El bandoneonista israelí Amijai Shalev analiza los elementos comunes entre el tango y el judaísmo; opina acerca de la polémica sobre la ejecución de obras de Wagner en Israel y expresa su visión sobre el sionismo, la diáspora y la identidad israelí, entre otros temas.
Amijai Shalev nació hace casi 35 años en Winnipeg, Canadá. Se crió en Rishon Letzion, Israel, adonde vivió hasta los 25. Hijo de padre israelí y madre argentina, se estableció en Buenos Aires hace unos ocho años, con el objetivo de intensificar sus estudios de bandoneón, ese instrumento que su madre le hizo descubrir a través de una grabación del Sexteto Mayor, de Astor Piazzolla. "Me llamó mucho la atención el bandoneón, yo venía de tocar bajo eléctrico en una banda de rock, muy influenciado por la música de garage", recuerda Amijai, en una entrevista con Tumeser.
El diálogo con el bandoneonista tuvo lugar en Villa Crespo, donde reside, barrio históricamente asociado con la colectividad judía porteña y también con el tango. Sin embargo, a lo largo de la entrevista, Shalev hará notar que no le interesan las etiquetas. "Actualmente estoy trabajando en un proyecto de concierto para solista, también estoy componiendo obras para bandoneón: recientemente toqué y luego de mi concierto se presentó una obra de circo con acróbatas, para la cual compuse la música. Comencé a armar repertorio para un grupo propio, con música que no es tango contemporáneo, será una mezcla de mis influencias sin encuadrarlo en estilo alguno. Aparte estoy compartiendo un proyecto con el pianista y compositor Marcelo Lodigiani, donde tocamos música porteña contemporánea.
-¿Es necesario etiquetar la música?
-¿Es necesario para quién?, sería la pregunta. Para mí no y sí. El ser humano en general piensa en formas, poniendo etiquetas, para poder separar y distinguir. Cuando se habla de música, sucede lo mismo. Es social y cultural, la gente siente la necesidad de identificarse. Se habla de música clásica, que no existe como tal, es música de autores. A su vez, podría hablarse de un período clásico en Europa, Viena... Se trata de un concepto estético, formal. Porque la gente, cuando habla de música clásica es porque hay violines y pianos.
¿El tango, entonces, podría considerarse como música clásica?
El tango tiene mucho de clásico, no por los instrumentos sino por la forma, el concepto estético. En lo clásico se habla de buscar una estética perfecta, a la que no le sobre ni le falte nada, que sea simétrico. En ese sentido, la forma del tango, por su melodía, es hiper simétrica. Son todas frases cuadradas. A su vez, con el tango ocurrió algo parecido a lo que ocurrió con el jazz, que se expandió, absorbió otros lenguajes. El tango es un fenómeno cultural popular, musicalmente y desde las letras, es súper clásico. Volviendo a lo de las etiquetas, éstas son muy útiles para poder distinguir y para poder definir, pero siempre uno tiene que saber que es una etiqueta. Respecto de lo que estoy componiendo actualmente, en este momento no me interesan las etiquetas. Están en mí los preconceptos por haber estudiado. Si uno escucha un sonido que te hace acordar de cierta música... yo sé que al oyente y a mí nos va a hacer acordar. No digo que voy a hacer tango, rock, música contemporánea. Porque eso significa que uno tiene que trabajar dentro de un ámbito, que refleje una cultura –en el caso del tango sería la cultura porteña-. A mí no me interesa. El tango es parte de mí, como es parte otras cosas. Quizá me sale componer una milonga, y salió, son cosas que van más allá de lo que uno decide.
-Hace 10 años que estás viajando y 8 años que vivís la mayor parte del tiempo en Buenos Aires. ¿Te sentís un porteño?
-Otra vez la pregunta de las etiquetas (risas). No me siento ni porteño, ni israelí... a veces ni me siento músico. No lo pienso mucho. Sí siento mucha familiaridad con la cultura de acá, porque una parte de mi infancia respiré eso, las Fiestas, las reuniones las vivíamos en la casa de mi abuela, en Israel, con la familia argentina. Había mucho de gestos, sensaciones y tono de la voz que cuando llegué acá me hicieron pensar que eran muy parecidos a mi familia. Hay mucha similitud entre la mentalidad argentina y la israelí. Por la influencia mediterránea, abierta. Acá hay muchos italianos del sur, españoles...
