La profecía de muerte post ultra ortodoxia

DebokEl viernes 27 de setiembre, Deb Tambor, una joven madre con ojos brillantes y hoyuelos, se suicidó. Deb era del mismo círculo de judíos que dejaron de ser ultra-ortodoxos que yo soy parte.

 Su muerte, a los 33, dejó en estado de shock a mi comunidad, nos recordó el sufrimiento que algunos de nosotros debemos pasar. Deb atravesó una dura pelea de custodia porque rechazaba la ortodoxia. Su antigua comunidad se unió para destruir la relación de ella con sus hijos, usando fuerzas legales y hostigamiento para reducir su contacto con sus tres hijos a una visita supervisada por mes.

Muchos ya han respondido elocuentemente a la muerte de Deb, haciendo referencia a la corrupción en los procesos de custodia que atrapa a muchos judíos, algo que me importa profundamente. Hoy, sin embargo, quiero hablar de otra cosa, algo más personal para mí.

Mi reacción ante esta tragedia no fue una de activista, sino de judío que también dejó de ser ultra-ortodoxo y me recordó que, muchos de nosotros al avanzar en nuestras vidas, debemos mirar hacia atrás al escuchar el sonido de la muerte. Un sonido que triunfó sobre Deb y otros que se suicidaron en los últimos años, y un grupo aún más grande de nosotros que intentaron sin éxito hacer lo mismo. Según Footsteps, una organización que ayuda a comunidades judías laicas como esta, un 80% de los miembros han contemplado el suicidio.

Los miembros de mi comunidad aprenden de esta tendencia a la auto-destrucción de jóvenes. Nos enseñan, en canciones, historias y chismes, que cualquiera que abandona la ultra-ortodoxia será vencido por la miseria depresiva del "pecado". De niños, vimos a mujeres y hombres volviendo a la vida religiosa, enterrando las indiscreciones de una adolescencia rebelde. Eran aún más perversas las historias sobre prostitutas, adictos a la heroína y personas psicológicamente inestables que formaban la comunidad de judíos seculares. Cuando muchos de nosotros dejamos de ser ultra-ortodoxos, creíamos que nuestro destino ya había sido escrito y que nuestra historia podía tener un único final posible: la miseria.

Nos vamos, e incluso cuando rechazamos Shabat, ignoramos a los rabinos y olvidamos las plegarias, esta profecía de devastación inevitable aun nos persigue. Los rituales pueden ser abandonados en aquel mundo, pero mientras muchos de nosotros nos alejamos de la fe, podemos ver con nuestros propios ojos que esta profecía es muchas veces verdad. Empíricamente. Aquellos que abandonan el mundo ultra-ortodoxo suelen estar quebrados. No son las hamburguesas con queso, o Spinoza, o el sexo lo que nos quiebra. Es tener a la comunidad religiosa atacando nuestros frágiles cuerpos mientras intentamos salir de la burbuja en la que fuimos criados, dejándonos marcados cuando tratamos navegar hacia adelante. Esta es una profecía que se cumple por aquellas mismas personas que la predijeron.

La profecía nos persigue por la naturaleza de la oscuridad. Con una sola noche de pensamientos desesperados, una persona puede cambiar para siempre. El suicidio es un lugar que uno sabe que existe y que, sin importar que tan lejos uno vaya de él, sigue existiendo. Sin importar que tanto avanzamos, muchos judíos recuerdan este viaje con exactitud, habiéndolo practicado muchas veces en nuestras cabezas de niños, repitiendo como loros la profecía de los que se van. La ruta desconocida hacia la universidad o una relación progresiva no es nada en comparación a la ruta impresa por esta convicción.

Yo soy uno de los que les cuesta avanzar por una profecía interna de que mi vida va a terminar en destrucción porque rechacé la ultra-ortodoxia. A la edad de 31, acumulé suficiente éxito para ser un ejemplo para aquellos que dejan el mundo religioso: un título de Harvard, un matrimonio, un hijo, mi propia casa. Sin embargo, esto no es evidencia de mi distancia con la profecía, estos hechos son evidencia de su cercanía. Estoy respaldándome en mi éxito para alejar lo máximo posible esa predicción.

No sé por qué Deb tomó la decisión que tomó, pero hable con otros en nuestra comunidad y escuché ecos de las luchas internas que yo también enfrento. Hablando por mí, puedo decir que soy una mujer feliz y segura de sí misma. Estoy encantada con mi comunidad, adoro la familia que construí, y disfruto de mi trabajo y mis placeres. A pesar de todo eso, sigo teniendo momentos en los que cada célula de mi cuerpo parece estar vibrando con dolor, pidiendo un descanso sin jamás despertar. En esos momentos, elegir continuar y vivir otro día parece una tarea digna de Hércules. Después de todo lo que aprendí en los 15 años desde que dejé el mundo ortodoxo, aún tengo momentos en los que me ahogo y deseo morir.

Algunos ultra-ortodoxos podrían decir que ese dolor es mi alma atormentada que quiere volver con Dios. No digo que no tengan razón. Eso que llaman mi "alma" es una bomba pidiendo mi destrucción.

El conocimiento adulto puede llegar hasta cierto punto. No sé cómo controlar esas células que hacen de mi interior una guerra civil, mi yo actual tratando vivir mientras que los restos de mi niñez insisten en la muerte, porque ese es el destino de la existencia del hereje.

Algunos se referirán a mi lucha como se refieren a la muerte de Deb – como prueba de que somos personas quebradas. Yo responderé: Tienen razón, muchas veces estamos quebrados. El terror que ingerimos, muchas veces reforzado por las amenazas y castigos de nuestra familia y amigos, nos destruye. No hay necesidad de sacar cuchillos para controlar a los rebeldes, si en cambio pueden lastimar nuestros espíritus y hacer que la sangre manche nuestras propias manos. Es un crimen más limpio.

La mujer progresiva que hoy soy no le da satisfacción alguna a mis padres. Parece que la única felicidad que les podría dar era en mi fracaso. Si dejara de aparecer en la televisión, si supieran que la vida laica, mi vida laica, termina únicamente en la devastación miserable, reforzaría las creencias a las que les dedicaron sus vidas, haciendo que todo tenga sentido, haciéndolos sentirse seguros. Para Deb, lo mismo. No podía ofrecer nachas con una vida laica feliz.

No sé si aquellos de nosotros que luchamos podemos alguna vez escapar, si podemos buscar el éxito sin tener la destrucción a nuestros pies.
No sé si la dinámica puede ser rechazada para una vida pacífica que surge de la insistencia de que los herejes no pueden vivir en paz.
Solo sé que temo por mis amigos, y he temido por mí misma, y que mi única defensa contra mi miedo es expresarlo.


Le estoy hablando a mis amigos, a Becky, Sarah y Moshe, confesando que tengo estos pensamientos, y diciéndole a aquellos leyendo que fueron asombrados por la muerte de Deb, que Deb no estaba sola. Dejar el mundo religioso implica existir en un estado de guerra. Deb perdió esa guerra.
Entiendo a Deb, y a todo aquel que está luchando. Que la sangre de la víctima sea vengada. Digámosle adiós a Deb – y a la profecía que se llevó su vida.

Fuente: zeek.forward.com

Traductora: Mariel Benedykt

 

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