Millones de ojos que miran

| Escrito por Ernesto Kreimerman
No pocas veces, ciertas desgracias humanas sólo cobran dimensión cuando una catástrofe “natural” las pone de manifiesto de manera impersonal. Tal el caso de Haití. Un ejemplo de abandono, desidia y vergüenza, donde la condición humana ha acumulado casi todas sus miserias.
 
Casi una frase dicha “como al pasar” por los profesores de geografía, los de historia, los economistas e incluso los periodistas, asegura que Haití es uno de los países más pobres del mundo, sin objeciones el más pauperizado de América, y que sólo podría encontrar un desventurado compañero de ruta en algún país perdido de Africa, uno de esos cuyo nombre ni siquiera los expertos pronuncian correctamente. Por ejemplo, Zimbabue. O Kenia, donde en el distrito de Turkana, el 74% de la población sufre de inseguridad alimentaria, es decir, no alcanza los niveles mínimos de alimentos, sufren de hambre, es decir, desnutrición. Aún así, la expectativa de vida es de 57 años. Cosas extrañas de la condición humana.

En el mundo, más de mil millones de personas viven actualmente en condiciones de pobreza extrema, es decir, con menos de un dólar al día. El 70% de ellos, son mujeres.
Parecen pocos comparados con los 1.800 millones de seres humanos que no tienen acceso a agua potable. Un poco menos de los 2 mil millones de personas que carecen de acceso a medicamentos esenciales para alcanzar y sostener una cierta calidad de vida.
En Bangladesh el 84% de la población vive con menos de dos dólares diarios. En Benín el 73,7%. En Burkina Faso el 71,8%. En República Centroafricana el 84%. En Gambia el 82,9% En Ghana el 78,5%. En Etiopía el 77,8%. En la India el 88,4%. En Tanzania el 89,9%.En Zimbabue, que referíamos antes, el 83%. Todos estos datos corresponden al Reporte de Desarrollo Humano 2008 del PNUD, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
¿Cuándo habremos de mirar estos otros Haitís? ¿Será necesario otro terremoto para que la mirada se centre en la miseria como un espectáculo de horario central de los informativos de televisión y del que hablen las modelos rubias de turno? ¿O es hora de que la pobreza se incorpore a la agenda de las Naciones Unidas de manera más seria, más sistemática, más permanente, y se le asignen más recursos a los planes de cooperación e inversión y menos a los burócratas y a los gobiernos corruptos?
Haití hoy es la expresión más cruda del dolor humano, de la miseria, de la impotencia. Al mismo tiempo, a Haití hoy han acudido muchos de los mejores hombres y mujeres para dar socorro a las víctimas, auxiliar a los heridos, a calmar aunque sea por unos días el dolor físico y espiritual de una población de casi 10 millones de habitantes, abandonada en apenas unos pocos miles de kilómetros cuadrados, algo menos de 28 mil, al norte de la isla de los piratas, en el mar de las Antillas.
Pero Haití podría, debería, convertirse en la primera muestra de reacción de una humanidad que ha alcanzado logros maravillosos y que debe demostrarle a los incrédulos que los avances tecnológicos-científicos son para mejorar la calidad de vida de todos. Eso depende de Naciones Unidas. Depende de los hombres buenos que le reclamen a sus gobernantes que hay que asignar unos recursos mínimos para redignificar a una parte de la especie humana.

¿Qué paradoja, no? Según el artículo 4 de la constitución haitiana de 1987, el lema de la República es “liberté, egalité, fraternité”. Y en su escudo tradicional se puede leer “l´union fait la forcé”. Es decir, todo inútil, todo lo que les falta…cierto que en el abandono global, lo que no les ha faltado es libertad para nacer y morir pobres.
Sería bueno que un día de estos, ahora mismo, los millones de ojos que miran esta tragedia a través de la “caja boba”, en su horario central y en los talk show, que se indignen de lo que están viendo, que reclamen un “basta” y que a quienes les corresponda, empezando por sí mismo, por nosotros mismos, comencemos a actuar de otra manera, menos indiferente, más demandantes de soluciones…que mágicas no las hay y que por eso deben comenzar ya pues el efecto terapeutico demora un tiempo en hacerse sentir.

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