-¿Qué similitudes?
-Una cuestión muy suelta en la interacción. También el tema del chamuyo (sic), la "trampa" y redondear: "va a estar bien, no te preocupes, quedate tranquilo". Acá sabés que cuando alguien te dice "quedate tranquilo", ¡tenés que preocuparte muchisimo! (risas). Lo mismo en Israel: te dicen "Al tidag, al tidag, ha col beseder". Los argentinos son más amables, en Israel quedó la mentalidad de sobrevivir, es todo ir al grano "tajles", no se pierde tiempo, están todos apurados, por las guerras... Eso se mezcla con la mentalidad de Europa del Este, fría... En Israel no se le da espacio a cuestiones que van más allá del tema en sí: de la sensibilidad para contemplar el momento...
SIN ETIQUETAS
En los ultimos años, Amijai Shalev permanecía tres meses en Israel y nueve en Argentina, mientras tocaba con el cuarteto Pitango, integrado por la contrabajista Rinat Avisar; el violinista Hadar Cohen y el pianista Sachar Ziv. "Terminé el Conservatorio (NdR: de Música Manuel de Falla, en Buenos Aires, donde se formó con su maestro Rodolfo Daluisio) y no pude decidir dónde quiero vivir. Siento que Buenos Aires es un buen lugar para la creación artística. Hay un entorno de amigos, de gente que está en la misma. Hay muchos bandoneonistas. Hay colegas que puedan apreciar lo que estoy haciendo. En Israel, en ese sentido, estaba solo. Además allá necesariamente tenía que hacer tango ´for export´", reflexiona.
-¿Cuál es el público en tus conciertos allá?
-Mezclado. Hay argentinos que escuchan tres notas y se emocionan, se les derrite el alma, no importa si el que toca lo hace bien o no. Y el típico público israelí que va en búsqueda de lo exótico. A veces tocábamos en kibbutzim. Dejé, ese mundo no es interesante artística ni económicamente. Me quise alejar de eso, para hacer con la música lo que yo quiero. Con Pitango tocamos con la Sinfónica de Jerusalem, pero sufrí por lo que tocamos, por la actitud de la Orquesta, era un programa más: le ponés la música en el atril y tocan. Las obras fueron elegidas para poder vender el concierto, estaban al servicio del marketing. Que está bien: uno tiene que pagar el alquiler y comer. Pero después de diez años llegué a un punto en que yo elegí hacer música porque me interesaba el arte, no el oficio. Si volvemos a las etiquetas (risas) yo creo que hay tres tipos de músicos: los que empiezan a tocar un instrumento desde edad temprana y a los 20 años ya tienen el oficio hecho, se dedican a eso. Algunos no les interesa tanto. Después hay gente que no puede vivir sin hacer música, no se dedican, pero lo hacen, tocan en reuniones familiares. Y hay otra gente como yo, que elige por interés. Yo empecé de grande, tocando el bajo eléctrico a los 16 años y con el bandoneón, a los 23.
-Tu conexión con el tango comenzó con una grabación que te hizo escuchar tu madre.
-En la Israel donde me crié (nací en 1979), durante fines de los 80 y principios de los 90 existía una influencia nortearmericana en la música y la TV. Se escuchaba rock norteamericano, había música israelí o muy vieja (Arik Einstein, Shlomo Artzi) que me traía recuerdos pero que no sentía vinculada con mi casa. Por otro lado estaba la música "mizrahi" (Iam tijoní, del Mediterráneo), la música popular del mercado, del shuk. Con mis amigos escuchábamos rock: Nirvana, Pearl Jam, Metallica. Pero yo sentía que no me identificaba del todo: no era mi cultura, era EE.UU. Con el tango sentí que escuchaba lo que era mi familia de la parte argentina en las reuniones familiares, hecho música. La música tenía el mismo acento, los caprichos, más que nada el sonido. El fraseo del tango es similar a la manera de hablar porteña, las dinámicas, esa cuestión explosiva, la novela de una familia judeo argentina, en Pesaj, que se pelean, gritan. Me llamó la atención del bandoneón, que se podrían hacer muchas cosas además del tango. Me sonaba antiguo, de otra época. Siempre pienso que en mi casa escuchaba a mi mamá hablando castellano y a mi papá hablando por teléfono en ídish con su mamá en Polonia. Escuchar ídish en Israel, en mi época era una cosa rara, de abuelos, de viejos. Como la relación entre mi papá y su mamá era muy mala, la conversación era así "Io, io, ¿nu? Shoin". Pienso que si hubiese una mejor relación con esa parte polaca, ídish, quizás yo me hubiera vinculado más con la música klezmer que con la argentina. Lo que me pasó a mí le pasó a muchos músicos de mi generación en Israel que hacían rock y en los últimos años empezaron a meter música de Marruecos, griega... en búsqueda de algún tipo de raíz cultural que se borró con la conformación del Estado. De hecho en Israel, al principio se prohibió el teatro en ídish, los diarios, hablar ese idioma. Durante muchos años los inmigrantes iraquíes o marroquíes no cantaban sus canciones porque se las consideraba "la música del enemigo". A José Judkovski (NdR: investigador argentino que entrevistó a Amijai para el libro y documental homónimo Tango, una historia con judíos) le comenté que el tango es un ejemplo que tiene danza, literatura, música con varios subgéneros. Y la cultura ídish también. De hecho dentro del klezmer hay variedad.
