Mandando a nuestros hijos a la batalla: el fracaso de otra generación israelí

guerranuestroshijosokPodemos culpar a los palestinos, los árabes y a la comunidad internacional todo lo que queramos, pero era nuestra responsabilidad asegurarnos de que nuestros hijos se vayan a asesinar o ser asesinados.

 El martes fui al sur con un periodista para hacer un reporte. Para nosotros, esto no era cualquier trabajo. Queríamos estar cerca de nuestros hijos.

Como todo viaje en auto, fue divertido: hicimos chistes, hablamos de los colegas y contamos historias, pero había cierta tensión que no mencionamos. No entre nosotros que nos llevamos muy bien, sino que era una extraña sensibilidad que nos afectaba a ambos, circulaba por nuestras conversaciones y cada vez que nos encontrábamos con soldados que salían o esperaban para entrar a la Franja de Gaza. Sin decirlo, ambos entramos en la peor etapa de nuestras vidas como israelíes: los días de preocupación y culpa.

Si uno crece en Israel, siempre recuerda a su primer soldado caído. Puede que sea alguien conocido, un pariente, incluso un padre o hermano, quizá un compañero de clase. En mi caso, cuando tenía 10, fue alguien de la misma escuela y el mismo movimiento juvenil que los chicos más grandes recordaban, quién fue asesinado en Líbano. Mi primer soldado caído fue recordado en actos recordatorios, en fotos en la pared de la escuela, en los discursos de sus compañeros. Fue el primero que podía imaginar, que era más que un nombre, porque había vivido en las mismas calles, soñado en los mismos salones de clase y sudado en la misma cancha de basquetbol que yo.

Hay más de ellos a medida que uno va creciendo y tiene edad suficiente para ir a los funerales en el Monte Herzl. De repente, te encontrás en la próxima fase de la vida israelí y te toca a vos. Sos vos quien viste el uniforme y llega a casa cansado. También en los funerales- de soldados asesinados en Líbano, Cisjordania y en la Franja de Gaza, en estúpidos accidentes del ejército o de aquellos que no pudieron soportar sus vidas y apuntaron sus armas contra ellos mismos. Alguien con quien compartiste un escritorio o una carpa, alguien cuyo número es unos dígitos más grande o más chico que el tuyo.

Por los próximos 20 años vas a tener amigos, conocidos y colegas en cada frente y en cada unidad, como reclutas, reservistas u oficiales de carrera. Es la carga de tu generación, y de pronto tenés 40 y llega la carta agradeciéndote por tu servicio. Empezás a pensar en mover la mochila con el uniforme para tener más lugar en el armario, pero no lo haces. Otra persona podría necesitarla.


Nada te prepara para el momento en el que empieza la próxima operación o guerra y sos padre. Sí, has sido padre por casi dos décadas, pero en el hebreo moderno el tono de la palabra horim, que se refiere a los padres de soldados, se acentúa aún más al referirse a horim shakulim – los padres de los soldados caídos. No se trata únicamente del terror constante de que toquen la puerta con un mensaje, es la noción de que cayó una terrible responsabilidad sobre tus hijos, sobre los hijos de tus amigos, de ir a la guerra y matar por tu parte. No importa si están entre aquellos peleando, en la línea de fuego, listos para mirar a otro ser humano y dispararle, o si son aquellos organizando a las tropas, reparando sus armas o dándoles informaciones sobre los puntos de ataque. Aquellos que llevan tu sangre están ahora en el negocio de la matanza. Se siente miedo y orgullo, pero también la noción de que fallaste como padre. Sos miembro de otra generación de israelíes que no ha logrado entregarle a la próxima generación una nación en paz con sus vecinos.

Si naciste o viviste por un largo tiempo en otro país y tenés otro pasaporte, también te das cuenta de que es demasiado tarde para escaparse y seguir al más básico de los instintos paternales, alejando a tu hijo del peligro.

Un colega inglés que está haciendo un sobresaliente trabajo reportando desde Gaza me dijo hace unas semanas que es el primer hombre de su familia desde antes de la Primera Guerra Mundial que no se puso un uniforme y se fue a la guerra. Puede que esta sea la razón por la que hizo una carrera tan increíble reportando guerras como civil. Le dije que yo fui el primer miembro de mi familia en llevar armas y combatir como soldado.

Cuando me enlisté, aún tenía nociones románticas sobre este gran cambio en la historia judía – después de 2,000 años de muerte y persecuciones, pertenecía a una generación que podía pelear por su supervivencia en lugar de morir en un pogrom en Bielorrusia escribiendo Yiden Nekuma ("Judíos, venganza" en yiddish) en la pared.

Mi abuelo, un sobreviviente de Holocausto que nunca vivió en Israel, me lo arruinó cuando, en su primera visita después de haberme convertido en soldado, se disgustó al verme con mi uniforme y arma. Su reacción no tenía un lado político, pero me llevó años entender que él era el "normal", que un abuelo normal no se entusiasma al ver a su nieto cargando un arma. Fue así también que me llevó años entender como periodista, como padre y como reservista, que mientras que a la mayoría de los israelíes ver a un soldado les da una sensación de orgullo y seguridad, a otros les despierta sentimientos opuestos.

Ahora, como padres, nos aferramos al orgullo y nos quejamos del miedo para esconder la culpa.

Israel ganó esta guerra con Hamas. Ganó incluso antes de que empiece la Operación Margen Protector, porque sin importar lo que diga Hamas, la organización nunca va a poder destruir al estado judío. Las dos primeras generaciones de israelíes ya habían ganado en 1967, o después en 1973, cuando le probaron a todos sus vecinos que no nos pueden desarmar. La próxima generación y la nuestra logró mantener esa victoria y construir una economía próspera, pero falló en la tarea de asegurarse de que no tengamos que volver a la guerra.


No se trata de política o de si te parece que la mejor manera de asegurar la seguridad de Israel es dándole concesiones a los palestinos, o atacándolos tanto que no se animen a lanzar otro cohete. Al final del día debemos reconocer el sabor amargo del fracaso y admitir que decepcionamos a nuestros hijos. Podemos culpar a los palestinos, a los árabes y a la comunidad internacional todo lo que queramos, pero era nuestra responsabilidad asegurarnos de que no se vayan a matar o ser matados. Nadie nos lo puede sacar.

Fuente: Haaretz.com

Traductora: Mariel Benedykt

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