La voz de una mujer ortodoxa soltera

avitalokOtra noche, otra cena a la luz las velas. Una tercera cita. Esta viene con referencias rabínicas importantes, una familia respetable, un curriculum que menciona las mejores yeshivot.

"Sofisticado, lo prometo," me dijo la casamentera.

 "Hace que esto funcione," me dijo mi amiga por teléfono. "Una chica como vos consiguiendo un shidduj de tan alto nivel..."

El joven y yo acordamos cenar en un restaurante, luego pasar por el casamiento de dos amigos que tenemos en común; uno de nosotros hace un chiste sobre la ironía de ir juntos a un casamiento.

Hace calor en Brooklyn, el aire está pesado. Me siento mareada cuando él empieza a hacer las preguntar que una tercera cita requiere: ¿Por qué escribís así de nuestra comunidad? ¿Por qué no usas un seudónimo? ¿No sería eso más modesto, más apropiado? ¿No te preocupa que estés alejando a tus lectores del camino de la Tora?

Respondo algo, lo usual, algo sobre el miedo al Cielo, algo sobre que si sos un verdadero creyente podes escribir sin miedo, o algo sobre como la verdadera crítica proviene del amor.

"Hmm," él dice.

En realidad, lo que le quiero decir es que fui criada por inmigrantes judíos soviéticos: Mi padre es un físico con una pasional fe en Dios y un igualmente apasionado escepticismo sobre la inconsciencia soviética de las instituciones, mi madre una mujer sabia de inteligentes observaciones y con una cabeza descubierta. Me gustaría decirle que estoy a salvo en los márgenes de una comunidad en la que me pueden ver como muy rusa aquí, muy estadounidense aquí, muy religiosa para ellos, muy ilustrada para otros, y eso me da una libertad de movimiento que un hombre religioso como vos no tiene – vos, camarada, estás atado a tu yeshiva, tus rabinos, tu comunidad, mientras que yo no tengo nada que perder, ¿entendés?

Sin embargo, me quedo callada. La humedad es agobiante: Me tiemblan las muñecas, mis rodillas están débiles, mi visión se oscurece y maldigo mi tendencia a desmayarme por el calor. Le pido al mozo más agua. Vienen más preguntas, ahora sobre tzniut: ¿La mujer se vestiría apropiadamente para la comunidad donde viviríamos, en caso de casamiento?

Me río. "Supongo que ahora me estás preguntando que tan religiosa soy, ya que cuestionas mi forma de vestir." Lo miro a los ojos.

Detecta la ironía en mi voz, se ríe y dice que sí.

Digo lo necesario, sin pensarlo: Medias, sí. Polleras más largas, quizá – se puede negociar. Peluca, por supuesto.

Lo quiero desafiar más: ¿Quizá es mejor que me preguntes que plegarias hago diariamente sobre la comida, o las páginas de la Tora que leo junto a mis hermanas? Podes espiarme desde una esquina para ver si entro a un restaurante con un certificado liberal de kashrut. Podes medir los decibeles del tono con el que le hablo a mis padres al tomar el té, o podes inspeccionar mis dibujos de Jerusalén de cuando era adolescente - ¿o es mejor que te muestre un Sidur manchado con lágrimas? ¿Vas a medir mis lágrimas con una regla? ¿Qué te puedo dar como testamento de mi creencia en Dios además de palabras?

"Bueno, la tzniut es muy importante," él dice, cuidadosamente, como si leyera mis pensamientos. "Sabes que los sabios dicen que la tzniut es tan importante para las mujeres como el estudio de la Tora para los hombres."

Esto también nos lo enseñaron en la escuela. Niñas, su deseo de vestirse inapropiadamente es equivalente al deseo de un hombre de abstenerse del estudio de la Tora. Recuerdo asentir. La mención de un deseo malvado era razón suficiente para estremecerse; a veces me pregunto como la forma de vestirse de uno puede compararse con la actividad intelectual del otro.

"Entonces, una buena esposa para un estudiante de yeshiva no tiene nada que ver con su creencia en Dios", digo en voz alta. "Lo único que importa es que sea linda, callada y respetuosa, ¿no?" Invisible, quiero decir.

