“Este verano me di cuenta de que había perdido mi guerra”II

keretyamigook13 DE SEPTIEMBRE. 18:44. CORREO DE ETGAR KERET A SAYED KASHUA (CHAMPAIGN, ILLINOIS)
Hola, Sayed:
Me alegré mucho al recibir una carta tuya, y me entristecí mucho al leerla. Odio decirlo, pero conozco bastante bien la ciudad de Illinois en la que vives. 

Hace unos años, cuando Lev aún estaba en la guardería, me invitaron a dar unas clases en la Universidad y pasé allí unas semanas con mi familia.

Cuando volvimos a Israel, todos pesábamos unos cuantos kilos más, y agradecimos que las aerolíneas cobren por el sobrepeso de las maletas, y no de los pasajeros. Así son las cosas cuando uno vive en un país en el que, en lugar de celebrar el Yom Kippur y el Día de Conmemoración del Holocausto, celebran el Día del Donut (existe, lo juro). Todavía hoy, Lev dice que Roma y Nueva York son ciudades fascinantes, pero ningún lugar del mundo se acerca a Urbana, Illinois, y todo por la bolera y la tienda de videojuegos que recuerda con tanto cariño (lo que más le impresionó de allí fue el enorme número de máquinas de refrescos). Así que no me sorprende que tus hijos se hayan adaptado con tanta facilidad (tendrás que limitarles las tortitas y los donuts, porque si no van a acabar mal). En lo que a nutrición se refiere, la cocina estadounidense es peor que el Estado Islámico). Me pediste un cuento optimista con un final feliz y ahí va. Lo intentaré:

El año 2015 fue un año histórico en Oriente Próximo, y todo por una sorprendente y brillante idea que tuvo un expatriado árabe-israelí. Una tarde, el escritor estaba sentado en el porche de su casa de Urbana, Illinois, mirando los infinitos campos de maíz que se extendían hasta el horizonte. Viendo esa enorme extensión, no pudo evitar la idea de que quizá los problemas de su lugar de procedencia se debían a que simplemente no había espacio para todos. "Si pudiera sencillamente meter todos esos campos en mi maleta", se dijo para sus adentros, "doblarlos con muchísimo cuidado, muy, muy pequeñitos, podría llevármelos en avión a Israel. Pasaría la aduana por la línea verde de quienes no tienen nada que declarar, porque ¿qué tenía en realidad? No es que llevase en el equipaje una ideología subversiva ni cualquier otra cosa que pudiese interesarle a un inspector de aduanas. Todo lo que tendría serían unos enormes campos de maíz doblados muy pequeñitos, y cuando llegase a casa, abriría la maleta, los sacaría, y ¡tachán!, de repente habría tierra para todos, palestinos e israelíes, e incluso sobraría para poner un inmenso campo de atracciones al que ambos pueblos llevarían todos los conocimientos y la tecnología que aplican a desarrollar armas, y los usarían para construir la más asombrosa montaña rusa del mundo".

Cuando entró en casa estaba muy excitado e intentó compartir su fascinante idea con su mujer, pero ella se negó a dejarse entusiasmar. "Olvídalo", le dijo con frialdad, "nunca funcionará". El escritor admitió que todavía tenía que resolver varios problemas logísticos, como convencer a los agricultores de Illinois de que le entregasen los campos de maíz, por no hablar de encontrar el método adecuado para doblarlos que le permitiera meter a presión todos esos campos en una gran maleta. "Pero", reprochó a su esposa, "esos obstáculos sin importancia no son motivo para abandonar una idea que podría traer la paz a nuestra región".

"Ese no es el problema, tonto", le replicó ella. "Aunque consiguieses meter toda la tierra del mundo en tu dichosa maleta desvencijada nunca conseguirías traer la paz a la región. Por un lado, los radicales ultraortodoxos dirán que Dios les prometió esos campos de cultivo a ellos, y por otro, los racistas mesiánicos dirán que los campos les pertenecen por nacimiento. No hay salida, marido", dijo encogiéndose de hombros. "Hemos nacido en un lugar en el que, aunque mucha gente desee convivir en paz, en ambos bandos hay aún suficientes personas que no lo quieren así, y nunca permitirán que ocurra".

Esa noche, el escritor tuvo un extraño sueño. En él aparecía un campo de maíz infinito, y desde ese campo se disparaban misiles que eran derribados por misiles antimisiles mientras pasaban aviones de combate lanzando bombas desde los cielos. El campo fue pasto de las llamas y el escritor se encontró a sí mismo preguntándose quién demonios luchaba contra quién. Porque en su sueño no había nadie, solo misiles, bombas y mazorcas ardiendo.

La mañana siguiente, el escritor se bebió su repugnante café americano en silencio, sin tan siquiera dar los buenos días a su mujer (estaba muy ofendido porque ella le había llamado tonto el día anterior), y después de dejar a los niños en el colegio y en la guardería, se sentó delante de su ordenador e intentó escribir una historia. Algo triste, con mucha autocompasión, sobre un hombre bueno y honesto cuya vida y cuya mujer habían sido crueles con él sin razón alguna. Pero mientras trabajaba en la historia, se le ocurrió una idea brillante, cien veces mejor que la anterior, sobre cómo resolver los problemas de Oriente Próximo. Si el problema no era el territorio sino el pueblo, lo único que tenían que hacer era actualizar la "solución de dos Estados" con una "solución de tres Estados", de modo que los palestinos viviesen en el primero, los israelíes en el segundo y los fundamentalistas radicales, los racistas y todos aquellos a los que les divierte luchar viviesen en el tercero. Su mujer se mostró menos desdeñosa con este plan de lo que se había mostrado con su idea de doblar los campos de maíz, por no mencionar que a Barack Obama, con quien el escritor se tropezó en la cafetería de una gasolinera en las afueras de Urbana, Illinois, simplemente le encantó.

En menos de una década, había tres países uno al lado del otro en un diminuto rincón de Oriente Próximo: el Estado de Israel, el Estado de Palestina y la República de la Fuerza es el Único Idioma que Entienden, un lugar en el que la guerra civil no terminaba nunca y que solo les gustaba a los presentadores de los informativos y a los traficantes de armas. El escritor (que, en la historia, es bastante modesto) rechazó amablemente el Premio Nobel de la Paz que le ofrecieron, hizo su maleta y volvió con su familia a su antigua casa en Israel. Y cada vez que Barack Obama venía a Oriente Próximo en otro de sus infructuosos esfuerzos por llevar la paz a la República de la Fuerza es el Único Idioma que Entienden, hacía una parada para visitar al escritor que había logrado, él solito, llevar la paz a su pueblo. Se sentaban juntos en silencio en la terraza del escritor, que daba a un valle con campos terraplenados, y comían con apetito las mazorcas de trigo que había en las fuentes frente a ellos.

Esa es la historia. No estoy seguro de que sea realmente una historia, y no sé si es realmente optimista, pero es lo mejor que se me ha ocurrido. Cuídate, y ocurra lo que ocurra, no escatimes en lo que se refiera a abrigos. Un abrigo es algo importante.

Tuyo, Etgar
P. D. Ten cuidado. Es frecuente que los israelíes que emigran a EE UU empiecen a hablar yiddish, y en el caso de los árabes, ¡podría parecer cómico!

Fuente: elpais.com

 

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