La gente va detrás de demasiadas verdades absolutas y recetas para lograr todo ya. El vínculo real con el otro implica aceptar su diferencia y su complejidad, dice el entrevistado.
Darío Sztajnszrajber enseña filosofía en aulas de la secundaria y la universidad. Su capacidad y dotes comunicativos le abrieron las puertas de otro medio, la televisión. Su programa "Mentira la verdad" es visto por adolescentes y lo usan maestros en sus clases. Y hasta lo reconocen en la calle.
Cuenta Darío: "Un día, en mi barrio, me cruzo con una barra de chicos que claramente se había escapado del colegio. Uno me chista y me grita: '¡Aguante, Mentira la verdad!' No soy devoto de la cultura del aguante, pero me pareció un contraste increíble que un chico que se escapa del colegio celebre un programa de filosofía producido en Encuentro, el canal del Ministerio de Educación. Lo político es una zona de contrastes, de tensiones, y luego viene la política a intentar suturar, resolver, ordenar. El concepto de 'mentira la verdad' que tomamos de una canción de Manu Chao, plantea que todo es más contradictorio de lo que parece y que se puede leer a la verdad como la mentira más efectiva".
¿El amor no es más fuerte que la verdad? Entre tanta precariedad y contradicción, ¿acaso en el amor hallamos un absoluto?
Le temo a los sobredimensionamientos. Creo que en nuestras sociedades el amor está sobrevaluado, del mismo modo que están sobrevaluadas la felicidad o la belleza. ¿De cuál amor, felicidad o belleza hablamos? Hay que dejar de adorar este amor que se nos presenta en todas partes para recuperar otro tipo de amor: aquel que fuimos enajenando, dejando de lado y desterrando. Quizás para ser felices haya que dejar de perseguir obsesivamente la felicidad, sobre todo por el modo en que está asociada la felicidad en nuestros tiempos a todo aquello que nos hace infelices: la dependencia y el deseo de eternidad.
¿Qué nos suma amar?
Hay una forma instituida de pensar al amor como si fuera una ganancia. Algo que me suma. Algo que me hace crecer, que me llena. Mucho "me". El otro, entonces, se vuelve un objeto del que me nutro para expandirme, para realizarme. Pero en el mismo acto en el que sumo al otro, en que lo incorporo (lo hago mi cuerpo), lo pierdo. Así define Platón al amor como Eros: busco una pareja para que me complete, pero esa búsqueda ya está condicionada por mi falencia, por mi necesidad. ¿No pierdo entonces la otredad que el otro me trae? En general primero elaboramos un modelo de pareja ideal que salimos a buscar, pero ese modelo ideal responde a mis necesidades y por ello cuando el otro aparece no lo recibimos, sino que lo hacemos encajar en ese modelo previo del que partimos. Todo termina siendo una relación de amor de uno consigo mismo.
¿El amor termina en un contrato?
El amor como ganancia supone la lógica del cálculo y por ello su institucionalización en acuerdos. ¿Pero qué tiene que ver el amor con los acuerdos? Si hay acuerdo, hay una prioridad del Yo, pero ¿no es el amor un acto de entrega hacia el otro? Y entonces, ¿no son los acuerdos más bien figuras de la conveniencia? Hay otra forma de pensar el amor que tiene que ver con la prioridad del otro. No con la idealización del otro sino con el otro en su otredad, que en general, se nos vuelve imposible, por no decir, insoportable. Es que la diferencia del otro me sobrepasa y por eso sólo puedo acceder al otro o bien traduciéndolo a mis categorías o bien negándolo. Pero en ambos casos, lo pierdo. El vínculo real con el otro es siempre un imposible. Es importante desarrollar esta conciencia, en tiempos de invocaciones facilistas a la armonía general o a la disolución de los conflictos. Por eso el auténtico amor es un acto de entrega, de desapego, donde el otro ya no es una propiedad que poseo para expandirme o ser feliz, sino alguien que en su diferencia me saca de mí mismo y me libera.
¿Qué hacen la economía, el mercado y el derecho con lo que se llama amor?
Es importante comprender que las formas institucionales de administración de los afectos chocan contra la misma naturaleza del amor como exceso. Una economía del amor es economía y no amor. El amor es siempre desmedido. En el amor no se gana, se pierde. No creo que el amor tenga que ver con esa felicidad que se nos presenta en las publicidades. Al revés, el amor nos conecta con nuestras zonas más existenciales donde nos cuestionamos y sensibilizamos, por no decir angustiamos, frente a la conciencia de lo contingente de todo lo que nos rodea.
Ante la angustia del presente, ¿hay un retorno de la religión?
A fines de los 90 se empezó a hablar en filosofía de un retorno de lo religioso. La tesis, por ejemplo, del pensador italiano Gianni Vattimo es que el ateísmo perdió su base de sustentación, ya que el pensamiento científico posee los mismos problemas, incertidumbres y contradicciones que cualquier otro paradigma. La llamada crisis de la modernidad rehabilitó todos los discursos que el pensamiento moderno había postergado, en especial el religioso.
¿Pero cómo retornaría lo religioso? ¿Acaso de un modo menos dogmático, como parece esbozarlo Francisco?
