Del Resultadismo a la utopia del juego lindo

mundial-brasil-balonokHay una línea ambigua que divide el resultadismo del buen juego. Es ambigua porque es discutible el concepto mismo de buen juego. ¿A qué se refiere ese "bien"? Se lo asocia, según algunos, a la belleza.

 Jugar bien es jugar lindo. Pero se confunden así las nociones de bien y de belleza, como si un buen juego tuviera que ver con rescatar cierta estética que todo juego posee. Y que es cierto: lo tiene.

Pero como toda estética, se vuelve imposible de medir. Salvo que exista una disposición reglamentaria que cuantifique belleza y sea posible contabilizar, por ejemplo, cuántos caños, rabonas, jueguitos realiza cada equipo.

O pensar en algún sistema de jurados, como en los concursos de belleza, donde además de los goles se otorguen puntajes por el modo en que juega cada equipo. Claro que todo ello implicaría un debate sobre cuáles son las formas estéticas predominantes, ya que la belleza no es universal y todo recaería en el buen gusto de un potencial jurado. Pero el problema se volvería también económico: ¿rendiría como negocio una especie de Harlem Globetrotters del fútbol? O antropológico: ¿sublimaría igualmente así el fútbol nuestros instintos de violencia?

Se puede asociar también el buen juego con el cumplimiento de lo que el juego dictamina. Pensemos qué significa la palabra "bien". Jugar bien es realizar lo que el reglamento del fútbol establece. El reglamento podrá o no gustarnos, pero no habla de belleza. Sólo postula normas que legislan cómo es el juego y quién triunfa en la competencia. Y no es que estemos haciendo una apología de la regla. Solamente diferenciando al derecho de la estética: jugar bien es hacer más goles que el contrario. El fútbol es una competencia. Algunos lo disfrutan, otros los sufrimos, pero como competencia se juega bien cuando la regla se cumple; o sea, cuando un equipo gana y otro pierde.


Jacques Derrida diferencia la esfera del derecho de la justicia, y esa diferencia nos permite comprender que no es lo mismo que alguien gane y que haya ganado justamente. Es que el derecho nunca es pleno y la justicia es infinita. El derecho siempre ejerce la violencia porque se inclina por un tipo de interpretación de la justicia y deja otras afuera. Es que el fútbol como competencia necesita criterios claros para definir los modos en que se computan los resultados. Incluso, si hubiera jurados que levantan cartelitos, caeríamos en lo mismo: la interpretación del jurado también es un acto de violencia, una elección subjetiva de lo que cada uno de ellos consideraría como mérito. Y además, ¿quién elegiría a los jurados?

Está claro que el resultado nunca concreta la justicia, pero pone un límite necesario para que el juego pueda efectivizarse. Lo único que importa entonces es el resultado, pero el resto no sólo importa, sino que se vuelve, justamente por ello, utopía. Y la utopía habla de valores, de compañerismo, de grupo, de esfuerzo, aunque todo ello no cuente a la hora de perder el partido que más merecíamos ganar. No cuenta como resultado, aunque cuenta para otros aspectos del juego y de la vida. Ese es el valor de las utopías. Nos define. Define nuestra identidad, pero no define un partido. Por eso la línea entre el resultadismo y el buen juego es ambigua. Habrá quien opte sólo por los merecimientos y no se angustie frente a los resultados, y habrá quien incluso festeje más cuanto más injusto sea el resultado; pero entre los extremos podemos todavía seguir siendo ambiguos. Aunque siempre será mejor con la Copa del Mundo en la vitrina.
*Filósofo

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