¿Qué se siente ser el hombre más odiado de Israel?

gideonlevyokA Gideon Levy le resulta imposible no preguntarse: ¿Cómo es que un periodista – y no el más leído o más difundido del país – se ha convertido en objeto de tanta rabia y odio?

Fue hace cuatro años. El diario británico The Independent publicó una entrevista con el título: "¿Es Gideon Levy el hombre más odiado de Israel o simplemente el más heroico?" La pregunta era infundada, porque yo no era el más odiado y por cierto no el más heroico.

 En el verano de 2014, la respuesta sería más sucinta: soy el más odiado, superado sólo por Khaled Meshal. Algo desagradable, pero no demasiado terrible, a esta altura de los acontecimientos. El narrador no debe convertirse en la historia; un periodista es siempre el medio, no el fin.

Y, sin embargo, es imposible ignorar la inquietante pregunta: ¿Cómo es que un periodista – y no el más leído o el más difundido – se ha convertido en objeto de tanta rabia y odio? ¿Cómo puede un espejito roto, una pequeña linterna de bolsillo, evocar tanta furia? ¿Cómo es que una sola voz logró que tantos israelíes de izquierda y de derecha, del norte y del sur, se enfurezcan?

Sólo es posible porque incluso hasta el último de los incitadores es una persona de conciencia. Aparentemente también sienten que algo se está quemando bajo sus pies, debajo de las montañas de justificaciones y defensas que dispusieron para ellos mismos. De lo contrario, ¿por qué hierven de rabia? ¿Y por qué ya no están seguros de que tienen razón?

La verdad es que estoy muy orgulloso de lo que he escrito durante esta guerra miserable y me avergüenzo de las respuestas, que dijeron más sobre la sociedad israelí que sobre algo de lo que yo haya escrito. Es una sociedad que se está negando a sí misma hasta la muerte, que huye de las noticias y se miente a sí misma en su propaganda y en su odio.

Ninguna otra guerra me había revuelto el estómago, todos los días y a toda hora, como lo hizo ésta. Las horribles imágenes de Gaza me obsesionaron. Casi no fueron mostradas en los medios israelíes, el mayor colaborador voluntario de esta guerra. Pensé que era imposible no estar horrorizado por los crímenes en Gaza, que estaba bien expresar compasión por sus residentes, que 2.200 personas muertas es un asunto indignante, sin importar si son palestinos o israelíes. Pensé que estaba bien avergonzarse, que era necesario recordar que algunas personas tienen la responsabilidad por la brutalidad, y que estas personas no son sólo Hamas sino, ante todo, los israelíes, sus líderes, sus comandantes y hasta incluso sus pilotos.

Para el israelí promedio, que se ha acostumbrado a culpar a los árabes y al mundo entero por todos los males de su país, fue demasiado, especialmente en tiempos de guerra. Pensé que era mi deber expresar mis sentimientos en tiempo real, en el momento de la verdad. Yo sabía que no haría mucha diferencia, pero sentía que las cosas tenían que ser dichas. La mayoría absoluta de los israelíes pensó lo contrario. Pensaron que comparar la sangre de los israelíes con la de los palestinos es un pecado. Que sentir consternación es una traición, que la compasión es una herejía y que asignar responsabilidades es un crimen imperdonable.

Bueno, queridos amigos, la historia ha demostrado hace mucho tiempo que la mayoría a la que se le ha lavado el cerebro no siempre tiene razón, y ciertamente no cuando cae sobre la minoría insignificante con una agresión tan feroz.

He estado cubriendo la ocupación israelí por alrededor de 30 años. Posiblemente he visto más de la ocupación que cualquier otro israelí (excluyendo Amira Hass). Éste es mi pecado original. También es lo que forjó mi conciencia, más que cualquier otra cosa. He escuchado todas las mentiras, he visto las injusticias permanentes desde un primer plano. Ahora han llegado a otro de sus viles nadires en esta maldita guerra. Sobre esto es lo que he escrito, y esto es lo que informó Haaretz, convirtiéndose así en otro blanco del odio. No fue sólo nuestro derecho; fue nuestra obligación profesional.


Las miradas rencorosas en la calle, las maldiciones y los ataques no han hecho ninguna diferencia. Tampoco la harán. Los matones de la derecha, los complacientes, indiferentes y libres de duda del centro, incluso los eternamente engreídos de la así llamada izquierda, que clamaron que yo estaba "llevando la izquierda a la ruina", todos ellos se unieron en un solo y estridente coro, lo que demuestra que las diferencias entre ellos son menores de lo que parecía.

Hubo suficientes personas que escribieron y hablaron hasta el cansancio sobre los derechos preferentes de Israel, que siempre son absolutos, y sobre la víctima judía, que es la única víctima en el mundo. Yo quise decir otra cosa además de esto, y la opinión mayoritaria prácticamente enloqueció. Así que voy a dejar que se enojen, que me odien, que me ataquen y me condenen al ostracismo: seguiré haciendo lo mío.

Traductor: Daniel Rosenthal

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