August

augustokCualquier actividad que llevemos a cabo en la vida puede ser denominada "una experiencia". Al hacerlo, estamos sumándole valor, complejizándola, enriqueciéndola; nos estamos involucrando en esa actividad de una manera diferente. Difícilmente llamemos al trabajo una "experiencia" pero por cierto que lo es; o ir a la peluquería o al médico.Es una cuestión de semántica.

Cuando usamos la palabra "experiencia" para algo que hacemos estamos pasando del lenguaje denotativo al lenguaje connotativo: hay mucho más que lo dicho o enunciado. No es lo mismo decir "vamos al cine" que "vamos a ver una película" o "quiero ver 'August'". En cada frase se enriquece y complejiza la acción de sentarse a ver una película.

 Me gusta pensar en el cine como una experiencia cinematográfica. Puedo ver una película en casa, pero me gusta ir al cine, la oscuridad de la sala (últimamente muy perturbada por la gente que no apaga sus ultra-luminosos celulares), la desconexión del mundo y la inmersión en la ficción que se propone. El problema es cuando la película me aburre (por ejemplo Blue Jasmin) o peor aun cuando me molesta, agrede mi sensibilidad. "August: Osage County" se cuenta entre estas últimas. Véala solamente si está dispuesto a someterse al abuso de los terribles personajes principales (actuados por Meryl Streep y Julia Roberts), o si es capaz de pensar, como en una pesadilla, que en algún momento el suplicio terminará y usted volverá a su mundo normalmente neurótico y esperanzado, donde "la verdad" y la maldad existen pero en forma atemperada y dosificada. "August" es una sobredosis.

Es una muy buena película, pero no es una experiencia cinematográfica recomendable. Actuaciones excelentes de la primera a la última; dirección profesional; hermosísima fotografía y locaciones; sugestiva ambientación. Es clara, explícita, lineal, directa. Algunos encuadres son memorables, como Little Richard y su padre Richard subiéndose al auto estacionado contra un muro deteriorado con un mural de búfalos e indios que ocupa toda la pantalla; o Violet (Streep) sentada en la escalera, sola, en un claroscuro, como un cuadro de Rembrandt; o las inmutables planicies del medio oeste americano surcadas por autos solitarios.

Es una película acerca de soledades. También es una alegoría a la sociedad americana en su deterioro de drogas, alcohol, abuso, y hasta incesto. Rescata la nobleza de la tierra nativa, y de los nativos americanos, en el personaje de la india Johnna. Cuando todo se (auto) destruye, la india y la tierra son el último refugio, la última frontera. El cierre de la película no es el cierre de la obra de teatro; en una película que pretende ser elocuente, tal vez se pensó que el mensaje absolutamente desesperanzador del original no condice con las normas de Hollywood. Por lo tanto, no es la crueldad inequívoca de Violet la que cierra la historia sino la ambigua y dudosa esperanza de Bárbara (Roberts). Estuvo a punto de sonreír, lo que hubiera estropeado su artesanal y cuidadosa construcción del personaje, pero no queda más que en un rictus. No es una película de sonrisas, sino de rictus.


En suma: si quiere hacer catarsis por medio del cine, vaya. Si quiere ver desde una cómoda butaca, y con la distancia que da la ficción, la miseria y maldad del hombre blanco, vaya; si quiere ver una película impecablemente hecha y actuada, vaya; si quiere ver paisajes, encuadres, locaciones, y escenografías perfectas, vaya. Pero si usted es sensible a la maldad y la agresión gratuita, si usted cree que todavía hay esperanza en medio de los conflictos que a todos nos rodean, si usted cree que todavía puede amanecer al lado de sus seres más queridos para amarlos y no para lastimarlos, huya. Ya sea a Nueva York como Ivy (Nicholson), a Belice como Karen (Lewis), o a los espacios abiertos y los horizontes esperanzados, como Bárbara. Váyase a la rambla. Haga un paseo. Ahórrese malos momentos.

 

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