Cien años, de Macondo a Jerusalém

macondookEn estos días se ha cumplido un mes de la muerte de Gabriel García Márquez. Poco cabe agregar a todo lo escrito en estos treinta días, sumado a todo lo escrito en cuarenta y siete años desde la publicación de su obra "Cien Años de Soledad".

 Decimos "su" obra porque con la perspectiva que dan los años su obra de ficción empieza y termina en el mundo de Macondo. LA obra (con mayúscula) de García Márquez es "Cien Años de Soledad". Está claro que la novela en sí misma ocupa el centro absoluto y medular de su obra, en una forma casi excluyente. Si no fuera por su manejo del lenguaje, su prodigiosa y fluida narrativa, su creación de personajes, diríamos que García Márquez se repitió a sí mismo una y otra vez, antes de "Cien Años de Soledad" y después también.

Sin embargo, no es así. Ya sean las "putas tristes" narradas por un viejo y solitario anciano, coronel o no, Buendía o no, hasta "el amor en los tiempos del cólera" con sus selvas, soledades, y tiempos seculares, toda la obra tiene un aroma inconfundible a Macondo, un color amarillo de mariposas único, como un cuadro impresionista.


Nunca me interesó la inclinación política, mucho menos partidaria, de los grandes artistas. Excepto cuando permean en demasía sus obras, pero para entonces las mismas pierden buena parte de su calidad, de su capacidad de conmover. Siempre detrás de una obra hay una persona real, social y política. Confundir al creador con la persona es matar al creador y su obra; juzgar al creador por sus posturas como persona es simplemente discriminativo; y estúpido. Poco me importa la devoción o no de García Márquez con la Cuba de Fidel; poco me importa su criticada incoherencia entre estilo de vida y postura política.


La creación del mundo macondiano es tan prodigiosa como el acto de la creación original. La dimensión bíblica de la obra es la esencia de su grandeza, junto con sus personajes prototípicos y sin embargo tan frágilmente humanos. Hay mucho del Génesis en "Cien Años de Soledad", aunque el Pentateuco tenga un final más abierto y esperanzador que la visión determinista y fatídica de su narrador de soledades. Hay milagros por doquier, en los hechos y en los nombres; hay genealogías, hay patriarcas y matriarcas, y sobre todo hay un tiempo que se comporta de cierta manera en torno a un espacio acotado por donde se atraviesa la acción y la historia. El mundo gira en torno a Macondo así como el mundo del Génesis gira en torno a la tierra de Canaan.


A comienzos de los años ochenta yo había descubierto la novela y estaba fascinado con ella. Leí todo lo que pude encontrar, en especial la "Historia de un Deicidio" de Vargas Llosa, pero fue en vano. Jamás pude acometer la consigna propuesta por un profesor de analizar el eje tempo-espacial. De igual modo, no pude encarar un estudio semiótico, simbólico, del folclore y la imaginación que incluye la novela. No sólo la obra era "joven" por entonces, también lo era yo. Para hablar del factor "tiempo" conviene que el tiempo le haya pasado a uno también.


Recién en 1997, cuando junto con Giuliana Alpern en "radiomaná" hicimos una audición sobre "Cien Años de Soledad", para lo cual la leí por segunda vez en forma exhaustiva, pude tener una noción de la magnitud de la obra y el manejo de las variables de tiempo y espacio. Al mismo tiempo pude entender su fuerza primitivamente arrolladora, su pretensión bíblica, su ambición de ser la narración total, incluyente, que nace y se agota en sí misma. "Cien Años de Soledad" no sólo está llena de alusiones de la realidad latinoamericana de entonces, sino que está llena de alusiones míticas fundacionales de la humanidad. La visión del tiempo circular en torno a un sitio fijo es una visión escéptica, fatídica del mundo; el tiempo avanza pero la hace ando grandes círculos, volviendo a cierto punto para volver a dar un paso adelante. El espacio es uno solo: Macondo. Acaso en contraste notorio con la visión judeo-cristiana de un tiempo que avanza todo el tiempo hacia la redención, el mesianismo, la novela propone un final apocalíptico. Con la consumación del incesto el mundo, Macondo, desaparece.


La mayoría de los grandes autores tienen temas que los obsesionan. Unos son más obvios, otros menos. García Márquez está entre los primeros, Vargas Llosa entre los segundos. García Márquez ganó el Premio Nobel tal vez en forma prematura, pero por cierto muy merecida; Vargas Llosa tuvo que esperar más tiempo, y es igualmente merecido. Amos Oz pertenece al tipo de autor obviamente obsesionado con ciertos temas. Cuando leí "Historia de Amor y Oscuridad" asocié inmediatamente con los cien años de soledad de García Márquez. También Oz narra cien años de soledades y desarraigo en torno al minúsculo mundo de la Jerusalém de 1940. No es Macondo, no tiene nada de mágico, y sin embargo tiene historias fantásticas traídas de Europa, mujeres matriarcales y hombres recluidos y abocados a tareas estériles, mientras el tiempo transcurre, avanza, retrocede un poco, y vuelve a avanzar. Amos Oz merecería el Nobel de Literatura hace largo rato.


La experiencia de leer "Cien Años de Soledad" es asomarse a la mejor expresión de las letras, de lo escrito. Tiene un lenguaje poético poderosísimo pero ordenado en una narrativa prodigiosamente fluida y fascinante. Con el avance de la obra uno pierde fácilmente el sentido del tiempo y la genealogía pero poco importa. Nos envuelven las mariposas amarillas y como Remedios, La Bella, nos elevamos en el aire.

 

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