-Me comentabas que el tango se constituyó a partir de diversas corrientes de inmigrantes, dentro de las cuales se encontraba la judía. Y que si bien no existe un "tango judio", sí están los aportes y las similitudes.
-Es bastante claro que las influencias en el tango tenían que ver con los porcentajes de la población. El tango tiene mucho de italiano, de español, en la forma (la zarzuela). Como pasó con muchas comunidades judías de la diáspora, éstas representaban un porcentaje chico, pero poseían mucha influencia cultural, lo mismo ocurrió con el jazz. En el tango, esa influencia se nota en la manera de tocar, en el tipo de violín llorón. También había pianistas; estaban los giros melódicos, con la manera europea judía. En cuanto a los contenidos esa influencia se cristaliza en la nostalgia, la contemplación del pasado y también las cuestiones morales.
-¿Por ejemplo?
-La historia más típica de la mina que se va del Bajo al Centro para buscar una vida nueva (Milonguita, Muñeca brava). El tipo del Bajo le habla a la mina que pretende ser de la Alta Sociedad, y que está buscando un ricachón que la banque, pero que siempre será una persona de familia.
-¿Hay un paralelismo?
-Hay valores de la familia, la crítica a una persona que pretende ser otra. Obviamente hay otras verdades, en este caso la de la mujer, que quiere cambiar de vida. Pero está también la visión de "¿quién sos realmente? ¿Podés cambiar?" Es una cuestión de pregunta, de reflexión. Hay un juzgar en la letra, pero el juzgar de un punto de vista y esa reflexión son muy judíos.
-¿El tango genera preguntas?
-Sí, hay diferentes tipos de letras. "Suerte loca", habla de elecciones, un tipo que supuestamente "le va bien en la vida", pero él dice que tuvo que perder muchas veces para ganar y aprender la lección. Es otra visión de enseñanza, muy judía. Otra es la contemplación del paisaje: Tinta Roja, Silbando, Sur, hay unos ejemplos que da Judkovski, de poemas europeos que se refieren al tipo que describe lo que quedó de la calle, cuando vuelve a la casa de la infancia. Pero yo no creo que esa comparación sirva para decir que el tango tomó de ahí. Hay un paralelismo, como puede haber si uno va a buscar en poemas italianos, españoles, música árabe, egipcia. Es una cuestión humana.
-¿Cuál es tu vínculo con el judaísmo?