Él me ve molesta e intenta suavizar la situación."Ah, shh, mademoiselle, shh, no quería ponerte a la defensiva, de verdad. No tenemos que seguir discutiendo esto; ya contestaste todo por ahora. Decime, ¿cuál es tu personaje favorito en la literatura? Vamos a mirar el menú de postres, ¿te parece? ¿Tiramisú?"

Llegamos tarde al casamiento. La ceremonia de la jupa ya empezó. "Bendito sea quien llega;" recita el rabino por el micrófono y todo el salón resuena con el hebreo antiguo.

Me veo a mi misma desde afuera: una chica religiosa, la blusa color marfil, las medias, caminando al ritmo con este hombre alto con sobrero y tzitzit. Es prácticamente cinematógrafico; un director laico israelí estaría fascinado. Cada uno va a la entrada para hombres y mujeres respectivamente. Me apuro al baño a arreglarme el maquillaje; logro ver a la novia arreglando su velo afuera del cuarto de la jupa, una nube de blanco rodeada de hermanas, amigas y una sonriente madre.

El canto continua: "El entiende el discurso de la rosa de espinas, el afecto de los enamorados."

Entro al baño y me encuentro con un par de ojos: los míos. Miro mi reflejo en el espejo – el rabino cantando afuera, la novia caminando hacia el altar en el cuarto de al lado, y aquí estoy, en esta blusa de cuello alto y tacos, mi cara maquillada, y la primera palabra que pienso es en ruso: kukla. Parezco una muñeca, pintada, vestida, lista para salir y sonreír y bailar.

Después de la conversación durante la cena, y por la pregunta sobre la tzniut, pienso mucho sobre mi piel, mi ropa, mi status de extranjera - ¿cómo dice la frase de Isaac Bashevis Singer? "Que poder extraño que tiene la ropa." Mis codos y mis rodillas, Dios, nunca había estado tan preocupada por esas articulaciones hasta ahora; ¿qué pasa si me convertí tan obsesionada con cubrir mi cuerpo, este demonio de habla rusa, que me olvidé completamente de mi alma?

Ahora, mientras abro la bolsa de cosméticos, siento que mis adentros se están encogiendo – no por la fe, sino por la preocupación con el exterior, la forma en la que aparece en lo que escribo y como invade mi mente, simplemente porque acá es todo lo que soy, todo en lo que me convertí. Es algo que ningún hombre va a entender – ningún hombre puede comprender la sensación de hundirse que toda mujer siente, en algún momento, cuando se siente a sí misma como un objeto.

"Shh," nos dicen los hombres ortodoxos, "No es gran cosa, calma tu histeria – ¿sos una criatura tan vana que esto te importa? ¿Dónde están tus ideales, hija de Israel? Los hombres laicos, en cambio, nos dicen que nos vayamos: "Estás oprimida – ¿estás tan ciega siendo una víctima que no podes ver otra cosa?" ¿Cómo puede ser que nadie entiende que una mujer puede al mismo tiempo valorar la tzniut y la tradición, pero pedir que no se le exija desde afuera, que no sea aquello que la define?

Busco mi rímel. El Shabat anterior le conté a mi padre que no puedo salir de la casa sin estar nerviosa por no estar vestida adecuadamente."Papá, es como paranoia, algún tipo de desorden, ojos, ojos, alguien siempre está mirando. Ya lo sé, no es Dios quien está mirando así." Mi padre estaba tranquilo, y me respondió: "Es tu culpa que estés constantemente asustada de ser vista." La implicación de sus palabras es clara: No vinimos a este país, y no volvimos a la Tora para que nuestras hijas vuelvan a ser censuradas, para que vuelvan a encontrarse en otro sistema."

Las palabras del alumno de la yeshiva se repiten en mi mente: "Es un sistema. La comunidad de nuestra yeshiva es como una fábrica, produce niños puros. Esa es su belleza."

