Dramáticos contrastes y tránsito: Una odisea judía en San Pablo

avitalbrasilokEn la metrópolis brasilera de 11.2 millones de habitantes, hay enormes diferencias en las situaciones económicas de sus 60,000 judíos. Por supuesto, la religión que une a todos acá es el fútbol.

 La sensación de lo exótico desaparece ni bien uno entra al tránsito de la autopista de San Pablo. El sol del sur es fuerte en Diciembre, el aire nubloso. Edificios blancos, rascacielos, palmeras, mesetas a la distancia. Acá todo tiene sabor, olor, ruido verde. "El tránsito va a empeorar durante el mundial," dice el chofer en un inglés mediocre y sube la radio.

Las guías de viaje prometían un clima subtropical, lo cual me entusiasmó mucho al embarcar. "¿Sabes que en promedio cada residente de San Pablo pierde entre 20 y 30 días por año en el tránsito?" agrega e conductor, una vez que llegamos al centro de la ciudad. "Esa es una estadística muy interesante", digo mientras abro la ventana para que entre aire.

Uno aprende rápidamente que San Pablo tiene dos deportes principales: el fútbol y navegar por el tránsito. Para mantener una conversación amigable con un residente, uno debe convenientemente discutir uno de los anteriores – o analizar los niveles de crimen en diferentes barrios. Quejarse de la corrupción en el gobierno está considerado pasado de moda, o al menos inútil. Al caminar por la tarde observé una avenida corporativa, y un pacífico barrio Higienpolis con edificios espaciosos y un shopping decorado con árboles de navidad y Papá Noel. La arquitectura es moderna, incluso un poco fría. No tan lejos están las conocidas favelas, con sus casas color adobe.
"Uno entiende que esto es una metrópolis," escribió Kipling, en su carta de 1927 desde San Pablo al Morning Post de Londres. Casi 90 años después y San Pablo sigue siendo sin lugar a dudas una metrópolis, con sus 11.2 millones de residente, con 25 millones en total en todo el estado. Acá uno encuentra una húmeda ciudad de inmigrantes y sus descendientes: hay comunidades de brasileros que se identifican como italianos, alemanes, libaneses, japoneses, coreanos y africanos. Incluso el portugués que se habla hace eco de otros lugares: las entonaciones de San Pablo son italianas, lo cual se debe a una ola de inmigrantes al comienzo del siglo XX.

También están los judíos: se estima que la población judía de San Pablo es de 60,000, y otros 40,000-50,000 viven en Río de Janeiro – de un total de 150,000 judíos en todo Brasil. Hay 55 sinagogas ortodoxas y varios templos reformistas. Acá, en el Nuevo Mundo, las comunidades judías se establecieron en un suelo que no les traía malos recuerdos. Existen recordatorios de la Inquisición al igual que del Holocausto.

'Crisis de la identidad judía'

Pasé Shabat en la comunidad judía sefaradí, invitada por el Jabad local, una fuerza dominante en San Pablo. En las mesas de Shabat de la elite judía, alto en los penthouses de la ciudad, el portugués se mezcla con pedazos de inglés y hebreo. Se sirve vino; hay hombres con chaquetas, mujeres con vestidos de colores brillantes. En la sinagoga Beit Yaakov, cuya congregación siguiendo la tradición de Aleppo, el kiddush parece ser del Upper East Side trasportado a los trópicos. Caras familiares, dinastías de familias, risas. Nos sentamos en livings iluminados por la luz del sol y comemos snacks y bourekas, luego pasamos al comedor donde comemos lahmajeen (un pastel de carne tradicional) y guaraná.

"Solo 25,000 de los 60,000 judíos fueron al shil en Yom Kippur," me cuentan en hebreo al salir de la sinagoga. "¡Lo que son nuestro porcentaje de asimilaciones! A los jóvenes ni les importa Israel. Es una crisis de la identidad judía."

Los rabinos y líderes comunitarios acá explican con orgullo que no hay anti-semitismo en Brasil, y en efecto, parece que el fútbol es la religión que une a todos acá, más que cualquier forma de nacionalismo.

"El pueblo brasilero tiene una tradición de aceptación," el gobernador de San Pablo, Geraldo José Rodrigues Alckmin Filho, me dice en un evento de la comunidad judía. "Es una cultura que ama la diversidad."


Aunque la diversidad étnica es impresionante, es aún más sorprendente la disparidad económica. De los 200 millones que viven en Brasil hoy, 30 millones viven bajo la línea de pobreza: es decir, ganando el equivalente de un dólar por día. A pesar de que la economía del país está en constante crecimiento, no existe una clase media.

