El círculo de hiel y miel

jalaredondaokAquí por las Europas estamos en setiembre, igual que en el resto del mundo dirán ustedes, claro diré yo. Pero aquí a diferencia de Uruguay, estamos saliendo de las vacaciones de Agosto. Es como el marzo de allá. Los chicos comienza la escuela, los oficinistas vuelven a sus post it, lapiceras y bollos de papel para hacer dobles en las papeleras.

 La rutina comienza a filtrarse en el tráfico cotidiano, y el bronceado playero se va diluyendo poco a poco en un blanco tiza epitelial. En estas fechas que siempre se aproximan a Rosh Hashana, esto del comienzo del año tiene bastante sentido. Comienza un nuevo ciclo, en el que hay que trabajar la tierra, plantar para futuras cosechas.
No se puede evitar, en este círculo que se mueve como una espiral en el tiempo, los judíos nos volvemos un poco locos. Los que dan tzedaká dan más que nunca. Y los que piden, piden más que nunca. Las que cocinan siempre piensan quien cocinará este año, y saben que al final como siempre serán ellas las que una semana antes, comprarán todo para el seder de Rosh Hashaná.

Este año sin embargo, no es como años anteriores donde me sentía en casa en Sefarad. Este año un poco de sabor amargo se cuela por la ventana. Con lo sucedido en Israel un pequeño porcentaje de españoles sacaron antiguos rencores, antiguos odios medievales a los judíos, enmascarados a veces en crítica hacia la política israelí, pero otras veces directamente abiertas hacia a los judíos españoles. La más patente y pública fue la del escritor Antonio Gala, que afirmaba que no le extrañaba "que nos expulsarán de todos lados". La Comunidad Judía de Madrid le presentó una demanda. Pero lo que más tristeza me da, es que el eco de aquellas persecuciones que se vivieron en esta tierra hace 700 años, aún no han sido acallados del todo. En eso también hay un círculo, en el que es la hiel y no la miel la que aceita sus engranajes. No es la mayoría de la población, pero si un sector que aún prevalece en estos mitos. Hace poco, en Valencia, fui a comer a la casa de una señora muy dulce, pariente de unos amigos míos. Una casa en el campo, una paella casera, todo ideal. La conversación derivó en la diferencia entre catalanes y valencianos, y no sé como en medio del relato de la dulce señora, ella suelta que en Cataluña vivieron muchos judíos y dijo, " Yo Odio a los Judíos". Me quedé pegada al asiento y sentí un calor que me recorría la cara. Siguió hablando sin parar de lo que los judíos le hacíamos a los palestinos, mientras el resto de los presentes, sabiendo que yo era judía me miraban con vergüenza ajena por las palabra de la "abuelita". Tuve que levantarme y dar una vuelta por el jardín. Me saltaron las lágrimas sin poder evitarlo. Allí estaba en un rincón de un campo perdido de Valencia, aquella misma inquina, que viene de la ignorancia y no de la maldad, que viene de viejos arquetipos y de unos medios de prensa que venden gracias al odio que generan. Cuando la mujer supo que yo era judía, no supo como pedirme perdón. Al final tuve que tranquilizarla yo porque casi se nos desmaya ahí mismo de la vergüenza que sentía. Quizás por todo esto es que en cada Rosh Hashaná, no sólo celebramos un nuevo comienzo. Celebramos que a pesar de tantos años de persecuciones y odios, seguimos aquí. Con humor, con fuerza, luchando por el derecho de nuestra existencia. Faltan algunos días pero la vorágine ahí está. Todos corriendo con los preparativos.


Un tren que no parará hasta el 23 de setiembre cuando todos se acomoden en sus asientos, y por primera vez en varias semanas respiren hondo, cierren los ojos y se entreguen a esa mágica sensación que nos da siempre la posibilidad de un nuevo inicio. Yo volveré a cocinar en casa mis jalot redondas para que el próximo año sea tan bueno o mejor que el que pasó, pondré la cabeza del pescado que, tengo que decirlo, me da un poco de asco en el medio de la mesa.

Shana Tová Umetuka!

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