¿Servicios igualitarios? ¿Rabinas mujeres? ¿Mejitzot más bajas? Eso no es lo que necesitan las mujeres ortodoxas. Necesitamos un cambio de mentalidad que estimule a las chicas a abrir sus mentes, expresar sus opiniones y cumplir sus objetivos.
No nos deja de asombrar, a nosotros los plebeyos ortodoxos, lo rápido que los bloggers exageran los temas. Leyendo los blogs uno se encuentra con voces masculinas que discuten los roles de los géneros en la ortodoxia.
Puede que las voces sean mayormente masculinas porque los hombres suelen conocer mejor los textos sagrados, o puede que sea simplemente porque (una sospecha) porque los hombres suelen expresarse más. Los hombres decidieron que nosotras, las sensibles damas, somos más felices en la tranquilidad del hogar, más cómodas con nuestra modestia y femineidad. Otros insisten en que nos vimos oprimidas por textos que fueron malinterpretados, víctimas de una tradición patriarcla inevitable.
Está conversación siguió el estilo talmúdico exactamente: Nuevamente, la mujer ortodoxa de mentalidad tradicional, sigue existiendo como objeto de la observación masculina, centro de la conversación masculina de la cual no puede participar. Ha habido un cuidadoso silencio de parte de esas mujeres, quienes de hecho tienen firmes opiniones que reflejan mejor el sentimiento más aceptado en el mundo ortodoxo.
Puede que haya silencio porque (una sospecha, nuevamente) nuestras hermanas tradicionalistas no fueron educadas para articular sus pensamientos y defender su fe. En cambio, las únicas voces femeninas que se dieron a escuchar fueron aquellas del movimiento feminista ortodoxo, quienes se protegieron a través de sus auspiciantes masculinos y laicos, con la ayuda de publicidad y armadas con textos.
Si uno escucha una conversación en Flatbush, Monsey, Teaneck o Five Town, hay comentarios como: ¿Mujeres y tefilin? Ah, sí, leí algo al respecto en Facebook. Es raro, honestamente.
Este tema salió a colación después de que el mes pasado chicas en dos liceos ortodoxos modernos de Nueva York pidieron y recibieron permiso para ponerse tefilim en el liceo.
De modo que, supongo, tengo que meterme con algunas observaciones culturales y una visión de la dura realidad: La mujer ortodoxa promedio en la actualidad no está preocupada por luchar para acceder a los rituales de su marido o padre. Pensar que es de otra forma es en el mejor caso sensacionalista y en el peor caso un ilusión.
Por cierto que no es convencional que escriba esto, especialmente en estas páginas, pero voy a intentar mostrar realisticamente un colectivo tal como yo la percibo: un espectáculo que en general divierte a la mayoría ortodoxa.
Mayoría silenciosa
La historia que falta es la de la mayoría silenciosa, la de la mujer ortodoxa promedio. Dicho esto para que los lectores no se imaginen que todos los ortodoxos ilustrados vivimos en Riverdale, y que grupos de mujeres de la comunidad se están dirigiendo a las cortes rabínicas para exigir que se les permita el uso de tefilim y talit.
Pueden preguntarle a una mujer ortodoxa estadounidense si usaría tefilim, en el caso de que fuera aceptable, y ella probablemente responda con una mirada vacía y una carcajada.
Pueden preguntarle a una mujer ortodoxa que es lo que amenaza su existencia en esta comunidad, y ella probablemente responda que no son los tefilim, y que el alboroto de esta semana fue una excusa fácil para hacer otro tipo de acusaciones.
Pueden preguntarle qué es lo que la preocupa, y van a escuchar una kol isha (voz de la mujer) muy diferente. Las mujeres están preocupadas por vivir en un mundo donde el status familiar es esencial, definitivo y frágil: donde las mujeres solteras, sin hijos, o divorciadas son una casta más baja. Las mujeres a las que se les niega el divorcio desperdician años esperando la libertad para poder volver a casarse. El abuso en nuestras escuelas comunitarias no es investigado como debería.
