Una guerra buscada

misilestelavivokAl tiempo de escribir estas líneas, van cinco días de intercambio de golpes y bombas entre Hamás e Israel, sin que pueda vislumbrarse un logro político por parte alguna.

Si de parte de Israel, el gobierno puede por lo menos presentar la legítima demanda de su población de no ser rehenes de la cohetería de Hamás y otras organizaciones, cabe preguntarse porqué estos iniciaron y mantienen la escalada, sabiendo de la abrumadora superioridad militar de Israel.

 Esta ronda de violencia no explotó casualmente, ni es una espiral descontrolada. Por el contrario, en cada punto de posible salida o calma de la situación, hizo Hamás lo necesario para obligar a Israel a incrementar su respuesta bélica.


Dejando de lado las fáciles explicaciones acerca de la falta de lógica de "los terroristas en sí" y el proverbial cuento acerca del escorpión y la tortuga, la situación merita algunas claves explicadoras, no sólo para entender cómo llegamos a este punto, sino cuales son las posibilidades de futuro fuera de la perpetuación estéril de los ciclos de violencia.

Volvamos al canje de presos palestinos por el soldado Shalit: en la historia reciente del lugar, la liberación masiva de presos es vista por la calle palestina como una de las escasas, y por lo tanto preciosas, victorias sobre el poderío militar israelí.


Sin poder presentar la destrucción cercana de Israel como objetivo creíble a ojos de la calle palestina, la liberación de presos se transformó en la bandera principal, sobre la que intentan ganar primacía la Autoridad Palestina y Hamás.

La AP obtuvo sucesivas liberaciones por medio de las rondas de negociaciones auspiciadas por los EEUU, hasta que en vistas de la futilidad de las mismas, decidiera el gobierno de Israel suspender la cuarta "tanda", poniendo punto final a dichas negociaciones (en las cuales se negociaba negociar y nada más, pero esta es ya otra historia).

Mahmoud Abbas dio un golpe de efecto al anunciar un gobierno de unidad con el Hamás, lo que puso a Israel a la defensiva diplomática y a Hamás cerca de una legitimidad internacional pero a precio de tener que aceptar convivir con Israel, lo que la debilita internamente tanto como alternativa a los sectores que proponen una salida política al conflicto y como líder de los "fieles a la guerra santa mesiánica – jihad".

Hamás intentó mantener un equilibrio entre ambas opciones: por una parte participar pasivamente del gobierno (al que anunciaron como tecnocrático y no políticamente vinculante) y por la otra continuar los esfuerzos por secuestrar israelíes para canjearlos por presos.
Para ello activó en paralelo los intentos de penetración a través de túneles desde Gaza, y sus "células durmientes" en Cisjordania, hasta que una de ellas secuestró pero inmediatamente asesinó a los tres jóvenes estudiantes de yeshivá.
En la búsqueda contra reloj por secuestrados y secuestradores, Israel detuvo a las cabezas visibles de Hamás en Cisjordania, incluyendo decenas de liberados en el canje Shalit. Este golpe a su prestigio e infraestructura fue por lo visto demasiado para Hamás, lo que lo llevó a buscar una escalada bélica que le devolviera la capacidad disuasoria perdida.

El fracaso en forzar a Israel a negociar un acuerdo "entre iguales" por vía del daño a la población civil obliga a Hamás a continuar la escalada, como un apostador empedernido que ante casa pérdida incrementa los riesgos para intentar recuperar lo perdido.


En este caso, forzar a Israel a una invasión terrestre, ya sea por medio de un (no se precisa más) cohete que logre penetrar las defensas israelíes y causar un número impactante de víctimas, o por medio de una acción comando con numerosos muertos e incluso secuestrados, como los intentos de penetrar en los kibutzim Kerem Shalom por medio de un túnel subterráneo o Zikim por el mar (y el que sean estos kibutzim de izquierda, hogar de destacadas figuras en el campo de la paz israelí obviamente no es una consideración para Hamás).

La invasión terrestre es vista como una oportunidad política y militar. En el primer caso, aumentar la destrucción y el ya elevado número de víctimas civiles para que la presión internacional obligue a Israel a negociar directa o indirectamente con Hamás (nuevamente: el buscado plano de igualdad y protagonismo con el enemigo), y militarmente la oportunidad por una parte de presentarse como quien se enfrentó en el terreno al poderoso Tzahal y resistió, y por otra de causar bajas entre los soldados israelíes e incluso secuestrar a alguno como moneda de cambio, y vueltas al inicio de la historia.

Israel no tiene alternativas "buenas" en estos escenarios. Destruir a Hamás o eliminarlo como fuerza de gobierno no pasa por los bombardeos aéreos ni por los tanques. De ser posible, se lograría solamente por un reemplazo en la pugna interna palestina, e incluso por un realineamiento de Israel en el Medio Oriente con parte de los actores locales, lo que es ya terreno de otra nota.

El principal problema de Netanyahu, que lo lleva a ser extremadamente cauteloso en estos días, es que el precio de las alternativas mencionadas es un acuerdo con los palestinos que incluya su independencia y el retorno a fronteras cercanas a las de 1967. No sólo ideológicamente es Netanyahu reacio a ello, sino que su temor a que el precio que Israel pague en territorios y enfrentamientos internos sea tan en vano como la retirada unilateral de Gaza, es perfectamente fundado.

En estas circunstancias, mientras no haya una dimensión estadista que intente cambiar de raíz los paradigmas, el cíclico intercambio de golpes con logros puntuales para mostrar a la calle interna parece ser la constante a esperar.

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