Ricardo Fort: la muerte del rico pobre

pobrericook2Economía y sociedad. El capitalismo generó paradojas filosóficas: hoy es posible enriquecerse sin abandonar la pobreza. El empresario mediático es un ejemplo claro, dice el autor de la nota. Emmanuel taub.

 Ricardo Fort se ha muerto. Y con él también se ha ido el último esteta de los noventa en Argentina (aunque mientras escribo pienso que aún nos queda Roberto Piazza, y que todavía no se retomó la línea que une aquel tiempo con estos años y la relación Klemm-Fort-Piazza).

Pero regresemos a Fort y su muerte, la que nos permitió observar cómo apareció nuevamente sobre el tapete de los discursos mediáticos la vieja –o antigua a pesar de lo que muchos creen al formularla– discusión sobre el "rico-malo" y el "pobre-bueno". Tratemos de ser un poco más incisivos: hay "ricos-malos" y "ricos-buenos", así como también hay "pobres-malos" y "pobres-buenos". Y si esto es posible, a pesar de la perplejidad con la que alguno puede ver estas combinaciones, es porque son dos categorías no necesariamente complementarias.

Más importante aún: el "rico-malo" es una fórmula teológica, o teológico-política, construida en el pasado y que fue apropiada luego de que, parafraseando a Walter Benjamin, el capitalismo se transformó en religión, por las ideologías de finales del siglo XIX y, en especial, del siglo XX. Y si el capitalismo dio con esta fórmula cristiana –por la que el desposeído era bondadoso naturalmente frente a la (muchas veces proclamada) maldad de quien se consagra al dinero como mero fin en sí mismo (en nuestra lengua pueden buscarse los estudios sobre capitalismo y religión de Fabián Ludueña Romandini o el libro Dinero sagrado de Hernán Borisonik)– fue porque le ha servido enormemente como un anestésico social ante la desigualdad cada vez mayor del mundo moderno. Benjamin lo observó bella y lúcidamente en aquel fragmento ("El capitalismo como religión") en donde se enfrenta al espíritu de su tiempo y, especialmente, a los postulados sobre el origen protestante del capitalismo de Max Weber: hay que ver en el capitalismo una religión porque hay que verlo como un fenómeno religioso en sí mismo, ya que el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, dice Benjamin, sino que se transformó en él. Y repitiendo esta fórmula, la del "rico-malo" y el "pobre-bueno", se mantiene la misma función que tuvo en el pasado, pero con signo positivo, ya que allí lo que se intentaba realmente era desdoblar el aspecto meramente material de la vida religiosa.

Hoy se puede ser rico pero no se puede salir de pobre. Y las causas del pobre nunca serán las del rico, ya que al rico sólo le importa la destrucción del pobre. Así de maniqueo parece funcionar el pensamiento de muchas personalidades de la cultura del siglo XXI. El pobre debe estar feliz con su pobreza porque es bueno y revolucionario. Porque el pobre es bondadoso, frente a la maldad del rico sin escrúpulos. Es algo así como la banalización del "Sr. Burns" en la mente miope de quien repite sin pensar, como quien repite los chistes (ya gastados) de los Simpson una y otra vez.

Es por ello que sabiéndolo o sin saberlo, pero transformándolo en lema –lo cual muestra mayor ignorancia– hay un discurso político que sólo busca dejar pobre al pobre y que el rico –aquel que además pueda soportar su maldad inherente por su dinero– agrande su riqueza. Y seamos sinceros, el rico siempre encuentra sus propios caminos para expiar las culpas y seguir su vida, más allá de los discursos. Pero peor aún es quien no perteneciendo a ninguno de los dos bandos –y que tal vez, paradójicamente, somos los que más acceso tenemos a la posibilidad de escribir estas reflexiones y pensar estos problemas– repita de forma vacía esta regla que no hace más que llenar de contenido ficcional la realidad, mientras que sin darse cuenta –imaginamos– defiende a quienes desea criticar. Es la repetición boba, la ideologÌa maquinizada en el llano de la realidad, carente de crítica hacia la sociedad y a la desigualdad, hacia el poder y hacia la situación del mundo en su totalidad. Porque quien ha perdido la capacidad de crítica ha perdido la autonomía y legitima su lugar orgánico.

Y como se sabe, el intelectual orgánico ya no es un intelectual, es otro funcionario más con una tarea un poco más "refinada". Y entonces repiten sin parar construcciones de las que ni siquiera conocen su origen, no les interesa buscarlo, ni tampoco comprender que al decirlas replican una falsedad que sólo ayuda al odio y al resentimiento social.


La crítica siempre es hacia uno, y hacia el otro. Y si el poder no es criticado, cuestionado, puesto en aprietos con la pregunta que quiere saber más y más, entonces nunca podré progresar ni en el hacer ni en el decir.

Pero volvamos por un instante una vez más a nuestra excusa, la muerte de Ricardo Fort. Y su muerte es otra muerte más, como la de otros "ricos" que mueren todos los días, como la de otros "no ricos" quienes también mueren. Hay algo imposible de quitarse de la cabeza cuando se piensa en la muerte cruzada por la condición social, y es la sensación de que aquellos que tienen tantos recursos, al igual que aquellos que tienen menos o que no tienen, no pueden evitar la muerte. Y en eso –para pensar en estos últimos tiempos– Fort se emparenta a Steve Jobs, a Lou Reed, o a tantos más. Porque todos mueren: ricos, pobres, buenos, malos. Entonces tenemos que esforzarnos por complejizar cada día más nuestra mirada crítica sobre el hombre, el mundo y la sociedad. Porque los muertos construyen fantasmagorías mientras que los vivos administran los recursos para que la muerte sea menos parecida a la muerte. Y de tanto repetir también se pierden los sentidos y los conceptos van quedando vacíos en el aire. Lo importante tal vez, y sólo tal vez, es pensar más allá de sus muertes y mirar a nuestros alrededores.

Fuente: Revista Ñ de Clarín

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