos hablar sobre todo este tema durante el almuerzo de Shabat el otro día, lo cual fue como un golpe en la panza que me voló el chupete de la boca.

«Ya sabes que aun así no la van a reconocer a Tali como judía», decía el abu, al darme un abrazo. «Dentro de 20 o 30 años va a tener el mismo problema que tuvo su madre, a no ser que haya un cambio importante». Trató de volver a ponerme el chupete en el lugar al que correspondía, pero no tenía ganas de calmarme y lo escupí, mientras hacía pucheros y comenzaba a llorisquear. No entendía exactamente qué era lo que estaban hablando pero por algún motivo me sentí muy vulnerable de repente.

¿Que no soy judía? No hay nada que, en mi vida que tiene 300 días de existencia, pudiera haberme preparado para esto. De hecho, el primer recuerdo que tengo es el de la hermosa celebración que hubo en la sinagoga durante la cual recibí mi nombre. Me sentí muy orgullosa cuando mis dos padres, con una sonrisa de oreja a oreja, fueron llamados a la Torá, mientras me cargaban en sus brazos. «Que Dios, quien bendijo a nuestras matriarcas Sara, Rebeca, Raquel y Lea, bendiga a esta hermosa bebé. Su nombre será Talya en la Casa de Israel. Que pueda crecer con salud y tranquilidad y, así como ingresó al pacto, que pueda ingresar a una vida de Torá y de buenas acciones y que algún día pueda llegar a estar debajo de la jupá», entonó el rabino, al recitar las primerísimas palabras de las que me puedo acordar de haber oído. Pacto. Torá. Jupá. Y ahora, de la nada, me habían dado vuelta el mundo entero. Salud tengo, pero desapareció la tranquilidad, y ni siquiera tengo un año aún. Seguí escuchando, esperando alguna clase de explicación.

«¿No reconoce el Estado de Israel la conversión de Valerie?», preguntó uno de los invitados, quien aparentemente se refería a mi mamá, aunque esto era algo nuevo para mí ya que nadie lo había mencionado antes.

«El Estado, sí, pero el Rabinato Superior, no», explicó el abu. «El establishment religioso no reconoce las conversiones realizadas por el Movimiento Conservador, por lo que, en lo que a ello respecta, Tali no es judía, lo cual significa que no va a poder casarse aquí tampoco por intermedio de una ceremonia reconocida por el Estado».

Mi corazoncito latía cada vez más rápido. A medida que continuaba la conversación, las cosas empezaron a aclararse, pero de lo que me estaba enterando no me hacía sentir para nada mejor, solo me ponía más enojada. Resulta que mi abuela materna no es judía en absoluto, solo lo es mi abuelo. Llegaron a Israel viniendo de algún lugar llamado Rusia cuando mamá no era más que una pequeña, pero a pesar de haber ido a una escuela israelí normal, a pesar de haber servido en el ejército israelí, a pesar de haber celebrado todas las festividades judías, y a pesar de sentirse judía, en ningún lugar estaba registrada como que fuera judía. Me puso triste enterarme de que había pasado sus primeros 12 años de vida ocultándoles a sus amigos de Moscú que era judía, y que durante los 12 años posteriores tuvo que ocultarles a sus amigos de Israel que no lo era. Cuando era adolescente, había estado dispuesta a convertirse por intermedio de la ortodoxia, pero no tenían nada que ver con ella ya que no iba a prometer que fuera a adaptarse al estilo de vida de ellos. El Movimiento Masortí/Conservador de Israel le abrió las puertas de par en par.

Por tanto, si bien la nueva normativa que regula las conversiones, aprobada la semana pasada por el Gobierno, le va a permitir a un número mayor de rabinos ortodoxos realizar conversiones para aquellos que las deseen, no me va a ayudar ni a mí ni a mamá, ni a ninguna otra persona que ya se haya convertido por intermedio del Movimiento Conservador o por intermedio del Movimiento Reformista, ni a nadie que quiera convertirse por alguno de estos movimientos en el futuro.

«De cierta forma, incluso podría llegar a dificultar más el reconocimiento que buscamos», dijo el abu. «Me alegro por aquellas personas para las cuales esto les es una respuesta», explicó, «pero al bajar la tensión por hallar una solución para los 300.000 inmigrantes procedentes de la ex Unión Soviética que no son judíos según la halajá, es probable que se nos haga aún más difícil la lucha por la legitimidad del judaísmo no ortodoxo».

Empecé a sacudir mis piernitas en señal de protesta. Este no es el tipo de Estado judío en el que quiero crecer y no es el tipo de Estado judío con el que pueda identificarse la gran mayoría de los judíos de la Diáspora, sin contar los sectores cada vez mayores de la sociedad israelí que entienden que existe más de una forma de ser judío y que también tiene que haber más de una forma de llegar a ser judío.

«¿Por qué se retuerce así?», preguntaba la abu, mientras trataba de tranquilizarme, pero yo me negaba a calmarme. Era exasperante. Y el hecho de que aún no tenga la capacidad de expresar mi desesperación no hace más que empeorar las cosas. Hasta que pueda expresarla, necesito que seas mi voz. Por favor. Dile a Elazar Stern, miembro de la Knéset, que aprecio mucho su iniciativa y la intención que hay detrás de ella, pero que no llega lo suficientemente lejos a la hora de hacer que este país sea el hogar de todo el pueblo judío que siempre tuvo la intención de serlo. Hasta que eso suceda, pretendo seguir pataleando y gritando, rehusándome a aceptar chupetes que están hechos solo para callarme sin abordar el motivo por el cual lloro desde un principio.


Traducción al español: Rodrigo Varscher

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