La vida en el mundo exterior es demonizada, por miedo a que impresione nuestras indefensas mentes. La literatura laica se trata de evitar, incluso el estudio intensivo de la Tora no es popular. Si piden ayuda en una librería para comprar un regalo para una hermana menor, van a ser dirigidos a la sección de cocina. Los maestros e ídolos de nuestros hijos, incluso en las escuelas más modernas, son graduados llenos de fervor religioso en su ojos, supervisados por rabinos que sienten placer al desaprobar la conducta ajena.
Esa zumba: Ccicas, tengan cuidado con el baile latino, no sea cosa que entiendas que sos mujer y empieces a caminar con cierta postura en lugar de arrastrar los pies. Incluso aquellas de nosotras que tenemos una sensibilidad más moderna sentimos la culpa .
Estamos menos preocupadas por actos formales como los rituales, y más por las pequeñas cosas que hacen a nuestra vida cotidiana. Nos preocupan las normas socioculturales y las presiones que definen nuestro presente, y que tememos que definan el futuro de nuestros hijos.
Acá, uno se encuentra con una generación descontenta, demasiado inteligente para seguir siendo engañada por la falta espíritu crítico, superstición, y oscurantismo. ¿Cuál es nuestra única alternativa? Ah, el progresismo y su igualdad – "dulce sensatez," como lo describe el rabino Aharon Lichtenstein (en "El encuentro entre el judaísmo y otras culturas: ¿rechazo o integración?" editado por Jacob J. Schacter):
"La Cultura – definida por uno de sus mejores apóstoles como 'dulce sensatez'- suele generalmente reducir la intensidad espiritual .
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Si el llamado mundo ultraortodoxo está lleno de pasión excesiva, la comunidad ortodoxa moderna está infectada por la falta de ánimo; esto puede disminuir el entusiasmo espiritual."
Hay una mayoría silenciosa que se aleja de la minoría más vocal, alejándose del progresismo "razonable": estas son mujeres ortodoxas que no están interesadas en esta lucha. Las razones para esto son variadas, y sospecho que tengan algo que ver con la halajá – pero hay cierta incomodidad con respecto al progresismo que hace que las mujeres extremadamente piadosas se rían silenciosamente. Piensan que el movimiento no es sofisticado, ni lo suficientemente delicado, sus colores demasiado fuertes, demasiado militante y democrático para sobrevivir en la política religiosa; no lo consideran un lugar donde criar a sus hijos.
Quizá no nos interesa afilar nuestras espadas. Somos demasiado tranquilas y pragmáticas para luchar. "Luchar significa poner la voluntad de uno en contra de la de otro, con el objetivo de vencer al oponente, llevarlo a sus rodillas, posiblemente para matarlo," Milan Kundera escribe.
"La vida es una batalla," continúa, "...nuestro siglo de optimismo y masacres llevó a que esta oración suene como un refrán agradable. Uno puede pensar que luchar contra alguien es terrible, pero luchar por algo es noble y hermoso. Sí, es hermoso prosperar para ser felices...pero si este proceso incluye repetidamente la palabra 'lucha', significa que tu noble esfuerzo esconde el deseo de vencer a alguien. La pelea por siempre está relacionada con la pelea contra, y la preposición 'por' suele ser olvidada en el curso de la pelea, a favor de la preposición "contra".
Me atrevo a decir que la mayoría silenciosa prefiere prosperar que luchar, y no está interesada en los refranes de batalla ni en doblegar al "establishment".
Articulando nuestra realidad
La mayoría de mis amigos y conocidos, y las mujeres a las que conocen – seguimos aprendiendo y luchando para articular nuestra realidad: el hecho de que, sorprendentemente, muchas de nosotras aún encontramos valor sincero en nuestro rol, en la mejitzá y en la modestia. Muchas de nosotras preferirían pasar menos tiempo en la sinagoga y dedicar su tiempo a "los quehaceres de la mujer" como nos enseñaron: cuando cada momento uno acude a Dios y la vida cotidiana se convierte en una íntima conversación con él, en lugar de una serie de encuentros públicos con lo Divino.
