En el año del cual nos despedimos ahora, el 5774, se volvió peligroso una vez más el hecho de ser judío. Israel, sujeto a permanentes ataques de misiles, descubrió lo difícil que es pelear una guerra asimétrica contra un grupo terrorista que es lo suficientemente despiadado como para colocar lanzacohetes junto a las escuelas, los hospitales y las mezquitas. Se vio condenado por grandes sectores del mundo por haber cumplido con el primer deber de todo estado, a saber, el de proteger a sus ciudadanos del peligro y la muerte.
El antisemitismo volvió a las calles de Europa. Ciento veinte años después del juicio Dreyfus, volvió a oírse en París el lema "Muerte a los judíos". Setenta años después del Holocausto, se oyó en las calles de Alemania el llamado de "judíos a las cámaras de gas". Hubo momentos en los cuales existió la sensación de que se había levantado para perseguirnos el fantasma de un pasado que creíamos que había muerto hace tiempo. Demasiadas veces oí a los judíos decir: "Por primera vez en mi vida, tengo miedo".
Quedémonos con esos temores y enfrentémoslos directamente. No estamos en los años 30. Por el contrario, por primera vez en los casi cuatro mil años de la historia judía, tenemos al mismo tiempo independencia y soberanía en la tierra y estado de Israel y libertad e igualdad en la Diáspora. Israel es fuerte, increíblemente fuerte. El éxito de la defensa de la Cúpula de Hierro contra los misiles constituyó el último de una asombrosa serie de avances tecnológicos –no solo militar, sino también agrícola, médico y comercial –diseñado para proteger, salvar y mejorar la vida.
Israel vivió con el desprecio del mundo durante muchísimo tiempo. Hasta el menos entusiasta de nosotros sabe que es muchísimo más preferible tener un estado de Israel y la condena del mundo que no tener a Israel, no tener un hogar judío y tener la compasión del mundo.
La unidad que Israel mostró durante el conflicto de Gaza fue algo profundamente conmovedor. Nos recordó que en un profundo sentido existencial, seguimos siendo un solo pueblo. Compartamos o no una alianza de fe, lo que sí compartimos es una alianza de destino. Ese es un buen estado en el cual encontrarse al momento de enfrentarnos a los Iamim Noraím, cuando nos paramos frente a Dios no solo como individuos sino como pueblo.
En cuanto al antisemitismo, rara vez ha sido más patente el hecho de que el odio que empieza con los judíos nunca acaba con los judíos. Hoy en día, los enemigos más importantes de los judíos son los enemigos de la libertad en todas partes. A nivel mundial, podremos sentirnos incómodos y preocupados. Pero hay partes del mundo en las cuales los cristianos son masacrados, decapitados, echados de sus hogares a la vez que viven aterrorizados.
En cuanto a los musulmanes, hace poco un destacado académico calculó que de los centenares que mueren a diario, al menos el 90 por ciento muere a manos de sus hermanos musulmanes. Los bahaíes corren peligro. También los yazidíes. También corren peligro en otras partes del mundo los budistas, los hindúes, los sijes, y si vamos al caso, los ateos. Ningún historiador que mire nuestra época en retrospectiva se verá tentado a llamarla "la edad de la tolerancia".
Lo cual nos hace volver a los Iamim Noraím. Hay cierta universalidad en las plegarias de Rosh HaShaná y Iom Kipur que no encontramos en otras festividades. En otras festividades, la sección fundamental de la Amidá comienza diciendo: atá bejartanu mikol ha-amim, "Nos elegiste entre todas las naciones". Se enfatiza la singularidad judía. En los Iamim Noraím, la plegaria paralela comienza diciendo: "Y así pon el temor del Señor nuestro Dios sobre todo lo que Tú creaste...para que toda la creación te rinda culto". Se enfatiza la solidaridad humana. Y la solidaridad humana es lo que el mundo necesita en este preciso momento.
En estos días, hay un mensaje que resuena: la vida. "Recuérdanos para la vida, Rey que se deleita en la vida, e inscríbenos en el libro de la vida por Tu nombre, Dios de la vida". A veces nos olvidamos de lo radical que esto fue cuando el judaísmo ingresó por primera vez al mundo. El Egipto de los faraones estaba obsesionado con la muerte. La vida está llena de sufrimiento y dolor. La muerte es donde nos unimos a los dioses. Las grandes pirámides y los grandes templos constituían homenajes a la muerte.
