Nueva York – Gaza, 2014: Cuando la guerra está al alcance de la mano

avitalycelularok¿Qué hubiera sucedido si se hubieran twiteado en vivo los bombardeos de Dresden, precipitándose los Aliados a explicar la necesidad y luego Goebbels twiteando a su vez fotos de niños alemanes heridos tomadas en 1915? Gracias a las redes sociales, nos hemos convertido tanto en embajadores como en mirones.

 La extraña agonía de mirar una guerra a miles de kilómetros, cuando el olor de la carne ardiente le llega a uno en la mano por intermedio del inmaculado iPhone.
Hay algo de raro en cuanto al hecho de mirar un sangriento conflicto desde la distancia, momento a momento, en un aluvión de hashtags y video clips y notificaciones, como algún anfiteatro romano virtual.

Los lujos de tener una vida diaria en paz, optando por olvidarse de que las guerras arrasan En Otras Partes y Muy Lejos de Aquí, son de una época pretérita. Ahora uno se sienta (sintiéndose ridículo), en un salón de belleza, en un restaurante italiano, en el porche de la casa de uno, mientras revisa constantemente las actualizaciones de las noticias y se le revuelven a uno las tripas con cada fragmento de información.

Estamos en el 2014, y el olor de la carne ardiente le llega a uno en la mano por intermedio del inmaculado iPhone.

Y uno se pregunta a qué se habría parecido esa clase de disonancia en guerras anteriores: ¿Qué habría sucedido si se hubieran twiteado en vivo los bombardeos de Dresden, precipitándose los Aliados a explicar la necesidad y luego Goebbels twiteando a su vez fotos de niños alemanes heridos tomadas en 1915? ¿Qué habría sucedido si los soviéticos hubieran producido infografías durante la Guerra Fría, y Jon Stewart habría culpado a los soviéticos por el sistema de alerta poco sofisticado de los estadounidenses? Se twitearía el Discurso de Gettysburg renglón por renglón, las familias de los soldados de la guerra de Vietnam recibirían notificaciones de los fallecimientos por WhatsApp, y los soldados babilónicos publicarían selfies mientras esperaban fuera de las murallas de Jerusalén.

"Frente civil" es una palabra que se ha redefinido en el 2014. De cierta manera, el frente civil existe dondequiera que exista la Internet, si es necesario a un océano de distancia, y de repente todos nosotros somos expertos en estrategia militar y también en la topografía de Shejaiya. De una sola vez las redes sociales nos convirtieron a todos en comentaristas políticos y tontos parlanchines, de una sola vez nos hemos vuelto tanto embajadores como mirones. O bien todos tenemos la total certeza de que las Fuerzas de Defensa de Israel sistemáticamente y siempre evitan que haya víctimas civiles (gracias a la pura objetividad de las infografías producidas por las FDI), o bien tenemos la total certeza de que las FDI sistemáticamente y siempre apuntan a los civiles (gracias a los elocuentes anuncios de Hamás, aderezados con las fotos del acopio sirio).
La capacidad de reconocer la ignorancia, o la humildad, está ausente aquí en esta especulativa riña de sangre. Todos estamos prontos para jurar rápidamente que de verdad sabemos exactamente, sí, nosotros expertos sentados en un sillón, lo que pasa por la mente y por las decisiones instantáneas de los soldados combatientes de las FDI que tienen 20 años de edad y lo que sucede en los operativos de Hamás.

Es algo raro, la manera en la cual se mete esta hiperconectividad en la mente de uno. Y es retorcedor, cómo uno ya no se reconoce a sí mismo al encontrarse susurrando los Salmos constantemente por el bien de personas que uno no conoce, personas con las cuales uno nunca se conoció. En Nueva York, cuando uno se entera por primera vez de que se habían encontrado en algún sótano de Hebrón a los adolescentes que habían sido asesinados, uno se escapa de la oficina que queda en el centro de la cuidad y se encuentra caminando hacia la United Nations Plaza, y cuando uno se tropieza con ese muro que tiene una cita de Isaías, uno se ríe amargamente, suavemente: "Destruirán sus espadas convirtiéndolas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas: las naciones no levantará la espada unas contra las otras. Ni sabrán de guerra nunca más".

Alrededor de uno, los turistas van tomando helado y suenan las campanas de la iglesia y algunas chicas se sacan una selfie y algunos burócratas europeos llevando una chapa identificatoria ingresan a la plaza riéndose de algo. Y uno camino solo, mientras se aleja de estas personas y de la fuente de noticias que lo va informando a uno.

La disonancia es tan incómoda que muchas veces me pregunto si no viviría conmigo mismo con menos dificultades si ahora estuviera en Israel, en vez de estar aquí, seguro, en mi capullo diaspórico. Algunos Sabios postulan que el infierno no es la tortura física del fuego y el azufre, sino más bien la agonía interna solamente. Me pregunto: ¿Hay algo de comodidad al soportar el conflicto externo, estando unido con el pueblo de uno en un refugio antibombas de algún lugar, en vez de mirarlo de lejos y sufrir solamente desde la culpa del "sobreviviente"?