La clave es diferenciar la religión como institución de lo religioso como búsqueda. En general, las búsquedas suelen chocar contra los requerimientos institucionales más preocupados en la administración de sus normas y fieles que en la explosión de una búsqueda de sentido. Lo religioso retorna desbordando a la religión.
¿Esto implica un mayor espíritu ecuménico?
El ecumenismo reinante es una prueba de ello. Pero también las formas de religiosidad no tradicionales que se despliegan más allá de lo que comúnmente entendemos por una religión. Todo esto supone tal vez comprender una distinción que choca contra nuestra lectura más tradicional, y es el poder separar lo religioso de lo verdadero. Lo que está en crisis en nuestros tiempos es la idea de un absoluto. ¿Cómo sostener un discurso religioso por fuera de la idea de verdad absoluta? Allí, creo, se juegan los actuales tiempos religiosos.
Sin absoluto, entonces, ¿qué nos puede aún brindar lo religioso?
Mucho. Vivimos en una sociedad que consume respuestas rápidas sin procesamientos, donde todo está demasiado claro. Y esto es así porque las preguntas existenciales son desterradas bajo el mote de inútiles. Creo que lo religioso, la filosofía y el arte son formas de apertura. Son esa búsqueda por lo que está más allá del límite. El problema es cuando la religión pretende dar respuestas absolutas o se vuelve celadora de obediencias ciegas.
¿Cómo definir una creencia?
Siempre me gustó la fórmula de Vattimo del "creo que creo". Resulta que un amigo lo llamó y la preguntó si aún creía en Dios, y el respondió: "Creo que creo". Yo hubiera respondido "creo que no creo", pero lo interesante en ambos casos es repensar lo religioso desde la apertura del primer "creo" y no desde lo cerrado del segundo.
¿Acaso el fútbol pasó a ocupar el lugar público de la religión?
No sé si el fútbol ocupa el lugar de la religión. Es cierto que hay ciertos desplazamientos identitarios que van redimensionando la tensión entre lo propio y lo extraño. Parecería que en esa tensión se va jugando siempre nuestra identidad: qué es lo que me identifica y con quién lo comparto, versus qué es aquello de lo que me siento más lejos y quiénes son mis diferentes. No hay identidad que no se afirme frente a una diferencia. El tema es cómo se despliega esa conexión, ya que la diferencia (el que no es como yo) a veces se me presenta e irrumpe, pero muchas otras veces no deja de ser una creación mía con todo el propósito de cultivar mi propia autoafirmación.
En ese caso el fútbol podría ser otro campo de aplicación de la distinción amigo-enemigo.
Sí. Y en esa lógica de amigos y enemigos, el fútbol es una expresión de toda una manera de concebir mi relación con el otro. Tal vez vivamos tiempos donde todo se va futbolizando. Y esto supone una manera de pensarnos a nosotros mismos en la cual todo lo "otro", todo lo extraño a mis costumbres, es inmediatamente puesto en el lugar de peligroso.
¿Por qué el otro, el rival, el adversario, serían una amenaza?
Tal vez porque me obligan a reinventarme y eso trae inseguridad e incomodidad. Me encanta el fútbol y soy -por esto que estoy diciendo- de los que tratan todo el tiempo de diferenciar los ámbitos: no todo es fútbol, sino que mucho ganaría el deporte si todo acabara adentro del partido y punto. Soy hincha de Estudiantes de la Plata y disfruto y me angustio con los vaivenes de mi equipo. Me encanta cruzarme con alguien con la camiseta "pincha" y saludarlo, más en Buenos Aires. Y punto. Ni siquiera me interesa si el otro equipo pierde. Sólo hincho por el mío; quiero que gane. Pero no disfruto la derrota ajena. Me encanta cierta identidad comunitaria que tiene el "pincha", pero entiendo que todos tienen la suya, y hasta me interesa mucho conocer las demás. Trato de no futbolizar la vida, como trato de no totalizar nada.
¿Esa sería finalmente una verdad?
"¿Qué es la verdad?", le pregunta Poncio Pilatos a Jesús en el Evangelio de Juan, y esa pregunta nos sigue estremeciendo. Sobre todo porque asistimos a un silencio como respuesta y un silencio es cualquier cosa menos una respuesta. Las palabras poseen ese doble cariz: informan y al mismo tiempo opacan. Por eso me parece increíble la escena donde aquel que viene a hablar desde la verdad sin embargo calla. En su famosa Alegoría de la Caverna, Platón en La Repúblicaplantea algo similar. Hay un prisionero que logra escapar del mundo de las sombras donde confundía permanentemente la verdad con la apariencia, y cuando sale al exterior y se topa con lo real, sin embargo hay algo que no puede nunca terminar de ver: el sol que lo enceguece. Si hay una verdad, lo extraño es que haya algunos elegidos con un acceso privilegiado a ella que automáticamente sentencian que todo el resto se encuentra equivocado. Por eso, si hay realmente una verdad, a lo sumo los seres humanos podemos brindar interpretaciones, sesgos, bocetos, acercamientos. Y de allí que la filosofía posea una labor desenmascaradora. Está siempre peleándose, desde Sócrates, con aquellos que hablan en nombre de la verdad. Claro que a Sócrates le costó la vida.
Fuente: Clarín.com