“Este verano me di cuenta de que había perdido mi guerra”

keretyamigookSayed Kashua y Etgar Keret son dos grandes escritores israelíes contemporáneos a los que les une la literatura y el éxito. Últimamente, también el desaliento que les ha provocado la reacción de los israelíes ante los demoledores bombardeos de este verano a la franja de Gaza.

El espacio para la crítica ha mermado de forma alarmante en el país, mientras la barbarie y las pulsiones más xenófobas afloran de la mano de la ultraderecha radical con la complicidad de gobernantes que miran hacia otro lado, según la lectura de estas dos figuras clave de la vida cultural israelí.

Kashua, de 39 años, es un reconocido escritor y un personaje único en la escena israelí. Es algo parecido a un Woody Allen oriental, al que le gusta presumir de ser patoso, mal padre y peor hijo. Es un tipo acomplejado e inseguro, con una increíble capacidad para burlarse de sí mismo. Las columnas semanales y autobiográficas que publica en el diario Haaretz y sus series de televisión son hilarantes.

Más allá de su talento literario, Kashua, árabe-israelí como el 20% de la población, se ha convertido con el paso de los años en la prueba viviente de que la coexistencia entre israelíes y palestinos podía llegar a ser posible. De que se puede ser palestino, tener pasaporte israelí y triunfar en el Estado judío. Por eso, cuando el 4 de julio pasado anunció a los lectores que se marchaba de Israel, que el país se había vuelto insoportable para los ciudadanos árabes, la noticia dejó huérfanos de esperanza a una legión de israelíes. "Mi intento de vivir junto a los otros en este país ha terminado. La mentira que le conté a mis hijos sobre un futuro en el que árabes e israelíes puedan compartir el país en igualdad ha terminado. He perdido mi pequeña guerra", escribió. Kashua hizo apresuradamente las maletas y se autoexilió con su familia en una universidad de Estados Unidos.


Etgar Keret, de 47 años, considerado uno de los mejores escritores israelíes de su generación, se sintió abatido cuando se enteró de la marcha de su colega. Keret representa lo opuesto a Kashua en el ecosistema social israelí. Keret es judío, hijo de supervientes del Holocausto y producto del Tel Aviv más relajado, progresista y cosmopolita. Es además un hombre que, al revés que Kashua, da la sensación de que se siente cómodo en su propia piel. Comparte, sin embargo, con su compatriota el sentido del humor y la falsa modestia. También como su colega, Keret perdió la sonrisa cuando mientras los misiles segaban la vida de civiles y niños, la sociedad israelí respaldaba casi al unísono la ofensiva sin ser capaz de exigir una alternativa negociada a la guerra.
El 13 de septiembre de este año, Kashua decidió escribir una carta a Keret, el autor que de joven le había inspirado hasta el punto de animarse a dedicar su vida a la literatura. Lo hizo desde la Universidad de Illinois, donde Kashua ahora vive y enseña. En esa primera carta, le cuenta que su vida es miserable, que su nuevo país no le gusta. Que haber huido de Israel le ha sentado fatal, pero que volver sería aún peor. Y le pide a Keret que le cuente un cuento, que le mienta, que le regale un atisbo de esperanza. Así comienza este cruce de cartas tiernas y excepcionalmente reveladoras de los tiempos que corre el conflicto palestino-israelí.

Traducción de News Clips.