"Aquel que es pobre en Brasil, es verdaderamente pobre," me dice el rabino David Weitman mientras caminamos por los pasillos de Ten Yad (literalmente, da una mano), una comunidad judía recién construida en el barrio de Bom Retiro. "Esta área es nuestra versión del Lower East Side," agrega Weitman.

Si uno camina por las calles de Bom Retiro, llaman la atención los nuevos nombres de las calles: Rua Divina Providencia y Rua Talmud Tora. Este es un distrito empobrecido, que una vez estuvo lleno de inmigrantes judíos cuyos descendientes se mudaron a mejores barrios, como Higienopolis y Jardins – los más caros de la ciudad. Llegó a haber 14 sinagogas acá; hoy en día solo dos permanecen en pie.

Ten Yad es el último proyecto de Jabad de San Pablo, un intento de ayudar a una parte más pobre de la comunidad judía. Acá, se compró la segunda sinagoga más vieja de la ciudad por 1,8 millones de dólares y se la renovó para crear un centro comunal que tiene una cocina que sirve 500 comidas por día ("No usamos bandejas acá. La gente toma de vasos. Debe sentirse como una casa; debemos preservar la dignidad sobre todo," dice Weitman). Para los miles que cuentan con Ten Yad para satisfacer sus necesidades básicas, también se ofrece un programa cultural, un salón de rezo y un salón para casamientos.

"Ya tuvimos 12 casamientos y bar mitzvahs acá, desde Simja Tora," explica Weitman. El cuarto está lleno de luz natural, mientras los obreros terminan con los últimos toques en la decoración antes de la ceremonia de dedicación del centro en la próxima semana.

Los miembros de la comunidad me insisten, repetidamente, en que no todos son ticos acá. "Sabemos lo que se piensa de los judíos de San Pablo," me dice un caballero en la recepción, sonriendo. "Sin embargo, no todos pueden permitirse ser socio del Club Hebraica, ¿entendés?"

El trabajo que hizo la comunidad judía para ayudar a los necesitados en San Pablo, tanto judíos como no-judíos, es inspirador. Me hace recordar las palabras de Maimonides sobre ayudar a los indigentes, tanto entre los gentiles como entre los judíos.

Entra a las calles de Baizada do Glicerio, pasa por el Mercado, y encontrarás una línea a la vuelta de Bom Prato, una cocina que sirve 1,800 comidas a diario en este barrio de descendientes de libaneses; una comida por un real. Bom Prato tiene 40 casas en toda la ciudad – un emprendimiento con el que Jabad estuvo involucrado para lanzar. Al entrar, uno nota la mezuza en la puerta, y luego entra en shock por la pobreza que uno tiene enfrente.


"Se sirven porotos con harina," me explica una trabajadora social. "La harina solidifica la comida líquida para que se pueda comer con las manos." Agrega, "Es difícil para las personas usar cubiertos si se les prohibió usarlos por muchos años. En la cárcel, digo. "

En la clínica para niños Hospital Albert Einstein en la segunda favela más grande de la ciudad, Paraisopolis, hay un programa que está financiado enteramente por la comunidad judía. Esta clínica ofrece cuidado médico a niños, al igual que actividades educativas. Todo esto en un lugar donde los niños caminan descalzos por las calles donde se trafica droga. Cuando menciono mi plan de visitar una favela a los locales, todos reaccionan con el mismo estremecimiento.

Rodrigo, el guía local y chofer de mi pequeño grupo de turistas, está preocupado. "Este es un barrio peligroso," repite mientras maneja despacio, al entrar en la favela. "Tengo un traje puesto, mi auto es negro; esto no va a salir bien."

"Una vez, en una favela de rio desarmaron un helicóptero", dice alguien en la parte de atrás del auto. Es una calle flechada y las casas parecen empeorar. Grupos de hombres se acercan al auto a mirarnos.

"Vamos a dar la vuelta," Rodrigo está temblando. Al minuto estamos de nuevo en las calles más seguras de San Pablo. Hay un momento de silencio mientras todos exhalan. Rodrigo aclara su garganta y dice, "¿Ven este estadio que están construyendo? Van a demorar demasiado. Este tránsito – ay, miren este tránsito."
Los contrastes en este lugar son dramáticos. Supongo que solo empeora. Al día siguiente cuando me encuentre en Manhattan en algún beneficio, y la dama de sociedad al lado mío me comente lo malo que es el catering, voy a asentir e intentar no reírme, mientras pienso en otros lugares.

Fuente: Haaretz.com

Traductora: Mariel Benedykt

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