-Es de puras preguntas. El judaísmo plantea por todas partes, desde la Hagadá de Pesaj hasta la Torá, en donde tomás una frase y tiene cientos de interpretaciones. Lo que me pasa a mí es lo que le pasa a muchos judíos israelíes: se mezcla la pregunta por la identidad judía e israelí y además por ser hijo de inmigrantes. Entonces, ¿dónde me ubico? Porque además me crié en una familia que no es religiosa. No soy observante, pero observo mucho (se ríe). Y reflexiono mucho, sobre todo por la cuestión de la identidad que es una etiqueta y uno siente la necesidad de poner. Porque lo que les pasó a los judíos muchas veces es que no querían ponerse la etiqueta y la sociedad los obligó. Acá me resultó interesante ver lo que es una comunidad judía con muchos años, fuera de Israel. Allá la gente no tiene idea de lo que es ver cómo se definen las identidades de un judío no religioso en Argentina, que es un país muy tolerante, a pesar de que tiene un antisemitismo incorporado en la cultura católica. Más de una vez escuché "yo tengo muchos amigos judíos". Son cosas que quedaron (NdR: la entrevista se desarrolla en un bar cercano al monumento al Cid Campeador; Amijai lee la leyenda debajo de la estatua "Siglo XI. El Cid Campeador, encarnación del heroísmo y espíritu caballeresco de la raza"). Estamos en 2014, en una República que ya dejó de festejar el Día de la Raza. No sólo pasa en Argentina. Otra cosa que me chocó, me desilusionó: trabajé un año en el secundario de la escuela Sholem Aleijem (fijate que se llama Sholem Aleijem y tiene mucho que ver con la cultura ídish), la escuela estaba decorada y relacionada con cuestiones sionistas. Me parece lógico que parte de la identidad del judío argentino y no religioso tenga que ver con la cultura israelí, porque es un contenido nuevo de la identidad judía en el mundo (no te podés desvincular de lo que pasa en Israel). Pero la comunidad judía en Argentina estaba antes del Estado de Israel. Y las fuentes y los contenidos de la cultura judía deberían ser mucho más profundos y más antiguos o más conectados a raíces judaicas y no a la identidad israelí (que debería estar compuesta por una identidad judía y por una cultura local). Es cometer el mismo error que se cometió en Israel mismo.
-¿A qué lo atribuis?
A un vacío de contenidos. Lo mismo que sucede en Israel. Al no poder definir qué es un judío (este es el problema del pueblo judío) no podes definir qué le enseñás a tu hijo. Mientras sos ortodoxo o conservador, tenés la Halajá, la Guemará. Pero tenes que aceptar una base que tiene que ver con la religión. Pero cuando una comunidad no se siente identificada, con eso, si no le pones otro contenido fuerte se empiezan a caer las piezas. La cultura idish se infló mucho hasta tomar identidad propia (con el humor, por ejemplo). No es un reemplazo a los 10 mandamientos.
-El ídish nació como una forma de construir un lenguaje por fuera de lo sacro.
-Es la situación imposible de Kafka de no poder resolver el problema de por qué yo tengo que vivir con ese pasado, si tengo que creer en eso y tengo muchas preguntas sin responder. Y no estoy dispuesto a creer en algo para lo que no tengo respuesta. El ídish toma con humor –que es la solución judía-, acepta con humor esa situación. Para mí el sionismo es un movimiento que tenía un objetivo y se logró. Y se acabó. No tiene que haber más sionismo. La misma Hatikvá, la letra, no funciona más, dice "para ser un pueblo libre en nuestra tierra". Ya está. Ahora hay que pensar en otras cosas. Este mismo vacío en Israel, se manifiesta también acá. Mucha gente se inclina por lo religioso, como por ejemplo Jabad; otra gente busca reconciliación con la Cabala, hay estudios laicos de guemará. En Israel hay gente que se desvincula por completo de lo religioso y siente que puede haber una cosa israelí que no tiene ninguna otra etiqueta o contenido.
-¿Vos cómo lo vivís?
-Las personas eligen tomar etiquetas. Que un grupo de personas continúe enseñándole contenidos a sus hijos (valores, modos de pensar), eso le puede dar una identidad a un pueblo, mientras todos acepten eso mismo: somos descendientes de nuestros antepasados que aceptaron los diez mandamientos. Pero en el judaísmo siempre hubo muchas discusiones, desde el comienzo. Como no se ponen de acuerdo hay varias ramas, que en el fondo quizás se unen en algunos principios. Y Ahora lo que está pasando es que no se unen.
-¿Cómo hacés para llegar a un acuerdo en cosas básicas dentro de una cultura basada en la pregunta?
-Se puede, creo que hay dos maneras. Una, aceptar la pregunta en sí, como el contenido. Entonces lo que importa es la forma, la tradición rabínica de preguntar y de aceptar que no tenemos una respuesta objetiva, son todos puntos de vista. Desarrollar un pensamiento judaico puede consistir en eso.
-Tal vez para un militante sionista esa puede ser su pregunta...
