Gracias por marchar

inmigrantilegales2okEn memoria de Ria Okret Z" L

Fuera de la vista y fuera de los pensamientos. Ese es el lugar seguro y prudente que debe ocupar un no ciudadano. La principal responsabilidad de una sociedad es proteger y maximizar el bienestar de sus ciudadanos.

 Por definición, el forastero es, en el mejor de los casos, objeto de una preocupación secundaria. Dominar el arte de la no ciudadanía implica aprender cómo llegar a ser importante - cuando no indispensable - para la sociedad y sus ciudadanos, reduciendo simultáneamente la carga que se les impone a éstos.


Es por esta razón que los no ciudadanos son permitidos y tolerados dentro de ciertos límites, porque ¿a quién no le gusta beneficiarse a un muy bajo costo para uno mismo? ¿Qué sociedad no toleraría las personas que sirven a sus ciudadanos y se ocupan de los trabajos que éstos eligen no hacer, y al mismo tiempo, a una fracción del costo y de la responsabilidad? Y así los importamos o les permitimos estar entre nosotros en la medida en que podamos preservar la relación máximo beneficio / mínimo costo.

Si de vez en cuando alguno de ellos posee habilidades especiales, apreciadas como una rosa o, teniendo la capacidad de cantar como Rosa , trae belleza a nuestras costas y nos sirve con su talento, levantamos el velo de invisibilidad y los aceptamos. A estas personas les repagamos esa habilidad única que nos ofrecen con el status de tornarse visibles. Los consideramos como uno de nosotros, y hacen que, por lo menos durante el tiempo que dure esta aceptación, podamos pretender que a través de ellos somos un pueblo que ve.

¿Qué ocurre, sin embargo, con aquellos que no están fuera de la vista ni de los pensamientos? ¿Con aquellos que plantean reclamos, no en virtud de sus servicios y su carácter indispensable para nuestros objetivos sociales, sino en virtud de sus derechos y necesidades? Esas personas que, en el espíritu de Kant, demandan ser vistas y tratadas como objetivos en sí mismos, independientemente de su rol utilitario. Si son refugiados, afirman su derecho inalienable a la existencia y a una vida libre de tortura y opresión. Si son personas que buscan empleo, reclaman su derecho a una vida libre de enfermedad y pobreza, que nuestra sociedad tiene la capacidad de proporcionarles.
Aunque el status legal del refugiado comparado con el del inmigrante ilegal no es el mismo, ambos formulan un reclamo moral y exigen ser vistos y tratados con la compasión y justicia que implica su condición de seres humanos.

Cuando se trata de inmigrantes ilegales, es tanto moral como legalmente legítimo que una sociedad mida su capacidad de responder a sus necesidades en relación a las necesidades de sus propios ciudadanos y su capacidad para compartir sus propios bienes sociales sin dañar demasiado significativamente el bienestar de aquellos hacia quienes tiene la responsabilidad primaria. Sin embargo, toda tzedaká implica aceptar un cierto grado de daño personal y pérdida económica. En el momento en que uno da algo a los demás, está limitando intrínsecamente lo que tiene para darle a su propia gente. La caridad empieza en casa, pero no termina en la casa de uno mismo.

Nuestra responsabilidad moral para el bienestar de todos los seres humanos creados a imagen de Dios nos obliga a ver sus necesidades y a actuar. Cómo y en qué medida variará en relación a las capacidades y necesidades de los diferentes individuos y sociedades. La obligación de tzedaká, el deber de crear una sociedad de tzedek, de justicia, nos obliga sin embargo a compartir algunos de nuestros recursos con gente que es menos afortunada que nosotros. Mientras Israel se torna cada vez más próspero, nuestra responsabilidad de servir como refugio económico seguro, al menos para algunos, no desvirtúa el carácter judío de Israel, sino que es su máxima expresión. Podemos debatir el número de estos "algunos", dado el tamaño y la identidad de nuestra sociedad, pero como judíos no deberíamos debatir la obligación en sí misma.

Los refugiados formulan un reclamo aún más fuerte para ser vistos. Ellos no están reclamando su derecho a la prosperidad, sino el derecho a la vida misma. La contundencia de la demanda y la responsabilidad intransigente que es su consecuencia pueden hacer que queramos clasificarlos como meros inmigrantes ilegales, y así aliviar en cierta medida nuestras responsabilidades morales y jurídicas. El hecho de que todos aducen ser refugiados, cuando al menos algunos no lo son, simplemente hace que sea más fácil para nosotros exigir que mantengan el status quo y que sigan respetando las reglas de los no ciudadanos: no ser vistos ni escuchados.

¿Cómo es que se atreven a marchar? ¿Cómo es que se atreven se olvidar las reglas de los no-ciudadanos? ¿Cómo es que se atreven a postularse a sí mismos como personas que pueden exigir ser tratadas como un objetivo y no como un medio? ¿Cómo es que se atreven a hacer una demanda moral en contra de nosotros, con la consiguiente culpa que el incumplimiento trae consigo?

Estos no ciudadanos son ahora más o menos unos 50.000. Lo que ha cambiado es que con la frontera fortificada en el sur, su número ya no crecerá, o más exactamente, que sólo crecerá en la medida en que el gobierno de Israel permita que los inmigrantes ilegales o los refugiados ingresen a nuestro país. Su número no representa una amenaza demográfica para el carácter judío de Israel, ni tampoco crearán sus necesidades un drenaje insostenible de nuestros recursos nacionales.

Durante los últimos años, sin embargo, hemos preferido que no se les vea y no se les escuche. Al intentar reducir en cierta medida el número de meros buscadores de empleo, hemos adoptado una política sin visión y sin valor que les prohíbe trabajar y que concentra a los no ciudadanos en el menor número posible de localidades, notoriamente al sur de Tel Aviv, de forma que la mayoría de nosotros podamos seguir adelante sin verlos.

¿Cómo es que se atreven a marchar y reclamar ser vistos? ¿Cómo es que se atreven a marchar y a obligarnos a verlos? Somos sólo nosotros, los ciudadanos, quienes tenemos el derecho a la libertad de expresión y que estamos dotados de esos derechos inalienables que dieron nacimiento a la confianza para marchar y exigir ser escuchados.
Gracias por marchar. Gracias por recordarnos que la humanidad y la dignidad no residen sólo en aquellos que tienen, en aquellos que son parte de nosotros, sino que son rasgos que no pueden y no deben ser suprimidos en ningún ser humano. Gracias por hacernos sentir incómodos y por recordarnos que tienen el derecho a ser vistos y a ser escuchados. Gracias por recordarnos que ya es hora de que la patria del pueblo judío se comporte hacia ustedes respetando esos valores que son tan fundamentales para nuestra tradición.

En una sociedad judía, no debe haber nadie que no sea visto ni escuchado. Tenemos el derecho de evaluar el alcance de nuestra tzedaká y la medida en que somos capaces de abrir nuestras puertas. Como judíos, no tenemos derecho a negar nuestros valores judíos y nuestra responsabilidad. No tenemos derecho a seguir una política de indiferencia moral y proteger un status quo carente de valor. Como judíos, debemos esperar y exigir más de nosotros mismos. Gracias por marchar y recordarnos quiénes somos y más importante aún, quiénes son ustedes, y quiénes deberíamos ser nosotros.

Traductor: Daniel Rosenthal

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