Mafalda

mafaldaprimerookLos lugares que habitamos se constituyen desde lo humano y desde lo inanimado. Esto último son los objetos que nos rodean: libros, discos (ya sea CD o Long Plays), fotos enmarcadas, objetos decorativos de todo tipo, utensilios, herramientas, pasamanos, escalones, picaportes, espejos, sillones, escritorios, un lápiz, una taza.

 Parte del desarraigo cuando nos mudamos es perder estos puntos de referencia, ya sea porque no vinieron con nosotros, ya sea porque se perdieron en el camino, ya sea porque son testigos de crisis. Cuando uno elige qué llevar consigo se aferra a esos objetos mucho más allá de su valor, sea cual sea. Se aferra porque al día siguiente serán barandas donde nos iremos apoyando en el nuevo transitar hasta que hagamos nuestros los nuevos espacios que habitamos.

El caso de la música es muy especial en vista del desarrollo tecnológico. Hoy la música está literalmente en el aire, en "la nube", en un espacio intangible y abstracto. Sólo necesitamos el reproductor adecuado para alcanzarla y almacenarla y transportarla. Conservamos la música, pero perdimos el objeto. Por eso para mi generación un CD sigue siendo un regalo válido, una unidad tangible, visual, estética, y semántica. Puedo escuchar Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club en cualquier pen-drive, pero no puedo tenerlo. No ocupa un espacio donde habito, mucho menos donde toco.

Los libros han opuesto una resistencia mayor a este fenómeno. Los textos están en el aire pero su magia crece cuando los tomamos en nuestras manos, cuando se usan y se gastan, cuando no son uniformes, mucho menos fríos. Hay texturas, hay resistencias, hay quiebres, hay un afán en mantener el libro encuadernado. Leo y toco. Toco y después leo. Paso, y lo veo. Está. Es.

Tengo la colección original de Mafalda encuadernada en tapa dura roja con textura piel de naranja con letras doradas que dicen simplemente: "Mafalda I-VI", "Mafalda VII-X". Mi madre las mandó encuadernar cuando se supo que Quino había dejado de dibujarla para siempre, que no habría más tiras ni más librillos compilando las tiras. Es una encuadernación de una época, pero también connota el lugar que ocupaba "Mafalda" en mi casa de niño y adolescente.

Leímos "Mafalda" mucho antes que pudiéramos entenderla. Con ella aprendí quién era U-thant y que había un sitio llamado "Zapala" en el sur argentino. Con "Mafalda" y sus amigos tuve noción de lo que es la escases y el trabajo de un oficinista o la vida de un ama de casa sin servicio doméstico. El shock de la primer TV. La ansiedad por el primer auto. Por alguna razón, el mundo de Manolito me era más familiar; acaso conocía hijos de almaceneros en mi barrio. Pero no conocía hijos de empleados administrativos ni niñas como Susanita. Mi mundo fue más ancho y mucho menos ajeno gracias a "Mafalda".

Muchos años más tarde mi hijo leería "Mafalda" a su manera. No en los originales, sino en una compilación, un libro grande que abría sobre su almohada y leía cada noche, riéndose solo en su habitación. A veces yo entraba, miraba la tira que estaba leyendo, y al instante recordaba. Si yo aprendí ciertos mundos a través de "Mafalda", mi hijo aprendió mundos y tiempos; tiempos sin tecnología, tiempos de distancias, tiempos de proximidad. Mafalda y sus amigos jamás volaron en un avión; Mafalda y sus amigos elucubraban y se maravillaban frente al mar. Nuestros hijos tomaron tantas cosas por sentado. Sin embargo, como Los Beatles que Mafalda ama, ella y sus amigos permanecen y se actualizan año a año, generación a generación.

Hoy Mafalda cumple cincuenta años. Yo apenas tengo siete años más. Podía haber sido mi esposa. Dudo que hubiera tolerado una mujer tan contestataria, sarcástica, y hasta un poco amarga. Tampoco Susanita fue nunca mi tipo. Por cierto no la esporádica Muriel, amor eterno del tímido Felipe. Felipe hubiera sido buen amigo mío, y me hubiera reído mucho con Manolito. Miguelito me hubiera exasperado, y Susanita representa los anti-valores en los que fui educado.


Pero ya ven: mi vida y la de "Mafalda" corren paralelas. El mundo que su "padre" y creador eligió que ella y sus amigos no conozcan es el mundo en que yo seguí creciendo y envejeciendo. Mis libros originales encuadernados estarán siempre en la biblioteca de mi casa. Acaso esperando que algún nieto también pueda reír o siquiera sonreír con las ocurrencias que Quino puso en boca de sus hijos. Con que provoquen una buena pregunta será más que suficiente.

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