13 DE SEPTIEMBRE. 5:53. CORREO DE SAYED KASHUA (CHAMPAIGN, ILLINOIS) A ETGAR KERET (TEL AVIV)
Hola Etgar:
¿Cómo estáis Shira, Lev y tú?
Sabes, resulta muy extraño estar escribiéndote. Justamente esta semana estuve pensando en ti. Hablé de ti en mi clase de hebreo, y al final, les llevé a los estudiantes uno de tus cuentos, Hope They Die [Espero que se mueran]. Tardamos una hora en leer la mitad. Mis estudiantes son majos, pero su hebreo deja mucho que desear. Pero esa no fue la razón por la que pensé en ti. Pensé en ti porque están empezando a verse las primeras señales del invierno aquí. Y es como los días más fríos de un invierno en Jerusalén. En el centro de Illinois hace frío, y casi todo el que se encuentra conmigo y sabe que acabo de llegar se siente obligado a avisarme del cruel invierno que nos aguarda.
Esta semana tuvimos que comprar ropa de abrigo. Como sabes, llegamos aquí en verano, o quizás más exactamente, huimos a este lugar en verano, y salvo algunas camisas de manga corta y un par de pantalones, no cogimos casi nada de casa. (...) "No compréis en el centro comercial", nos dijeron los padres de un niño israelí que mi hijo conoció en la escuela elemental, "hay un enorme outlet a una hora en coche, con ropa genial a unos precios fantásticos".
Seguimos el consejo de nuestros nuevos amigos y compramos la ropa de los niños en los outlets, hasta que llegamos a los abrigos. "No vamos a hacer concesiones en el tema de los abrigos", le dije a mi mujer. "No para la clase de invierno que nos han prometido que tendremos".
Y, sabes, es por ti por lo que no estoy siendo tacaño con los abrigos.
Probablemente no te acuerdes, pero una vez, cuando compartimos un taxi de Leipzig a Berlín, puede que hace 15 años, me contaste una historia sobre tu padre, y se me quedó grabada una frase: "Sobrevivió porque se llevó un abrigo". "No vamos a hacer concesiones en el tema de los abrigos", le dije a mi mujer, "tenemos que comprar los mejores, los más caros".
En cualquier caso, estamos en Champaign, Illinois. No hay mucho que hacer aquí, hay una universidad y campos de maíz interminables, y salvo eso, no conozco mucho más. ¿Te creerías que ya han pasado unos meses y que no he salido ni siquiera una vez a tomarme una cerveza? (...)
De alguna manera, los niños se han adaptado más rápido de lo que pensaba, y aunque el idioma es nuevo y totalmente extraño para ellos, a pesar del tiempo y de la comida, y aunque hayan tenido que dejar a sus amigos, parecen contentos en general. Lo sé porque veo cómo me meten prisa para que arranque el coche por la mañana y salir pronto de casa porque no quieren llegar tarde al colegio. De alguna manera, mi mujer se ha adaptado a este lugar, aunque me temía que iba a volverse loca de aburrimiento porque es la primera vez en 20 años que se toma unas vacaciones del trabajo.
Y yo, que estaba tan contento de marcharme y de llevarme a mi familia lejos de ese terrible lugar llamado Israel, y de alejarla del olor de la pólvora y de la sangre, me siento a veces el más triste de todos. Tengo miedo de quedarme aquí, y temo mucho el día en que tenga que volver a casa, a Jerusalén, a Israel, a Palestina. La marcha fue traumática. Me sentía como un refugiado que huía para salvar su vida, y la decisión de marcharnos a toda prisa la tomamos incluso antes de que empezase la guerra con Gaza. El día que quemaron vivo al niño palestino en Jerusalén, me di cuenta de que no podía dejar que mis hijos saliesen de casa nunca más. Ese día, llamé a la agencia de viajes y les pedí que nos sacasen de allí lo antes posible. Por desgracia, tardamos unos días, y esa maldita guerra, otra maldita guerra, ya había empezado, y el racismo que había visto aflorar a finales de 2000 estaba alcanzando cotas aterradoras. Tenía mucho miedo y me sentía realmente perseguido. Ya sabes que soy una especie de estrella en la cumbre de mi éxito, está previsto que se estrene una película este verano y se estaba rodando una nueva serie durante esos primeros días de la guerra, y de repente, me habían convertido en el enemigo. De repente, todos los periodistas arrogantes pensaban que podían desahogar su ira contra mí, de repente tenía miedo de la chica que trae el agua en el plató, Etgar, de repente, hasta el ayudante de producción al que no conozco pensaba que podía plantarse delante de mí y decirme con un claro aire de superioridad: "Tenemos que bombardearlos uno por uno", y tenía miedo. Miedo de mis bondadosos vecinos de al lado porque tenían una nueva mirada en sus ojos que nunca había visto antes de la guerra, miedo del barman que me ha estado sirviendo cervezas durante más de 20 años.
Mi mujer siempre ha dicho que soy un cobarde con un trastorno de la personalidad paranoico y que la situación es aterradora, pero que estoy exagerando. Pero te lo juro, Etgar, he visto cómo mis amigos judíos más íntimos empezaban a mirarme de forma diferente. A veces procuraban no mirarme directamente a los ojos, y a veces sus miradas eran acusadoras, condescendientes, estaban cargadas de odio. (...)
Nunca se me había ocurrido vivir en otro lugar cuando me preguntaban con tanta frecuencia si me estaba planteando marcharme de Israel. Siempre rechazaba la posibilidad con arrogancia: "¿De qué está hablando? Tengo una guerra que librar aquí". Y, sabes, este verano me di cuenta de que había perdido. Este verano, los últimos vestigios de esperanza que me quedaban en el corazón fueron pulverizados. Este verano, me di cuenta de que ya no podía mentir más a mis hijos y decirles que, algún día, tendrían igualdad de derechos en un país democrático. Este verano, me di cuenta de que los ciudadanos árabes del país nunca tendrán un futuro mejor. Al contrario, será peor, los guetos en los que viven solo estarán más atestados y serán más violentos y más pobres a medida que pasen los años. Me di cuenta de que ya no podía prometer más a mis hijos un futuro mejor.
Por otra parte, me da mucho miedo quedarme aquí. ¿Qué será de mí aquí si no puedo escribir? ¿Y qué haré sin el hebreo que es el único idioma en el que sé escribir? Al principio, pensaba que aprendería un nuevo idioma y que dejaría el hebreo por el inglés, y lo creas o no, el primer libro que compré aquí fue uno tuyo. Me duele mucho saber que, si ya estoy buscando un nuevo idioma, ni siquiera me plantee que el árabe, mi lengua materna, sea una opción válida.
Aquí me tienes, un árabe palestino que sólo sabe escribir en hebreo, atrapado en el centro de Illinois.
Aunque sé que tu mujer y tú pasasteis malos momentos porque os atrevisteis a expresar una opinión diferente, oponiéndoos a la violencia y a las máquinas de guerra, todavía os escribo, quizás porque quiero que me deis un poco de esperanza. Podéis mentir, si os apetece. Por favor, Etgar, cuéntame un cuento con un final feliz, por favor.
Os deseo lo mejor,
Sayed

Fuente: el pais.com

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