-Para mí el sionismo, como te dije, es un movimiento con cierto objetivo. En cambio la cuestión judaica no termina nunca. Otro camino sería adoptar ciertos valores morales, darle bola (sic) a lo que fue la ley dada, con la idea de un sistema o reflexión moral interna de cada persona, teniendo conciencia del Colectivo. En un artículo (NdrR: el escritor) A. B. Yehoshúa dijo que él no se sentía para nada judío, que el judaísmo era una cuestión religiosa. Que él se sentía israelí. Yair Lapid (NdR: el político y presentador de TV israelí) le contestó -en desacuerdo- que lo que ambos tenían en común es que a sus familias en Alemania, durante la II Guerra Mundial, los hubieran asesinado. Me pareció una cosa horrible y muy estúpida definir una identidad a través de lo negativo de la persecución. ¿Qué contenido tiene? ¿Qué podés construir con eso? Admiro a Franz Kafka, Woody Allen, Baruj Spinoza. Gente que parecía estar completamente fuera de lo judío. Spinoza mismo reflejaba mucho del judío, aunque supuestamente se desvinculaba por completo. Esa reflexión es "lo judío".
-¿Cuál es tu postura respecto de los debates y polémicas suscitados en relación a tocar obras de Wagner en Israel?
-Creo que tratar de cerrar los ojos o hacer una contra a algo sin conocerlo, es lo peor que puede pasar. Si uno tiene un enemigo que opina algo en contra tuyo es mejor conocer su pensamiento. En el caso de Wagner, era un gran hijo de puta. Hay un artículo suyo (antisemita) Das Judentum in der Musik "El judaísmo en la música", de 1850, donde escribe cosas muy bravas, pero no tiene nada que ver con que el tipo era un gran compositor. Creo que se debería tocar Wagner, pero conocerlo, saber quién fue, leer el artículo que el tipo escribió. Y después escuchar.
-Una de las críticas, en el marco de este debate, plantea que en los campos de concentración los prisioneros eran recibidos con música de Wagner. Y que Israel debería resistir sus obras mientras vivan los sobrevivientes de la Shoá.
-Me parece que es una cosa histérica, más de tratar de hacer política que otra cosa. También en la Naranja Mecánica se puso la 9ª Sinfonía de Beethoven y Beethoven no era asesino, el tipo de la película sí. Las personas que estuvieron ahí (en los campos) no están obligadas a ir al concierto. Pero es importante el valor educativo en relación a lo que pasó y a la educación musical. Una cosa es la postura de alguien, otra es el trabajo y otra el contexto de trabajo. Escuchar no quiere decir que uno tiene que amar eso, que uno tenga que sentirse identificado. Como dice Woody Allen, en una de sus películas: "cuando escucho Wagner tengo ganas de invadir Polonia".
-¿Será que alguno tendrá miedo de escuchar Wagner y querer invadir Polonia? (risas)
-Hubo quilombo (sic) con Baremboim, a quien le pidieron que no tocara Wagner. Y él tocó un preludio muy conocido de Tristán. Y la gente se levantó y se fue. Si te piden no hacerlo y vos lo hacés, eso es una provocación. No estoy de acuerdo con la provocación. Pero tampoco estoy de acuerdo con la prohibición.
En cuanto a gustos musicales, actualmente Amijai prefiere escuchar una combinación de sonidos barrocos, románticos, tango, metal progresivo y rock sinfónico. "Escucho mucha música con una finalidad de estudio, interés. No me sale ´pongo esta música, me relajo´", aclara. El grupo con temas de rock progresivo instrumental –para el cual se encuentra componiendo especialmente- contará con un bajo eléctrico, percusión, guitarra eléctrica y bandoneón. "No sé con qué etiqueta podremos tocar: porque no nos van a aceptar en los festivales de tango ni en los de rock sinfónico", dispara. Pero no es algo que le preocupe a Amijai, ya que él cree fervientemente "que la música hay que hacerla" y no pensarla.
¿Cómo te ves en 10 años?
No tengo idea dónde voy a estar viviendo. Tengo estos proyectos, ganas de escribir para obras circenses. En Israel están muy desarrollados los estudios de música clásica y jazz. El tango es un género tan rico como el jazz y completamente desconocido allí. Me gustaría desarrollar una movida, aprovechando lo interesante del tango en cuanto a lo interpretativo y a que se constituye como un punto medio entre lo clásico y el jazz.