Y es en momentos como estos que se disipa la blandura de uno y uno comienza a tener aún más miedo, tanto de uno mismo como del mundo. Desaparecen los debates en el hall de las clases y los libros de estudio ni bien aparecen los túneles. Uno se olvida de la forma en que les sonrió victoriosamente a los amigos mientras vapuleaba el imperialismo occidental, y de repente todo lo demás se ha vuelto irrelevante, se olvidan los fríos cálculos y la tranquila razón fundamental de uno y las suscripciones a las revistas y las afiliaciones a los periódicos; y uno no se reconoce cuando de repente uno se encuentra llorando aleatoriamente o cuando uno se encuentra jurando que uno hará lo necesario para aferrarse a esta Tierra de uno, sí, que uno irá por sí mismo desde el lugar de nacimiento y hogar de uno para mudarse allí a ese abrasador y maldito país, para que los propios hijos de uno, la propia cimiente de uno, pueda algún día construir también asentamientos si eso es lo que se necesita, sea lo que se necesite, querido Dios, y uno se ve atrapado en esta nube de angustia y celo, esta antigua emoción de la cual uno está seguro que quedó enterrada hace ya tiempo en esos mismos libros de estudio; ¿y es que esa furia a uno lo hace ser menos humano? ¿O a uno lo hace ser más humano? Sí. Este, este es el crudo e incómodo comienzo de la locura, los demonios con los cuales uno lucha en las profundidades de dentro de uno.

¿Y cómo es que se vuelve tan absorbente?

Y esa aplicación llamada "Alerta roja", me arrepentí de descargarla luego de unas horas pero aún no puedo obligarme a borrarla. ¿Por qué siento la necesidad de saber cada vez que empieza a sonar una sirena en Israel? ¿A qué tipo de pueblo masoquista pertenezco, en el cual esto se lo considera como algo normal? ¿Hay algún otro pueblo que tenga esta forma horriblemente personal en la cual los conflictos distantes se apoderan de cada momento de uno y dificulte el hecho de despertarse en la mañana? ¿Eso es normal; los sirio-americanos tienen también un sistema para seguir los ataques de Assad? ¿Los expatriados ucranianos construyeron una aplicación que les notifique sobre el disparo que da cada separatista en Donetsk?

También la forma en la que los acontecimientos de las últimas semanas se apoderaron de la imaginación y de los temores de los judíos de la Diáspora: no estoy seguro de que se pueda expresar la oscuridad que ahora nos sobrevino a algunos de nosotros, incluso aquí, incluso estando así de lejos.

A uno se le sobreviene cuando se está en la calle, en el subte, en una multitud, y de repente uno se siente muy solo porque los empresarios que están al lado de uno están hablando sobre la reunión del personal del día de ayer; mientras que uno se encuentra sentado allí durante una hora conduciendo la mente en círculos enloquecidos sobre lo que significa a fin de cuentas el conflicto proporcionado, y de quién es la versión más acertada, y uno trata de convencerse de que no es posible que el mundo lo odie a uno, no, que es un complejo genético que uno heredó pero que va a superar pronto. Aparte tenemos lo de la ocasional sinagoga parisina y la manifestación callejera de Berlín, seguro que a uno no lo odian; ¿pero por qué es que cuando uno camina en Nueva York con el inconfundible uniforme ortodoxo, que uno se ve tentado a agilizar el paso, y que uno vuelve a mirar con cuidado? Quizás sea porque se haya vuelto cada vez más difícil otorgarle al mundo el beneficio de la duda. Quizás sea porque uno confía cada vez menos, al reunirse el mundo para negarles a los ciudadanos israelíes el derecho a dormir en paz, mientras se cavan túneles en los patios de los kibutzim. O quizás sea porque hace ya tiempo que uno dejó de hablar sobre la educación de la hasbará que a uno le inculcaron y porque arrojó las tablas de "Los Mitos y los Hechos", y en cambió aprendió a callarse la boca y a dejar de tratar de defender la moral de nuestro ejército; y ahora, uno tranquila y humildemente, no hace más que bajar la cabeza en gratitud al sacrificio que hacen.

Definitivamente, siguen sonando en mi mente las palabras de Moshé Daián en 1956: "Esta es la suerte de nuestra generación, esa es nuestra opción: estar listos y armados, ser fuertes y duros; de lo contario, la espada se caerá de nuestra mano y nuestras vidas se verán truncadas".

O con palabras más viejas y más espantosas: "Por tu sangre vivirás".

Hubo una época, hace solo unas pocas semanas y hace toda una vida, en la cual creía que esta suerte era para las generaciones anteriores, que mi generación sería realmente diferente, que tendríamos otras opciones a nuestra disposición. Pero esa promesa, de una suerte distinta y más pacífica, encontramos esa promesa. La encontramos en algún lugar en un sótano de Hebrón, dieciocho días muy tarde, atestada de balas.

Fuente: Haaretz.com
Traducción al español: Rodrigo Varscher

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