"Les Miz"

lesmizokEn 1992 en Broadway vi por primera vez "Les Miserables", el musical basado en la novela del mismo nombre de Víctor Hugo. Había sido estrenada en 1985, a esa altura ya era un suceso mundial.

 A tal punto, años más tarde la vi en Buenos Aires, cuando en la calle Corrientes, con el dólar equivalente al peso argentino, se montaban estas superproducciones por el periodo de una temporada; nada tenía que envidiar la puesta argentina a la neoyorkina.

 La diferencia es que casi treinta años más tarde "Les Miserables" fue reestrenada en Broadway, y a sala colmada. Como toda buena obra artística, tiende a permanecer a pesar del paso del tiempo. Los personajes y la trama creadas por Victor Hugo, sumados a la música de los hermanos Schonberg, generan una atemporalidad cuyo reflejo es este éxito de taquilla y permanencia. Así, pasados más de veinte años, uno vuelve a esta Meca del musical, género específico si los hay, y vuelve a los viejos amores. Tal vez no sepa hoy por qué eligió entonces esa obra y no otra; pero hoy uno sabe porque vuelve a permearse con ese mundo mágico y auto-suficiente que supone una gran obra de arte.

La paradoja es que si bien el tiempo, para ciertas manifestaciones del espíritu humano, no pasa, sí lo hace para los seres humanos. Esos mismos seres que generan el espíritu imperecedero que los alimenta: llámese arte, religión, ciencia. Esta suerte de círculo virtuoso se pone especialmente de manifiesto cuando uno re-estrena su propia obra, re-visita un sitio, ya sea geográfico como vivencial (puede ser ambas cosas a la vez, por supuesto). El arte, el producto, están allí intactos: como piezas en un museo, como una partitura, una novela, un edificio; están para quedarse porque les hemos dado ese lugar. Uno sigue estando pero ya no es el mismo; no sólo que no somos imperecederos, somos (es de esperar) altamente sensibles al cambio; ya sea para resistirlo o para celebrarlo, para padecerlo o para aprovecharlo; son elecciones.

Cuando comenzó la obra sentí algo como estar en casa, entrar en un mundo que conozco casi de memoria; a lo largo de estos veinte anios, a fuerza de escuchar la música y entender más y mejor las letras, "Les Miz" se convirtió en una suerte de leit-motif personal, una música que me ha acompañado cuando tengo la casa para mí y puedo poner el volumen al nivel máximo. No dejo de maravillarme ante la estética de los coros de esta obra, más allá de los magníficos solos. Es el conjunto lo que me emociona y me inspira. Sin embargo, a más de veinte años de mi primer experiencia "miserable" no pude no emocionarme hasta las lágrimas con Fantine agonizante; pasados más de veinte años sigue pareciéndome inverosímil, y sin embargo sé que es así, que un hombre, como Javert, no pueda aceptar nuevos paradigmas para su vida. El heroísmo está intacto, las barricadas tienen igual contundencia, pero uno ahora sabe lo que es la inocencia juvenil.

También sigue pareciéndome mal resuelto el cierre de la obra, una especie de cuento de hadas forzado en una historia de miseria y predeterminación. La escena de los fantasmas de Fantine, Eponine, y Javert se salva con la aparición del resto de la compañía cerrando en un tono épico la obra; no resistía otro final que este, y aun así se queda corto: en la primera parte hay cierres mucho más grandiosos y soberbios que un final traído de los pelos.

Nada empaña sin embargo la vivencia. La exaltación de los ideales y el heroísmo están intactos, los conflictos humanos manejados con economía y eficiencia de libreto y recursos, la acción a buen ritmo, la trama que quiebra una y otra vez para volver a cruzar a los personajes. "Les Miz" es una obra donde el colectivo, el coro, da la fuerza y el empuje, mientras que los solistas, los personajes principales, dan el toque lírico. Sigo eligiendo el costado épico al lírico en este caso, simplemente porque está mejor resuelto. No niego las virtudes de "I had a dream", o "Stars", mucho menos de "Empty Chairs at empty tables"; ni los monólogos cantados de Valjean, todo un desafío. Pero nada se compara con "One day more" o "Do you hear the people sing". Allí yace la fuerza arrolladora de la obra como musical. No en vano las barricadas son nombradas una y otra vez como representación de lo colectivo por encima de lo individual. Por eso no se podía terminar ni con la boda ni con la muerte de Valjean, ni comedia ni tragedia. El final es la esencia misma de la obra, la vida de los miserables de esta tierra enfrentados juntos a la injusticia y a la esperanza.


Por lo tanto, uno vuelve aunque ya no es el mismo. Acaso algo más sabio entiende más y disfruta los detalles. Al mismo tiempo entiende que aquello que nos conmovió tantos años atrás sigue conmoviéndonos, y si bien es en una forma algo diferente, es innegable. También uno es esencialmente uno y nos emociona lo que nos emociona, y lo que no, pues no. El arte es un buen espejo donde verse en el paso de los años y saberse en lo esencial de nuestra naturaleza.

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