El silencioso ascenso del centro israelí

jerusalenokEl peso de nuestra generación de judíos es el temor de desperdiciar el regalo de retornar a Sion. Ese temor ayuda a explicar la vehemencia de nuestros debates políticos y culturales. Fundamentalmente, todos nuestros bandos rivales se hacen la misma pregunta: ¿Cuál es el tropiezo fatal que provocaría que perdiéramos esta tierra nuevamente, quizás esta vez para siempre?

 El amor insuficiente a la tierra, responde la derecha. Y una recurrente ingenuidad judía en cuanto a las intenciones de nuestros enemigos.
Ignorar los derechos de aquellos que estamos ocupando, se opone la izquierda. Negarle a otro pueblo el sentido de patria que reivindicamos para nosotros.

Son tonterías, insisten los ultra-ortodoxos. La mayor amenaza a nuestra existencia continua en esta tierra no tiene nada que ver con los territorios sino con el nivel de observancia de las leyes de la Torá.

Cada bando ve en el otro no simplemente un rival ideológico sino una posible amenaza existencial. Quizás lo sorprendente no sea el hecho de que nuestros debates sean tan estridentes sino que, dado que está en juego lo que temen los protagonistas y dado lo que creen de cada uno, esos debates no son ni siquiera más extremos.

Una fuerza moderadora de vital importancia de la sociedad israelí ha sido el surgimiento en los últimos años de un centro político y cultural. Los centristas observan las certezas ideológicas de los bandos rivales y los temores existenciales dirigidos a los hermanos judíos como el verdadero peligro de la viabilidad a largo plazo de la sociedad israelí.

Los centristas constituyen el grupo ideológico que menos se comprende de Israel, en parte porque les falta un hogar político que sea fuerte. Y, sin embargo, en materia de los temas claves del futuro de los territorios y de la relación entre la religión y el estado, el centro representa una mayoría de israelíes.

En el debate existente entre la izquierda y la derecha que tiene cuatro décadas de duración sobre el futuro de los territorios, el vencedor es: el centro. El centrista abraza las ideas de la izquierda y las de la derecha. No hay nada de ambiguo, de flojo, en un centrista israelí. Al contrario: el centrista afirma enérgicamente sus certezas. Da la casualidad de que simplemente aquéllas se encuentran en oposición.

El centrista considera el estado palestino como una necesidad existencial para Israel, lo cual nos salva de la irresoluble opción que hay entre Israel como estado judío y democrático, o la carga moral de estar ocupando otro pueblo, y del creciente estatus de paria.

Pero el centrista también considera el estado palestino como una amenaza existencial para Israel: arriesgarse a los ataques de misiles provenientes de la región montañosa de Samaria en la llanura costera, donde vive la mayoría de los israelíes, transformar un Tel Aviv más grande en Sderot, la asediada ciudad israelí fronteriza con Gaza que ha estado situada en el extremo receptor de miles de misiles en la última década.

El centrista tiene dos pesadillas sobre el futuro de Israel. La primera es que no haya un estado palestino. La segunda es que lo haya.

Esta ambivalencia se da a conocer en las urnas. Alrededor de un 70 por ciento de los israelíes apoya en general una solución de dos estados, en principio. Pero esa misma mayoría duda de que, en la práctica, la solución de dos estados vaya a garantizarle paz a Israel, porque el movimiento nacional palestino no va a aceptar la legitimidad de Israel incluso después de retirarse de Cisjordania.

El centrista considera con mucha cautela a los ideólogos de la izquierda y de la derecha que desconsideran la insostenible complejidad de los dilemas de Israel sobre territorio y amenazas de seguridad, y cuya solución a cualquiera de los problemas siempre es la misma: o bien un acuerdo o bien la fuerza.
El centrista reconoce que el debate sobre el futuro de las fronteras de Israel es muy desgarrador precisamente porque cada lado representa valores e intereses judíos que son fundamentales.

El centrista comparte con los izquierdistas la angustiosa pregunta: ¿De qué manera puede el pueblo judío verse como ocupantes de otro pueblo? Como canta el músico de rock Tomer Iosef en un enérgico álbum nuevo, Hajatzer Haajorit (Patio), y que se produjo en conjunto con el compositor y veterano de guerra Yankeleh Rothblit, quien perdió una pierna en la batalla de 1967 por Jerusalén:
La gran historia que comienza con la Biblia
Y que sigue hasta ahora
Con un pueblo exiliado que volvió
Dos mil años después
A su patria situada entre el río y el mar
La gran historia de la Shoá y del renacimiento
Los hambrientos pioneros redimiendo la tierra...
La gran historia ha perdido su rumbo.

Pero el centrista rechaza la idea de que los judíos sean ocupantes en la tierra de Israel. Efectivamente, somos ocupantes de otro pueblo (y los intentos que realizan los derechistas por negar esa realidad no hacen más que socavar su credibilidad entre los centristas), pero no somos extranjeros en ninguna parte de esta tierra. Sí, tendremos que transigir con una reivindicación nacional competidora. Pero todo hecho de retirarse a nivel territorial, por más necesario que sea, será una herida para nuestro ser, un sacrificio de partes atesoradas de nuestra tierra natal.

El centrista cree que nuestra capacidad de permanecer como pueblo intacto depende en gran medida del hecho de reconocer la legitimidad judía de nuestras voces competidoras. Para el centrista, el debate no sucede tanto en la sociedad israelí como sí sucede en él mismo, a la vez que la izquierda y la derecha aboga su caso de manera convincente.

Ha surgido una sensibilidad similar en la guerra cultural de Israel por la religión y el estado.

Los centristas quieren menos judaísmo en el Israel oficial, en particular en materia de legislación. Y los centristas quieren más judaísmo en la educación y cultura judías y en sus vidas particulares.

Este emergente centro cultural, que va en paralelo con el centro político que se formó por el futuro de los territorios, abarca a los seculares, post-seculares, tradicionalistas, y a los religiosos sionistas moderados.

A efectos prácticos, ya no existe una división entre religiosos y seculares en Israel. En cambio, existe una división entre los ultra-ortodoxos y todos los demás. El gobierno israelí actual refleja esta nueva realidad. Por primera vez desde 1977, los partidos ultra-ortodoxos han sido excluidos del gobierno. Y fue una coalición de los políticos seculares y religiosos la que no dejó entrar a esos partidos.

Los centristas están cansados de las guerras internas de Israel. Ansían un camino intermedio entre los extremos, una manera de que los judíos rindan honor a las ideas vitales y temores legítimos del otro, transformando la reunión de los exiliados de las comunidades rivales en un pueblo nuevamente.

 Fuente: http://blogs.timesofisrael.com

Traductor: Rodrigo Varscher

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