Yo encuentro instancias como la de los tefilim en mi rutina, cosas frente a mis ojos que me recuerdan constantemente quien soy y frente a quien me paro. Esto es inevitable, cada vez que me visto con recato para salir de la casa, cada vez que bendigo la comida o me apuro para rezar a la tarde, cada vez que paso la página en mi cuaderno y escribo "con la ayuda de Dios" en la esquina de arriba. ¿Necesito más instancias que me lo recuerden? ¿Otro ritual más que se arriesgue a perder su significado?
¿Quieren saber los problemas que afectan a las mujeres ortodoxas? Dependen menos de la halajá que de las normas sociales que evolucionaron de ella. Ponerme tefilim en la frente no me va a ofrecer redención. La igualdad parece ser como poner una curita sobre una herida interna; es una solución que muestra la preocupación por lo externo, al igual que la obsesión ultraortodoxa con el exterior y la imagen.
El cambio necesario en nuestra comunidad religiosa es más profundo, y más complicado. No es una cuestión de que tan alta es la mejitzá en la sinagoga, sino que se trata de la barrera en la mentalidad, y no me parece que la igualdad en los rituales vaya a solucionar esto.
En su lugar, yo pondría el esfuerzo en asegurarnos empoderamiento. Estamos criando hijas a quienes no les enseñamos a ser críticas – y no hay un educador, decano o director que pueda cambiarlo, cuando una sociedad entera discrimina a las chicas con mente, ambiciones y opiniones propias.
Hay reglas que determinan el mundo de las mujeres. Para ser aceptada, una tiende que rendirse a la presión, pasar noches en el liceo probando recetas de cocina, y a la edad de 19 – obsesivamente comprando y buscando pelucas y anillos, aprendiendo a ayunar los jueves para una cita. Los estudios religiosos se centran principalmente en la disciplina moral.
Además, una no puede meterse en una conversación entre hombres en la mesa de Shabat. Una no cuestiona, no comenta, a menos que sea acompañado de una sonrisa a modo de disculpa – o mejor aún, una risa nerviosa.
No me dejan de sorprender las inseguridades de las chicas jóvenes de mis clases – individuos con mentes brillantes, que saben apagarlo si se los piden. Este fenómeno no es específico de las comunidades ortodoxas tradicionales: Sheryl Sandberg y Anne-Marie Slaughter también lo enfrentan en las oficinas corporativas de Estados Unidos y en las aulas. Al entrar en una sinagoga moderna ortodoxa en Manhattan, vas a ver grupos de chicas con cirugías de nariz que le aplican tanta dedicación a la dieta como a la universidad – para conseguir un esposo rico en lugar de expandir su mente. Cada uno viene con su propio conjunto de reglas y convenciones sociales.
La cantidad de mujeres que me cuentan, tanto por carta como en persona, sobre sus esfuerzos para sedar sus personalidades para "no parecer demasiado inteligente," "van a pensar que estoy loca" – esto es lo que me preocupa.
Rezo por el día en el que las mujeres sean educadas por la importancia de la educación no simplemente por vocación. Quiero ver a mujeres inteligentes siendo educadas para tener dignidad y confianza, estimuladas a hablar, construir y tener éxito, y que se les dé el conocimiento de la historia, literatura, ciencia y política. Mujeres religiosas que hablen bien en hebreo e inglés, que se identifiquen como miembros de la sociedad, que sepan cómo trabajar y comunicarse con la sociedad exterior. Quiero ver mujeres tolerantes que no le tengan miedo al afuera, que enfrenten al mundo con seguridad en su fe y fuerza propia.
Entonces, ¿tefilim? ¿Servicios de rezo adaptados? ¿Rabinas mujeres? ¿Mejitzot más bajas? No me convence. Aquellas mujeres que sienten que estan en una desventaja en cuanto a las diferencias en los rituales pueden hacerlos, en las comunidades que lo aceptan, sin ser juzgadas por otros. Pero pedirle a una comunidad que reforme sus tradiciones es insensible, y aquellos que lo usan como un arma política están dañando a las mujeres ortodoxas que tienen preguntas más críticas para contestar.
No me interesa apoderarme del púlpito, me interesa simplemente ser dueña de mi mente.
Fuente: Haaretz
Traductores: Ianai Silberstein y Mariel Benedykt