Arik & yo

arikpopokHay canciones y cantantes, libros y autores, que uno hereda de sus padres. Otros que uno descubre y hereda a sus hijos. Arik Einstein pertenece a estos últimos.

 Cuando murieron Jaffa Yarkoni o María Elena Walsh los recuerdos, por intensos que fueran, se remontaban a una época de mi vida. La nostalgia puede ser puntual o puede ser un estado del alma que se renueva permanentemente. Arik Einstein pertenece al grupo de artistas que crece con nosotros; a diferencia nuestra, ha muerto sólo físicamente porque su arte lo mantendrá vivo y vigente por generaciones. No decimos nada nuevo cuando decimos que él es la banda sonora de buena parte de nuestras vidas; lo han dicho desde Bibi Netanyahu hasta el ciudadano de a pie que se acercó a su casa, al hospital, a la plaza Rabin para acompañarlo. Del mismo modo que él nos acompañó a todos nosotros en cincuenta años de carrera artística, ahora el pueblo israelí lo acompaña a él. No ser parte de ese duelo colectivo y nacional es una de las vivencias que perdemos cuando elegimos no vivir en Israel.

En las épocas de la tnuá (movimiento juvenil) cantábamos "Ani beAtá" junto con "We shall overcome" (gracias a la madrijá Melly Valevici, Z'L). En los festivales escolares cantábamos "Iejezkel". Pero en lo personal supe que existía un tal Arik Einstein, una suerte de tímido Beatle israelí, por una canción de Java Alberstein, "Hasapar" (El Peluquero), en los tempranos años setenta. Arik y Java son contemporáneos. Por suerte Java sigue dando conciertos. Hasta los 120.

Arik Einstein entró en mi vida para no irse nunca más en 1977 cuando compré su primer LP "Good Old Eretz Israel", de cubierta marrón sepia salpicada con fotos de pioneros. Cuando escuché el tema "Ruti" su voz me cautivó y se instaló para siempre como una noción única de sensibilidad y musicalidad incomparable. Junto con "Dudu", si bien son canciones sumamente tristes, representaban para mí la dimensión romántica e idealista de un época que todavía no era tan remota pero ya comenzaba a desdibujarse. Tres LP más tarde Arik Einstein había rescatado del baúl de los recuerdos los clásicos más hermosos, algunos olvidados, y los había transformado, por medio de versiones simples, despojadas, esenciales, en una herencia nacional de todo Israel.

Desde entonces no le perdí pisada. Adquirí con el tiempo casi toda su obra, alguna más afín a mí, otra no tanto. De eso se trata Arik Einstein: tiene algo para cada uno. Sus temas de "entre-casa" "sentado sobre el muro", cantándole al "loro Iosi" y los libros que amó... o sus temas de amor interpretando a Bialik en "Acógeme bajo tus alas y se mi madre y hermana", o "ella se sienta a la ventana y peina sus cabellos". O el inefable, único, conmovedor hasta las lágrimas "Uf Gozal" acerca de nuestros hijos y acerca de la esperanza de envejecer juntos. Ni hablar del mejor rock con Shalom Janoj, la colaboración con decenas de artistas como Ioni Rejter, el ascenso de Iehudit Ravitz de voz de coro a estrella por derecho propio. Clásicos como "Atur mitzjej" o "Shalom Javer". Siempre el tono justo, siempre la profundidad, de voz y de alma, siempre la presencia sobria de un testigo melodioso, tierno, nostálgico, irónico, tan israelí. La lista es larga, muy larga. La voz es una sola. No dejó de cantar. Como Gardel, cada día lo hará mejor.

En 1985 volví a Israel. Estábamos con mi flamante esposa y mi amigo Daniel Wachtel en el viejo café Kassit en Dizengoff cuando todavía la bohemia de Tel-Aviv estaba en Dizengoff y no mucho más allá. De pronto sale una figura delgada y esmirriada. "El flaco Arik" hubiéramos dicho en Uruguay, familiarmente. Para nosotros era un ídolo, pero para Israel era el hijo que le cantaba al oído: sus recuerdos, su realidad cotidiana, su esperanza.


Que su alma y su música estén entrelazadas con la corriente de la vida.

 

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