Me reí al escucharlo, y no pude evitar preguntarme si mis hijas también serán parte del proceso de producción de esta fábrica. ¿Qué pasa si algún día alguien le va a preguntar a mis hijas por sus medias antes de preguntar sobre sus personalidades? Agarraría el teléfono, miraría la masa de jala o el teclado en frente mío, y me reiría de cómo algunas cosas nunca cambian.

Este caballero, está allá afuera, en su traje y sombrero negro, con sus hombros echados hacia atrás. Probablemente entró al cuarto de la jupa, y yo estaré allí en un momento, al otro lado del altar, sosteniendo mi iPhone y recitando en Cantar de los Cantares mientras la ceremonia se lleva a cabo, rezando por una pareja exitosa y por pararme en ese mismo lugar.

Parada enfrente al espejo un frío me invade. Me preguntó si me tocará a mi pronto. ¿Qué pasa si esto fue todo un sueño y me estoy por despertar para darme cuenta que estoy en mi propio casamiento, y que el hombre de hoy me está esperando bajo la jupa, el rabino está bendiciendo nuestro futuro, son mis hermanas menores las que se están riendo cerca, mi madre es la que está llorando agradecida de que por fin me caso, y lo único que tengo que hacer es salir? Me pongo un poco de perfume en el cuello, y mis dedos tiemblan como lo hacen cuando escribo, mis hombros de repente se sienten frágiles.

¿Soy yo? ¿Este juego incesante en el que me veo obligada a jugar de defensa, donde soy interrogada y me preguntan cómo es que escribo? Díganme, ¿cómo podría no escribir? ¿Qué alternativa tiene uno a respirar, a rezar? Me siento al mismo tiempo cómoda y como una intrusa acá: acá, acá donde el largo de mi pollera parece importar más que mi amabilidad, mis pensamientos, mi voz.

Me parece que yo estoy acá, todos estamos acá, para algo más significativo – lo cual a veces pasa desapercibido. Si uno habla con mujeres religiosas en la privacidad de sus cocinas o en la caminata de Shabat, uno descubriría que por cada mujer que desea pelear y defender el progresismo, hay miles de mujeres que silenciosamente luchan con aquello que les enseñaron, por mayores aspiraciones, por el bien de sus hijos y su comunidad, para sentir que pertenecen y tienen un propósito.

Nos quedamos acá por el espíritu de Shabat, por el orden de la kashrut, la promesa de palabras divinas, la búsqueda de la verdad, y sí, el secreto de la piel cubierta. Nos quedamos acá porque en ningún otro lado el estudio de la Tora es tan importante, acá donde las melodías son tan vívidas, las emociones humanas tan agitadas, acá donde lo mundano pasa a ser sagrado y lo sagrado es cotidiano. Estamos acá por el mero concepto de lo sagrado; en un mundo laico donde reina el cínico, construimos una isla con ideales, pasión y pureza. Sin embargo, buscar esa pureza en la sociedad religiosa – es una comedia absurda, quizá una de la cual Dios mismo se está ríendo.
"Pronto será escuchada, en las ciudades de Judah y las calles de Jerusalén...la voz del novio y la voz de la novia."

La ceremonia de la jupa está por terminar y yo entro al salón para escuchar la última parte. Veo de lejos a una docena de amigas del liceo en la parte de las mujeres. Sonreímos y nos abrazamos. Sobre los hombros de las chicas, veo la parte de los hombres y me preguntó dónde está mi cita; los hombres todos están vestidos iguales.

Después de que el novio rompe la copa, vamos hacia el buffet, y las conversaciones son sorpresivamente agradables, cálidas, divertidas, exactamente como lo eran hace cuatro años cuando nos graduamos del liceo. Intercambiamos noticias: quien se comprometió, caso, tuvo hijos.

Al otro lado del salón, en medio de mujeres con pelucas y chicas jóvenes la veo en un vestido de satén: una antigua profesora mía. Había sido mi mentora religiosa, hasta que empecé a escribir y publicar artículos sobre la vida en la comunidad ortodoxa, cuando me llamó y me dijo que entiende que es difícil ser soltera pero que no tengo que escribir tales cosas. Prácticamente no pude comer por tres días después de esa conversación.