Hasta el día de hoy, los antropólogos y psicólogos sociales sostienen que el motivo por el cual existe la religión es por el temor que tiene la gente a la muerte. Lo cual lo hace aún más singular que, a pesar de nuestra total y profunda creencia en el Olam HaBá y Tejiat HaMetim, la vida después de la muerte y la resurrección de los difuntos, casi no figura nada de esto en la mayoría de los libros de la Biblia. Es un fenómeno increíble. Todo el pesimismo de Kohelet y el clamar de Job contra la injusticia podría haberse contestado en una oración: "Hay vida después de la muerte". Pero ninguno de los dos libros lo dice explícitamente.
Por el contrario, el rey David decía en un salmo que recitamos diariamente: "¿Qué ganaría si muriera y descendiera a la tumba? ¿Acaso el polvo puede agradecerte? ¿Puede declarar tu verdad?"
Casi al término de su vida, Moisés se dirigió a la próxima generación y les dijo: "Elijan la vida, para que ustedes y sus hijos puedan vivir". No le damos el valor que esto merece, a la vez que nos olvidamos de lo relativamente raro que es esto en la historia de la religión.
¿Por qué, entonces? ¿Por qué, si creemos que el alma es inmortal, que hay vida después de la muerte y que este mundo no es todo lo que existe, no lo decimos más a menudo y con mayor fuerza? Porque desde los comienzos de la civilización, al cielo se lo utilizó demasiadas veces como excusa para justificar la injusticia y la violencia que hay aquí abajo en la tierra. ¿Qué mal no se puede cometer si se cree que uno será recompensado por ello en el mundo venidero? Esa es la lógica del terrorista y la lógica del terrorista suicida. Es la lógica de aquellos que quemaron a los "herejes" en la hoguera, así decían, para salvar sus almas inmortales.
Ante esta horrorosa mentalidad, el judaísmo todo constituye una protesta. Hay que pelear por la justicia y por la compasión en esta vida, no en la próxima. El judaísmo no está dirigido a temer la muerte. Está dirigido a temer algo mucho más peligroso: el miedo a la vida con todo el dolor, las desilusiones y la imprevisibilidad que esta tiene. Es el miedo a la vida, no el miedo a la muerte, el que condujo a las personas a crear estados totalitarios y religiones fundamentalistas. El miedo a la vida es fundamentalmente el miedo a la libertad. Por eso es que el miedo a la vida adopta la forma de ataque a la libertad.
Contra ese miedo, desde el comienzo de Elul hasta Sucot recitamos ese salmo monumental de David: "El Señor es mi luz y mi salvación. ¿De quién, pues, habré de temer? El Señor es la fortaleza de mi vida. ¿De quién, pues, tendré miedo?" En Rosh HaShaná tocamos el shofar, la mitzvá que cumplimos con el soplo de la propia vida sin necesitar las palabras. El primer día de Rosh HaShaná, el "aniversario de la creación", no leemos en la Torá y en la Haftará sobre el nacimiento del universo sino sobre el nacimiento de Isaac a Sara y sobre el nacimiento de Samuel a Janá como si se dijera que una vida es como el universo. Basta con un niño para demostrar lo vulnerable que es la vida; un milagro que se debe proteger y apreciar. En Iom Kipur usamos el kítel, una mortaja, como para mostrar que no le tenemos miedo a la muerte.
Nunca creí tan firmemente como ahora que el mundo necesita que vivamos este mensaje, el mensaje de la Torá de que la vida es sagrada, que la muerte impurifica, y que los actos de terror en nombre de Dios constituyen una profanación del nombre de Dios.
El Estado de Israel es la afirmación colectiva del pueblo judío, tan solo tres años después de emerger del valle de las tinieblas de la muerte, que Lo amut ki ejié, "No moriré sino que viviré". Israel eligió la vida. Sus enemigos eligieron el camino de la muerte. Hasta se jactaron, como se jactó Osama bin Laden, de que el amor a la muerte los fortalecía. No los fortaleció. Los volvieron agresivos. La agresión no es fortaleza: es un profundo complejo de debilidad. Y las principales víctimas de la violencia islámica son los musulmanes. El odio destruye al que odia.
Hoy día no corren peligro solamente Israel o los judíos. Es todo el Medio Oriente, vastas zonas de África y Asia y gran parte de Europa. Por lo tanto, acerquémonos al Año Nuevo con un verdadero sentido de solidaridad humana. Mostremos, por la manera en que celebramos nuestra fe, que Dios ha de ser encontrado en la vida. El amor a Dios es el amor a la vida. Tomemos a pecho la insistencia del rey David en que la fe es más fuerte que el temor. Ningún imperio logró derrotar al pueblo judío, y ninguna fuerza lo podrá hacer. Quiera Dios inscribirnos, a nuestras familias, al pueblo y al Estado de Israel y a los judíos de todo el mundo, en el libro de la vida. Y que pueda llegar el día en el que trabajen juntos los justos de todas las naciones por la libertad, la paz y la vida.
Traducción al español: Rodrigo Varscher