Ahora, su mirada se posa en mí desde el otro lado de la sección de las mujeres, y siento como mi cara empalidece – tengo 15 de nuevo. Se abre camino entre las chicas que la rodean, y se acercan para besarme y abrazarme. "Ven, ven," me agarra de la mano y me aparta de las demás. "¿Qué es eso que escuché de que estas saliendo con alguien?"

Las noticias viajan rápido. Sonrío y digo, no es tan serio. Supongo que se refiere a la cita de hoy, quien probablemente la llamó para pedirle una referencia sobre mí. En realidad, le quiero preguntar a quién se refiere; mi mente es un desorden de nombres, caras y perfiles, una mezcla de chistes y anécdotas, listas de referencia y números de teléfono.

Me aprieta la mano como solía hacer cuando era más joven y tenía el pelo enrulado, pollera larga, y me encontraba en medio del pasillo escolar: antes de que descubriera a Heschel y Leibowitz, antes del rímel y las fiestas, y antes de los documentos de Word con comentarios sociales. Todo el salón del casamiento se silenció de repente, y somos solo nosotras dos.

Sus ojos miran los míos por un segundo. "Escucha, no leo todo lo que escribís, y aunque no esté de acuerdo con eso," hace una pausa, mira alrededor, y luego: "sé que estás haciendo lo correcto – sé lo mucho que intentas ser justa con Dios. No podes vivir en un lugar tan intolerante; necesitas vivir en un lugar donde a la gente no le avergüence que sus hijos estudien con los tuyos. Puede que yo viva acá, pero vos, vos vas a sufrir en un lugar así."

Una imagen: Un auto yendo a buscar a la escuela a pequeños niños y niñas de uniforme, cada uno sosteniendo una carta del director pidiendo que encontremos un lugar "más adecuado" para nuestra familia. Tener vecinos que no están "avergonzados" de mis hijos – esto es en lo que se convirtió nuestro pueblo. Miró el casamiento: soy la única con tacos tan altos, mis ojos tienen mucho delineador negro, mi pelo está demasiado peinado hacia atrás.

Ahora mi voz está ronca, se quiebra: "Es horrible...ser juzgado... La gente dice que no soy modesta por la forma con la que hablo de mis opiniones..."

La cara de mi profesora parece ahora más seria y empieza a hablar rápidamente: "Deja de escuchar a las voces de afuera, y el mundo te va a respetar por hacerlo. No hay nada inherentemente pasivo sobre ser una mujer ortodoxa. ¿Te acordás de mi nombre hebreo?"

Asiento: Yehudis Devorah, Judith Deborah, nombres de mujeres luchadoras de la historia hebrea.

"Mis padres me dieron el nombre de una mujer agresiva. ¿Cuál es la pasividad de eso?" Me guiña el ojo. "Tengo fe en vos, y vos tenes fe en Dios: No pierdas la fe en vos misma."

Nos despedimos cuando las trompetas empiezan a sonar; la novia y el novio están por entrar al salón y las niñas celebran alegres.

Comienza el baile, febrilmente, el salón tiembla. En el lado de las mujeres, las chicas saltamos y nos movemos, cantamos por la novia, hacemos reverencias, caemos al piso, movemos la cadera y surgen pañuelos de baile con monedas doradas. Cantamos lo más alto que podemos, reímos mientras la novia alza sus brazos y saluda con una sonrisa a sus invitados.

La intensidad, el círculo, las trompetas y los vestidos, la tensión y el calor de Brooklyn, el salón da vueltas como si fuese Yom Kipur: veo a la novia bailando con sus hermanas y me preguntó sobre el joven al otro lado de la partición, y luego sobre cada uno de los jóvenes de los últimos años – aquellos con los ojos atormentados entre lo sagrado y el pecado, aquellos que miran con caras oscurecidas y dicen "Tenes tantas opiniones, pero me da miedo tu tranquilidad," aquellos que suspiran y me cuentan de la culpa y los deseos secretos y percepciones y tormentos hasta que ya no sé qué decir.

La pista de baile está dando vueltas, oscureciéndose, imparable, y una imagen pasa por mi mente: esos ojos azules en el espejo del baño. De nuevo me estoy mareando

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